miércoles. 24.04.2024

Por Andrés Chaves

1.- Llegó la nieve, esa blancura norteña que se posa en el volcán amable de Tenerife. Cubrió la nieve carreteras y retamas, se metió en los poros de la isla para regarla por dentro. Nos regaló un paisaje de invierno y trajo con ella la tentación de trepar allá arriba, colapsándolo todo. Deslizó la nieve su agua por las cuevas de lo alto, paralizó al pinzón, recluyó al conejo en su madriguera, regó la violeta, aquietó la perdiz, frenó al furtivo. Tenerife se ve distinto desde el monte, desde lo blanco; y, cuando anochece, la nieve multiplica la luz de los faros de los coches y eclipsa la luna de enero, que es también una luna empalidecida por la bruma. Se llenaron las carreteras de curiosos, porque la nieve no cansa nunca, sino que invita a la excursión, la aglomeración y el caos. El mago desea estar cerca de la nieve para dejar medio bocadillo congelado en Las Cañadas y que luego se lo coman los perros salvajes del abandono.

2.- No recordaba yo un invierno tan severo, ni desde los tiempos en que ocurre todo -la niñez-, ni desde los tiempos en que no ocurre nada -la madurez-. Quienes se han empeñado en la muerte de la tierra por ese eufemismo llamado cambio climático deberían volver a medir el mar (que no decrece) y la nieve caída sobre esta isla/laboratorio en la que moramos. Cuando la veo desde lo alto pienso cómo pueden ocurrir tantas cosas en un trozo de volcán desparramado donde no debería ocurrir nada. Luego, tras el amanecer, comienzan a salir de sus casas sus habitantes, como hormigas, llenando las autopistas de ruido; frenéticamente. Y dando vida al territorio que vomitó la montaña en un día de inspiración.

3.- Arde la tierra bajo mis pies, derritiendo la nieve de Izaña, pero yo no me doy cuenta. Nadie se da cuenta. Al fondo veo las luces de otras islas, envueltas por la bruma y tan cerca de mí un pico que toca el cielo. Su sombra se proyecta en el Atlántico, como un ascua de luz. El invierno en la montaña tiene tanta magia. Qué suerte la de Pedro , el director del Parador Nacional de Turismo, que puede ver anochecer y amanecer desde Ucanca; un privilegio. La silueta del parador nos avisa en la lejanía. Hemos llegado. Están a punto el puchero canario, el almogrote gomero, el queso herreño, las almendras de Vilaflor, el vino de Tacoronte y la estufa de leña. Otro Tenerife, Dios mío, de tantos que tenemos.

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La nieve
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