viernes. 19.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Seguimos inclinados en pos del dinero o del poder. Les reverenciamos, aunque el poder sea absolutamente corrupto y el dinero no tenga corazón. A ambos los estimamos mucho más de lo que valen. Nos afana recapitalizar las entidades crediticias en lugar de rehumanizar el mundo, cuando lo significativo de los siete mil millones de personas que habitamos en el planeta, radica en la humanidad que nos injertemos unos a otros, no en el poder de las personas, cuyo dominio suele ser más para sí, que para el bien común, ni tampoco en el coleccionismo de la gente por el señor dinero, por el que baila el perro hasta sin ganas.

Las ruedas del poder machacan siempre a los más débiles. La progresiva desigualdad en este momento alcanza un punto crítico. Hoy se usa el poder como un explosivo altanero, buscando dominar y aferrarse a un poder sin límites. Los gobiernos, incluidos los sistemas democráticos, debieran prestar, sin duda, más atención a las demandas de redistribución. Desde luego, no puede cultivarse la política de cohesión social, ni tampoco tener la garantía de que los derechos de todas las personas van a ser respetados en su integridad, con las reparaciones efectivas necesarias, si tales derechos humanos son violados. Por desgracia, la justicia no llega a todos. Puede que todos seamos iguales ante la ley, pero la ley no es igual para todos. La independencia de los poderes, su control mutuo, entiendo que es fundamental para acortar la grave exclusión social que actualmente padece el mundo.

Por consiguiente, el gran desafío pasa por corregir la distribución, puesto que la concentración de riqueza suele derivar en concentración de poder excesivo, que para nada suele ocuparse de mejorar el bienestar de los ciudadanos en su globalidad. En parte sucede esto, porque el mismo poder parece estar interesado en convivir con una serie de déficits básicos, como puede ser la debilidad de los controles entre la ciudadanía y los poderes del Estado, o las insuficientes transparencia y rendición de cuentas de los poderes públicos o de ciudadanos con gran poder adquisitivo.

En cuanto a los coleccionistas del señor dinero, incapaces de invertir o generar riqueza, cuando la economía mundial se encuentra inmersa en una de las crisis mayores, lo que subraya, asimismo, es una falta de solidaridad y bastante complicidad vergonzosa entre poderes que lo hacen mal y los poderosos que lo dejan hacer. Ciertamente, perder dinero a nadie nos gusta, pero adquirirlo de manera fraudulenta es un delito, y, si luego, el poder de turno lo malgasta, es lo peor de todo. En las buenas formas está, pues, la virtud: en un poder que detenga al poder (idea de Montesquieu) y en un señor dinero que deje de abrir todas las puertas, porque cuando hay dinero de por medio es muy difícil la libertad (idea de Torrente Ballester). De lo contrario, la humanidad seguirá estando en riesgo, en parte por la falta de ética-moral que supone el derrumbe de los valores humanos.

Las ruedas del poder...
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