sábado. 20.04.2024

Por J. Lavín Alonso

El general y cónsul romano Julio Cesar, cuando se dirigió al Senado para informar sobre su fulminante victoria en la batalla de Zela, se limito a enunciar aquello tan conocido - pero casi nunca bien escrito - de “Veni, vidi, vici”. Todo un ejemplo de concisión y precisión. Algo parecido se podría decir que hizo el ex vicepresidente useño, Al Gore: “Llegué, conferencié y me llevé la pasta”. Como comprobará el lector, se trata de una lejana y burda paráfrasis, traducida al román y a años luz de la enjundia de lo dicho por el amigo Cayo.

Hace ya un tiempo que se estrenó aquí un documental realizado por Gore con el titulo fascínante y ominoso de “Una verdad inquietante”; según algunos críticos, una manipulación desvergonzada. Para gustos se hicieron colores, dice el viejo aforismo. Lo cierto es que el documental en cuestión acabó por levantar una cierta polvareda mediática y también en algunos estamentos científicos, donde comenzaron a surgir opiniones encontradas, a favor y en contra de las tesis expuestas por don Al. Hasta aquí, todo normal. Lo que ya no parece ser tan normal es que algunos personajes de estos entornos decidirán repetir el otrora costoso en dineros y nulo en resultados experimento de invocar la documentada opinión del que fuera jefe del interfecto en cuestión: el ex presidente Clinton. Papanatismo y oportunismo en estado químicamente puro, a fe mía, que además salió caro que j...

Pues bien, aquella experiencia debió dejar a algunos mentalmente abducidos, ya que volvieron al queso invitando al apologeta del catastrofismo térmico-apocalíptico a que les obsequiase con una tanda de tópicos, lugares comunes y otras alabanzas para con la tan traída y llevada situación de privilegio de Canarias, tan rimbombantes cono vacías de contenido práctico, y todo ello al módico coste de cuarentas millones de pesetas por charleta. La moneda antigua, además de añorada, resulta mas impresionante desde el punto de vista cardinal. Tal “caché” incluía la foto con el gran “gurú” de los anfitriones, devenidos en repentinos fans, en su particular y momentáneo camino de Damasco, del verdín ecológico. Y eso siempre mola de cara a la claqué seudoprogresista.

Teniendo en cuenta lo refractarias que por lo general resultan las gentes del Imperio a cualquier erudición geográfica que rebase su, de por si enorme, territorio, imagino a Al Gore, recién recibida la invitación al festín de Baltasar, con la pasta gansa de plato fuerte, adoptando una cierta expresión de dubitativa perplejidad y encerrándose en su despacho con el fin de recabar el máximo de información acerca de unas islas que debían parecerle tan exóticas como el archipiélago de Juan Fernández o las Kerguelen.

Lo que no ha explicado el señor Gore en su laudable apostolado climático es, por ejemplo, el elevado montante de su factura en electricidad mensual, que supera al de una familia norteamericana media en un año. O por qué, siendo vice de Clinton, rechazó sustanciar el Protocolo de Kioto. O por qué su mina de cinc ha emitido 1,8 millones de kilos de vertidos tóxicos en tan solo cuatro años. O porque no se conformó, en consonancia con el espíritu de su cruzada, con una suite elegante, pero discreta, en vez de exigir prestaciones más propias de un sátrapa saudí del petróleo. Claro, disparando con pólvora ajena, así cualquiera. Rara vez se tiene la ocasión de ver a los salvadores de la Humanidad predicar con el ejemplo.

Creo que hubiese sido muchísimo más barato programar una serie de proyecciones gratuitas de su controvertido documental, y con idénticos o mejores resultados a la hora de concienciar la opinión pública. Pero como dice un dicho de la tierra, la culpa no la tiene el bardino, sino quien lo suelta. Los hay que han logrado salir del gueto, pero el gueto no ha salido de ellos. También hay verdades que incomodan... e inquietan.

Las verdades incomodan...
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