jueves. 28.03.2024

Lo queramos reconocer o no, vivimos en un país de chapuzas. La chapuza ha sido nuestra seña de identidad durante décadas, a pesar de que muchos ciudadanos ilustres se hayan esforzado en cambiar esa imagen tan nuestra que llevamos siglos exportando al exterior. ¿Ejemplos? Carezco de espacio para nombrar los veinte primeros que se me vienen a la mente. Por eso, voy a hacer un esfuerzo de síntesis para quedarme con uno.

Creo que ya he contado en varias ocasiones que tengo grandes amigos en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, lo que me enorgullece bastante. Son estos amigos los que me soplan noticias que la mayoría de las veces no puedo publicar; no por falta de ganas, no, por falta de pruebas suficientes que den soporte al artículo en cuestión. De lo que sí que tengo pruebas, y ahora conecto con lo de la chapuza, es de lo que se está haciendo en la lucha contra la inmigración irregular. Todos sabemos que la eficacia de los ocho años de gobierno del Partido Popular (PP) en este terreno fue nula. Unos piensan que por la imposibilidad manifiesta de hacer frente a una auténtica avalancha humana para la que no había ni podía haber previsión. Otros, entre los que me incluyo, porque el Gobierno presidido por José María Aznar prefirió mirar a otro lado para conseguir que los números de Rodrigo Rato cuadrasen tan bien como lo hacían en cada ejercicio presupuestario. Sin la mano de obra que ha entrado a mansalva en los últimos años sectores como la construcción, la agricultura o la hostelería habrían tenido serios problemas de supervivencia. Sin esa misma mano de obra habría sido imposible conseguir el increíble superávit de la Seguridad Social que hoy en día perdura.

Pasada la etapa de gobierno de los populares, le llega el turno a los representantes del Partido Socialista (PSOE). De momento, según tengo entendido, todo sigue igual. Se sigue haciendo la vista gorda a la multitudinaria entrada de inmigrantes legales e ilegales y se están poniendo pocos medios para hacer que la cosa cambie.

Es tal el descontrol que existe actualmente en esta difícil materia, tanta la desidia, que ayer tuve que aguantar una malhumorada llamada de uno de esos amigos policías de los que siempre hablo en la que despotricaba contra el estúpido viaje que acababa de hacer. Tanto él como el resto de compañeros que tiene en su unidad se habían desplazado en un avión de pasajeros (creo que de la compañía Air Europa) para trasladar a un grupo de inmigrantes rumanos que figuraban en la lista de repatriados o expulsados del país. Ingenuo como siempre y sin pensar demasiado en lo que me estaba contando, pregunté por qué había sido un viaje estúpido. La respuesta gallega en forma de pregunta me abrió las ideas: “¿No te parece estúpido gastarse miles de euros en trasladar a veinte rumanos que al día siguiente van a volver en tren a España, a veinte personas que además son de un país que dentro de nada entrará a formar parte de la Unión Europea (UE)?, ¿no crees que habría que dedicar el dinero y los recursos policiales a otras formas de combatir la inmigración ilegal?” Pues sí, claro, no tuve más remedio que contestar que sí.

Ahora, un día después, creo que mi amigo tiene más razón que un santo. Resulta increíble que el Ministerio del Interior siga malgastando el dinero en estos viajes y no encuentre fórmulas eficaces para luchar en los lugares donde nunca se golpea.

Las chapuzas de la inmigración
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