jueves. 28.03.2024

Ya llevamos tiempo embaucados por la palabra mágica: crecimiento económico. Tenemos que crecer. Si lo hacemos todos nuestros males estarán resueltos. Durante toda la legislatura los gobernantes del PP nos han dicho que las reformas llevadas a cabo, especialmente la laboral, se han ejecutado con el objetivo de crecer, ya que así se generará empleo-el tipo de empleo les resulta irrelevante- con lo que se incrementarán los impuestos y así se podrán mantener nuestro Estado de bienestar. Este argumentario lo repiten continuamente. ¡Vaya calado y profundidad! Un alumno de 4º de la ESO, medianamente despierto lo podría repetir sin problemas. Ahora mismo desde determinados poderes políticos, económicos y mediáticos nos bombardean que la tardanza a la hora de formar gobierno, supondrá un grave quebranto a nuestro crecimiento espectacular, que según las instituciones económicas como FMI, OCDE y Comisión Europea nos han puesto como ejemplo a imitar, ya que seremos el país que más crezca de los grandes de la zona euro. Macroeconomía pura y dura. Al respecto la economista Jane Jacobs señala que la macroeconomía es un fracaso. Sus errores radican en la mala suerte de haber sido ampliamente aceptada. Nunca una ciencia o una supuesta ciencia ha sido aceptada tan indulgentemente. Y nunca ha experimentado tantos fracasos. La insistencia en creer en la eficiencia de ciertos modelos macroeconómicos es tal que produce la impresión de que más que economía se ha convertido en pura teología. Por ello, cuando una política económica sustentada en su modelo macroeconómico fracasa, la reacción de sus acérrimos defensores es siempre la misma, el error no está en el modelo que es perfecto, es la realidad la que hace trampas. Como en la viñeta de El Roto, un científico, vestido con una aséptica bata blanca, llena la pizarra de sofisticadas fórmulas matemáticas que le llevan a afirmar que es imposible que pase lo que está pasando. Por tanto, hay que seguir aplicando el modelo, aunque haya fracasado, y ahora con mayor intensidad si cabe.

La fascinación de los modelos macroeconómicos se debe, probablemente, a que sus componentes son medibles. Y ese hecho es importante, porque para una mente simplista, es importante lo que puede ser medido. Una de las consecuencias de este simplismo es el empobrecimiento del lenguaje. Por ende, cuando Rajoy anuncia un indicador elevado de crecimiento económico, se debe dar por hecho que es una buena noticia, lo que es una prueba de cómo un lenguaje pobre y simplista se utiliza con fines espurios de engañar y resignar a la mayoría de la sociedad. Cuando un dirigente político o un economista de relumbrón nos vende un porcentaje determinado de crecimiento económico, nadie, o muy pocos, se preguntan: ¿A costa de qué y de quiénes ese crecimiento? Porque es factible que sea a costa de incluir en él la prostitución, las drogas o el tráfico de armas, de destrozar las prestaciones sociales del Estado de bienestar, de dinamitar los derechos socio-laborales de los trabajadores, de destinar dinero de todos los contribuyentes a rescatar entidades financieras privadas, de depredar los recursos naturales, etc. Estas preguntas no suelen hacerse. En definitiva, un lenguaje pobre es extremadamente peligroso y, por ello, es urgente e imprescindible esforzarnos para enriquecerlo con nuevas preguntas. Nuestro reto para enriquecer nuestro lenguaje consiste en encontrar aquellas “palabras tapón”, detrás de las cuales están nuestros vacíos de percepción y de entendimiento.

Me parece pertinente como réplica a la macroeconomía, recurrir a un fragmento de una entrevista realizada en noviembre de 2010 a Manfred Max-Neef el reconocido economista chileno y autor del libro Economía Descalza: Señales desde el Mundo Invisible. En su primera respuesta explica el concepto de Economía Descalza: “Es una metáfora surgida de una experiencia. Trabajé 10 años en áreas de pobreza extrema, en las sierras, en la jungla, en áreas urbanas de Latinoamérica. Un día estaba en una aldea indígena en la sierra de Perú. Un día horrible; había estado lloviendo todo el tiempo. Parado en una zona muy pobre y frente a mí estaba otro hombre parado sobre el lodo. Nos miramos. Era un hombre de corta estatura, delgado, con hambre, desempleado, cinco hijos, una esposa y una abuela. Yo el refinado economista de Berkeley, maestro de Berkeley, etc. Nos mirábamos frente a frente y no supe qué decirle; todo mi lenguaje de economista era obsoleto. ¿Debería decirle que se pusiera feliz porque el PNB había subido un 5%? Era absurdo. Entonces descubrí que no tenía un lenguaje para ese ambiente y que debía inventar un idioma nuevo. Ese es el origen de la metáfora economía descalza, que, en concreto, significa la economía que un economista usa cuando se atreve a meterse en los barrios bajos. Los economistas estudian y analizan la pobreza desde sus oficinas lujosas, poseen todas las estadísticas, desarrollan todos los modelos y están convencidos de que saben todo lo que hay que saber sobre la pobreza. Pero ellos no entienden la pobreza. Ese es el gran problema. Y es también el motivo por el cual la pobreza aún existe. Esto cambió completamente mi vida como economista. Inventé un lenguaje coherente para esas condiciones de vida”.

¿Y cuál es ese idioma? “Sabemos muchísimo pero entendemos muy poco. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos conocimientos como en los últimos cien años. Pero mira cómo estamos. ¿Para qué nos ha servido el conocimiento? El conocimiento no es suficiente. Carecemos de entendimiento. La diferencia entre conocimiento y entendimiento es clara. Imagina que tú has estudiado todo lo que puedes estudiar desde una perspectiva teológica, sociológica, antropológica, bioquímica y biológica sobre el amor. El resultado es que tú sabrás todo sobre el amor, pero tarde o temprano te vas a dar cuenta de que nunca entenderás el amor a menos de que te enamores. ¿Qué significa esto? Que sólo puedes llegar aspirar a entender aquello de lo que te vuelves parte. Cuando perteneces, entiendes. Yo entendí la pobreza porque estuve allí; viví, comí y dormí con ellos”.

Igualmente resulta muy difícil contestarles con el crecimiento económico a la veintena de personas, que tal día como hoy he contado en mi paseo matutino por Zaragoza pidiendo en las calles, cabizbajos y con carteles solicitando trabajo, y también algunos metiéndose y rebuscando en los contenedores de la basura. Como español son imágenes que me producen un extraordinario dolor. Sr. Rajoy, Montoro, De Guindos, Fátima Báñez respóndales a todos ellos con “estamos creciendo al 2% o al 3%”. Háganlo si tienen agallas. Deberían leer a Keynes el cual creyó siempre en las ideas, persuadido que se paga un alto precio por las falsas y que las adecuadas son aquellas que ayudan a resolver los dos grandes problemas acuciantes de nuestro tiempo, el de la pobreza y del desempleo. Al fin y al cabo, la calidad de una teoría se refleja en la capacidad que tenga de dar alguna luz a los temas que importan de verdad, al incidir en el margen de libertad y nivel de vida que disfrutemos.

Termino con una reflexión, que podría servir de alternativa para salir de este laberinto, que me la ha propiciado la lectura del libro “El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista” de Antoni Domènech. El título incita a su lectura y explica su contenido. Fraternidad significaba en 1790 –cuando en un célebre discurso ante la Asamblea Nacional Robespierre acuñó la divisa: Libertad, Igualdad, Fraternidad— universalización de la libertad republicana y de la reciprocidad en esa libertad que es la igualdad republicana. Es decir, que todos, pobres, humildes, criados, trabajadores asalariados, artesanos, campesinos, mujeres, todos los que necesitaban depender de otro para vivir y para existir, pudieran acceder como ciudadanos de pleno derecho a una sociedad civil de libres e iguales. Y podrían conseguir tales objetivos, si tenían sus propios medios de existencia garantizados. E igualmente estos principios políticos aparecieron reflejados en la Declaración de Derechos de la Constitución montañesa de 1793, año I en el calendario republicano, como los derechos al trabajo, al bienestar común, a la instrucción, a la insurrección si el gobierno viola los derechos del pueblo; y en su artículo 21: Las ayudas públicas son una deuda sagrada. La sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desgraciados, ya sea procurándoles trabajo, ya sea proporcionando los medios de existencia a los que no estén en condiciones de trabajar. Con el golpe de estado de Termidor de 1794 este proyecto republicano se vino abajo, y según Gerardo Pisarello, hoy estamos inmersos en otro Termidor merced a la implantación del neoliberalismo.

Esa vieja concepción republicana de la fraternidad, podría servir hoy como proyecto político. Se podrá objetar que es una utopía, mas estas son las que hacen progresar a los pueblos. También lo era hace 100 años el sufragio universal. El republicanismo no sólo es una opción por la forma de gobierno, pretende una democracia plena, es una visión de la sociedad y del Estado que excluye todo tipo de dominación ya sea política, social, económica, religiosa, cultural o de genero. El concepto republicano de libertad es un concepto activo, ligado a la igualdad y a la fraternidad. Ese ideal republicano de libertad no se reduce a los derechos formales, sino que se basa en la creación de mecanismos institucionales que doten de seguridad económica a todos los ciudadanos, para evitar que queden excluidos de la ciudadanía plena los sin recursos, los jóvenes, los parados, los inmigrantes, los dependientes… Sin independencia económica la libertad es muy limitada. Y una de las iniciativas, entre otras, para la realización de este ideal sería la Renta Básica Universal, que ya lleva tiempo defendiendo Daniel Raventós.

La vieja concepción republicana de la fraternidad podría servir hoy como proyecto político
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