miércoles. 17.04.2024

Solo faltaba que dos bandas de hooligans quedaran en la capital de España con el único fin de darse tortas como panes para que se removieran las conciencias de los dirigentes, deportivos y políticos, en torno a la educación en el deporte y les naciera la necesidad imperiosa de regular la educación de los ciudadanos en todos los estadios deportivos.

Aunque parezca mentira, lo sucedido a orillas del Manzanares no es otra cosa que una manifestación de la profunda incultura que rodea el deporte español, fundamentalmente en ese negocio que consiste en darle patadas o cabezazos a un objeto redondo con el fin de introducirlo en una estructura metálica forrada, por todos los lados menos por uno, con una red, ante la oposición de once jóvenes que intentarán hacer lo mismo en la zona contraria.

Esta práctica deportiva, muy sana en lo que a ejercicio físico se refiere, tiene una contraprestación de lo más nociva en la salud mental de muchos que acuden, pagando evidentemente, a tan magno espectáculo.

Si tiramos de historia, los grandes acontecimientos lúdicos de masas que se vienen organizando para goce y disfrute de los ciudadanos, han tenido en común algo que no ha variado con el paso de los siglos y que no es otra cosa que la mala educación de muchos de los asistentes a los mismos, los cuales, amparados en la masa y, consecuentemente, en el anonimato, han utilizado estas celebraciones populares para poner de manifiesto la educación que tenían, tienen y tendrán, como no se le ponga remedio.

Desde el circo romano donde los espectadores deseaban que la sangre llegara al cuarto anfiteatro y los gritos, proferidos por la multitud, de mátalo, dirigidos al gladiador de turno, hasta los combates de boxeo donde les piden a los contendientes que se rompan la cara con toda la violencia posible, pasando por los alaridos que se profieren en los campos de fútbol incitando a unos y a otros a romperle la pierna al contrario para que pase el balón pero no el jugador, la violencia verbal ha sido toda una constante en cualquier espectáculo de masas que se precie

Cuando el ser humano se ve arropado por la multitud es capaz de sacar lo peor que tiene dentro y exponerlo públicamente sin miedo a ser señalado, por lo menos hasta hace bien poco.

Esas cosas suceden desde hace demasiados años y son casi connaturales con la condición humana. No solo en el deporte, sino en las manifestaciones callejeras y en algo tan cotidiano como las opiniones vertidas en las redes sociales o en los medios digitales, donde el anonimato lo permite prácticamente todo.

Pero el problema de lo que sucede en el deporte es una consecuencia de dos factores que inciden de una manera definitiva en las actuaciones que tanto los espectadores como los propios deportistas tienen a lo largo de su vida.

La primera es la educación que desde casa les inculcamos, Si los padres son personas educadas y con valores, lo más fácil es que el niño aprenda que esa educación y esos valores son los que tiene que aplicar a lo largo de su vida y no solo en su faceta deportiva. Y la segunda y quizás la que mas relevancia tiene en comportamientos futuros, es la que emana de los directivos y entrenadores que van a tener en el momento en el que deciden realizar cualquier practica deportiva. Por ilustrar la influencia que en comportamientos futuros tienen los responsables de las parcelas deportivas de nuestros jóvenes, les pondré un ejemplo. Si un niño manifiesta comportamientos que en ningún caso son los adecuados, la obligación, tanto de su entrenador como de la directiva del equipo, es la de corregirlos inmediatamente, abortando desde su origen la aparición de estas formas de actuar, que de no ser atajados a tiempo, derivan inexorablemente en actitudes que todos lamentamos en la actualidad.

La importancia que tienen los responsables deportivos es fundamental. La implantación de una disciplina como forma de funcionamiento en este aspecto de la vida de los niños es tan importante o mas que la que en casa les podamos dar. Si un niño, como consecuencia de su mal comportamiento y su actitud con los compañeros es apartado del equipo, ya se encargara su padre de corregirle con el fin de que pueda volver. Esto tiene que ser independiente de su valía deportiva, no por ser muy bueno en su deporte hay que consentirle todo.

Resulta curioso observar que en aquellos deportes, todos menos el fútbol, donde la disciplina desde pequeños es una máxima impuesta por los directivos y los entrenadores, la violencia es casi nula por no de decir inexistente. Un entrenador no solamente es un transmisor de conocimientos deportivos sino que se convierte, a determinadas edades, en un educador.

Alguno me podrá decir que eso no es verdad, que tienen hijos a los que les han dado una educación exquisita pero que cuando entran en un estadio deportivo se convierten en el Doctor Jeckyll y Mister Hide. Es cierto, haberlos hailos pero esos son una minoría.

¿Han asistido ustedes a un partido de benjamines, de infantiles o de cualquiera de las categorías inferiores de cualquier deporte? Si lo han hecho, se habrán dado cuenta de cual es el verdadero problema de la educación en el deporte. Padres que se creen que su hijo es Messi, entrenadores que se creen Mouriño y una directiva que piensa que su equipo es el Real Madrid o alguno de ese calibre.

Si en un partido de mi hijo, este ve como yo despotrico contra el arbitro, me acuerdo de su madre, de sus, inventadas por mi, tendencias sexuales, porque ha tomado una decisión injusta, a mi honorable saber y entender, casi siempre equivocado por otra parte, lo que le estoy inculcando a mi hijo es que esa es la mejor forma de actuar cuando hay algo que no me gusta y le estoy firmando un cheque en blanco para que pague su lamentable formación humana cuando sea mayor.

Si hacemos y consentimos lo que vemos a diario en categorías donde lo único que se juegan los deportistas es la honrilla de la victoria, que no haremos cuando se están jugando miles de millones.

Esta muy bien que cuando un espectador se acuerde y no para felicitarla por su cumpleaños precisamente, de la madre de algún jugador, se le expulse del campo y no se le deje volver a entrar. Esta muy bien que cuando se ponga en solfa el color de la piel o la condición sexual de un jugador también se expulse fulminantemente al que lo haga. Todo lo que sea limpiar el estadio de indeseables es perfecto, pero para que algún día eso no sea necesario, debemos empezar por abajo, por casa.

Donde las autoridades tienen que meter la mano es precisamente en la base, que es de donde parten la mayoría de los futuros comportamientos de los ciudadanos.

Educar a nuestros hijos en el respeto a los demás por encima de todo no solo garantiza la eliminación de la violencia gratuita en el deporte, sino que además los hacen mejores personas, mejores espectadores y mejores deportistas.

Y por ultimo, no podemos olvidar que muchas de las reacciones de los asistentes a un partido de cualquier deporte, salvo algunas excepciones, vienen motivadas por la, más que evidente, falta de educación de los propios deportistas. Y para muestra un botón, si un jugador provoca descaradamente, con premeditación y alevosía, sin nocturnidad por el efecto de los focos, un penalti porque se ha tirado dentro del área para que pique el arbitro y este cae en el engaño, yo pregunto ¿Quién tiene la culpa de la reacción del espectador si por esa acción fraudulenta su equipo pierde el partido, la liga o baja de categoría? Uno puede ser un mal educado por muchas razones, pero el que provoca esa reacción es el jugador. Es como si sabiendo que soy alérgico a la leche, alguien, a sabiendas, me da un yogurt que me provoca un shock anafiláctico.

Creo sinceramente que la falta de educación viene desde abajo y que si eso no se corrige desde que somos pequeños, por mucha ley que pongamos solamente paliaremos o solaparemos el verdadero problema de nuestra sociedad.

La violencia verbal en el deporte
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