martes. 23.04.2024

Todo el mundo es bueno cuando muere, como es triste fama. Pero no somos nadie. Y algunos menos que nadie. Eso lo ves en cualquier funeral o entierro. Sobre todo ahora que se está muriendo gente que no se había muerto nunca antes. Esta misma semana se ha ido Antonio Cubillo, a quien espero que los muertos del mayor accidente de la historia de la aviación mundial (583 fallecidos en Los Rodeos en 1977, que se escribe pronto y fácil,) reciban allá por donde anden con las mismas manos o alas abiertas que los miles de fusilados en Paracuellos recibirían hace unos meses a don Santiago Carrillo.

Fallece Cubillo a los 82 años y, al igual que sobre el mentado Carrillo, se escribe de todo –y no todo muy atinado- en la prensa regional o nacional. Les pongo distintos y distantes ejemplos de lo que he leído en los periódicos impresos, que haberlos haylos todavía, a pesar de la invasión digital:

En ABC, Bernando Sagastume escribe que “su muerte llega sin que la opción independentista haya calado en la sociedad canaria, al haber sido siempre una opción muy minoritaria en una región que siempre ha huido de las posiciones extremas cada vez que ha sido llamada a las urnas”.

En La Provincia, el socialista Ángel Tristán Pimienta argumenta que “en el fondo, Cubillo sólo fue un patético peón movido por los últimos soplos de la Guerra Fría”. Caliente, caliente… También Santiago Díaz Bravo define a Cubillo en ABC como un rehén de la guerra fría: “La democracia se impuso y se instauró el estado de derecho. Antonio Cubillo, sin embargo, no pareció darse por aludido”.

En Canarias 7, Francisco Chavanel advertía que “Cubillo sólo tenía un problema: vendía un producto adulterado. Nadie quiere ser ni se siente africano. Tampoco creo que mucha gente sepa lo que realmente somos. […] Era un Cubillo dolido y doliente que hablaba con un cuchillo en la boca contra casi todo. […] Me trataba como a un peninsular residente; me adulaba con condescendencia, me salvaba la vida cada vez que podía. […] Yo le decía que era un terrorista, acordándome de la tragedia de Los Rodeos, y él me respondía que yo era un godo, al servicio del Estado español”.

Lorenzo Olarte, siempre instalado en el cinismo político del que ha hecho gala a lo largo de su todavía más larga carrera política, apunta a toro pasado (él fue crítico taurino antes de declararse nacionalista de vía estrecha) que “Canarias le debe mucho a Antonio Cubillo, y ahora que ha muerto lo puedo decir en alto”. Y apunta que Adolfo Suárez, que ya no lo puede desmentir porque la desmemoria invade al ex presidente español desde hace años, le llegó a decir que “el mayor negocio que han hecho los canarios es Cubillo”. ¿Ustedes se lo creen? Yo tampoco. Y viniendo de Olarte, mucho menos. Que nos cuente ahora una de indios, como hacía cuando estaba en la primera línea política, en su calidad de galaico-canario vendedor de humo.

En El Día, Juan Manuel García Ramos, otro nacionalista de aluvión, firma otra columna de urgencia para manifestar que “los que tuvimos la oportunidad de conocerlo a fondo sabíamos que la naturaleza lo había dotado de una imaginación prodigiosa, tan prodigiosa que abrazó las utopías como si fueran hechos consumados”. ¡Y tanto! Daniel Millet destaca en La Opinión de Tenerife que “tras el fracaso electoral, su activismo se limitó a artículos y actos públicos”.

Especial morbo tenía lo que tuviera que decir en el obituario de Cubillo el diario El País, en cuya empresa ahora es mandamás el mismísimo Rodolfo Martín Villa que viste y calza, y a quien Cubillo culpaba de lo que ustedes ya saben. La necrológica la firma Jesús Duva, que recuerda que “la sentencia declaró probado que personas pertenecientes a los servicios policiales españoles fueron quienes decidieron la desaparición de Cubillo. Estas personas, según los magistrados, actuaron desde las mesas de sus despachos”. Y hasta aquí puedo leer, le faltó añadir al redactor de El País…

Apenas unas horas después del fallecimiento de Cubillo, seis parlamentarios regionales, entre ellos el conejero David de la Hoz de Coalición Canaria (formación falsamente nacionalista de la que Cubillo echaba pestes todo el rato y por todas las esquinas), pedían “a título personal” que la Cámara rinda tributo al fundador del MPAIAC. ¿No fumas, inglés? El periodista Bernardo Sagastume, citado más arriba, tilda la ocurrencia como simple o simplona provocación de esos seis “representantes del pueblo que piden que el Parlamente honre la figura de quien reivindicó la autoría de dos centenares de atentados con bombas, uno de ellos causante de la muerte de un policía y otro –que debería haber bastado para acabar con la imagen de clown simpático e idealista que muchos veían en él- del que se derivó el terrible accidente de Los Rodeos en 1977. […] Que la moción lleve la firma de una diputada del PSOE palmero demuestra hasta dónde llega la desorientación de la casa socialista. […] Hay mucho infantilismo de tenderetero, del ay, mamá, bandera tricolor, qué divertido, qué vacilón, que se canta en las fiestas populares y que uno sospecha como el más intenso contacto con la cultura que deben tener varios de los firmantes. […] No deja de ser una notable paradoja que un Parlamento, el ámbito donde se entiende que mejor se manifiestan las virtudes de la democracia, se someta a homenajear a alguien que nunca quiso ser parte de ese juego democrático y que, sabiéndose parte de una minúscula minoría, careció de la valentía de presentarse a las elecciones”.

Descanse en paz el líder popular que no tenía pueblo que lo apoyara o apoyase en nada. (miguelangeldeleon.blogspot.com).

La muerte te sienta tan bien…
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