viernes. 19.04.2024

Por Juan Carlos Rey

Siento tanto respeto por el periodismo que practican los caricaturistas de los diarios que por el que hacen los redactores. En una pequeña viñeta algunos dibujantes consiguen retratar con sentido del humor, ironía y mucha mala leche la realidad social que nos toca vivir. Les basta con un par de imágenes y dos o tres frases ingeniosas. Debo decir y digo eso sí que no todos son buenos. Hay algunos paquetes cuyos nombres no voy a reproducir por respeto al medio en el que publican que habría que deportarlos a Siberia. Me refiero a esos que por más que te esfuerzas no consigues entender, esos que además de dibujar rematadamente mal no tienen ni puñetera gracia. No es el caso de Ricardo, uno de los dibujantes de El Mundo que mejor trabaja este oficio, quien por cierto no ha perdido en absoluto después de su divorcio laboral con Nacho, que era el otro cincuenta por ciento del mejor binomio del gremio. Ricardo ha estado sembrado en muchas ocasiones, pero guardo en el recuerdo dos viñetas que tratan las dos grandes meteduras de pata del Gobierno socialista de nuestro visitante vacacional ZP: en una se veía a un señor que enseñaba a una ilusionada pareja lo que parecía una maqueta a escala del piso que se suponía que querían comprar. Para su sorpresa lo que les enseñaba el señor no era una maqueta, era el piso en sí, uno de esos en los que la ministra Trujillo pretendía meter a la gente, cosa que no sé si todavía pretende porque la cosa de las hipotecas y el precio de los inmuebles no está precisamente como para que ahora nadie se meta a invertir; en la otra se veía a un grupo de inmigrantes que acudía por vigésima vez a una delegación del Gobierno para intentar regularizar su situación y que se sorprendía cuando el funcionario de turno les advertía de que el nuevo requisito que se les exige para pasar al mundo de los legales no es otro que aprenderse la letra de la canción de la penúltima ganadora del Eurojunior, el “Antes muerta que sencilla”. Genial, dos retratos sarcásticos y perfectamente conseguidos de la verdad que nos ha tocado vivir en estos tiempos inciertos.

Deteniéndome brevemente en el tema de la regularización de inmigrantes, confieso que me he llevado un tremendo chasco con la medida impulsada por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales que dirige Jesús Caldera, uno más en los años de gestión de ZP y los suyos. Al principio, y a pesar de compartir algunos de los recelos de los más escépticos, no me pareció mala idea el intentar sacar de la clandestinidad a tantos y tantos inmigrantes que conviven entre nosotros y de los que se benefician muchos empresarios sin escrúpulos que se están llenando los bolsillos pagando la mitad de la mitad de lo que pagarían si tuvieran en plantilla a personas con contrato de trabajo y alta en la Seguridad Social. Me pareció que era una buena forma de sacar del fango la economía sumergida que tanto daño hace al país y que, no lo olvidemos, fomentó el Partido Popular (PP) en los ocho años de Gobierno de Aznar, de dejar de mirar en definitiva para otro lado a sabiendas de que el problema existe. Como además se habían establecido importantes exigencias para que la regularización fuera efectiva, la cosa me pareció todavía mejor. Sin embargo, poco a poco me he ido dando cuenta del fiasco monumental del proyecto Caldera.

Es tal el lío que se organizó, que hasta los propios inmigrantes se hartaron en seguida, porque más que un proceso de regularización pareció una tomadura de pelo. Los socialistas se percataron del fracaso de la medida, especialmente porque había pocos empresarios dispuestos a cumplir con las exigencias del guión, pocos que además quisieran pagar más por un servicio que les sale casi tirado desde la clandestinidad. Esta imprevisión es la que más nervioso ha puesto a todo el mundo, porque se ha pasado del control riguroso al casi “papeles para todos” del que tanto ha huido el PSOE a sabiendas de que en este país la mayoría de la gente quiere que se controle y vigile la entrada de extranjeros, porque cualquier sociólogo que se precie les habrá hablado del xenófobo que todos llevamos dentro.

Al paso que va la cosa, tendrá razón Ricardo, y valdrá con que los inmigrantes canten el “Antes muerta que sencilla” o el “Dónde estará mi carro” para que se puedan quedar tranquilamente en el país con todas las bendiciones oportunas.

La regularización irregular
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