miércoles. 24.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Tienen mala fama entre los más viejos del lugar los años que terminan en 7 con respecto a los registros pluviométricos, que los llaman. Pero es lo cierto que el primer mes del 2007 ha traído las lluvias por las que ya llevaba meses esperando la siempre agradecida tierrita insular, que dentro de unas horas volverá a verdear gracias a las aguas tranquilas y vivificadoras del pasado fin de semana.

La noticia verdadera, la auténtica buena nueva que contrasta con las improductivas matraquillas o peleas políticas intramuros de todos los partidos, es la del maná celestial disfrazado -ahora que llegan los carnavales- de lluvia, ese espectáculo cuya visión nunca nos cansa ni aburre a los adictos al mismo. Lo que llaman mal tiempo los meteorólogos más desorientados, o “los hombres (y mujeres) del tiempo” más despistados de la caja tonta televisiva (que suelen saber de meteorología lo mismo que usted y yo de física cuántica), es lo que los conejeros de islita adentro tenemos, desde siempre, como el mejor tiempo posible.

Se sabe, porque viene de muy atrás, que si algún motivo auténtico y bien fundamentado tenemos en Lanzarote para celebrar algo es la llegada de las lluvias, tal que los indios de las praderas americanas, por más y por mucho que el beneficio para la poca agricultura y ganadería que nos va quedando a día de hoy sea ya más bien escaso. Puede que sea un tic de la memoria del tiempo de los abuelos. Un pellizco de inútil melancolía, quizá. Puede ser eso: un recuerdo engañoso. Pero llevamos escrito en los genes la necesidad y la benignidad de la lluvia, así diga misa o añada el sermón el Gobierno regional con sus constantes alertas rojas o encarnadas.

Verdad es también que existe el serio peligro, en esta pobre islita rica sin gobierno conocido en donde los políticos siempre andan en campaña electoral, y más ahora que estamos en tiempos de vísperas, de que algún partido o representante del mismo en cualquier institución pública se atribuya el día menos pensado el mérito de la lluvia, puesto que en la degradada actividad política local toda mentira política encuentra sitio y acomodo, como es triste fama.

Aunque sea una opinión muy poco correcta en esta época de perdición y servidumbre, tengo para mí que, aparte de los evidentes beneficios para la agricultura -si la hubiera o hubiese-, y excepto para la insufrible caos-pital de Lanzarote (que está igual de estancada con lluvia o sin ella, puestos a contar verdades), el agua que cae del cielo nos viene bien a los lanzaroteños hasta para espantar a algún turista, que ya nos van sobrando ((ah, bendita crisis turística, Dios la confirme!). Eso nos ahorraría, del bolichazo, el tener que aguantar la jaqueca que nos dan algunos con sus reiterados saltos de alegría cada vez que se supera un "récord de afluencia turística", para bien de los cuatro gatos con botas que se ponen las mismas: los únicos que cortan el cherne y parten y reparten la plata en este negocio del sol y playa, rugidos de discoteca y especulación urbanística.

En hablando de lluvia y especuladores (como los banqueros, que administran la usura), el casi siempre genial escritor y periodista gringo Mark Twain se refirió a la primera y retrató a los segundos en una misma frase: "El banquero es un señor que nos presta el paraguas cuando hace sol y nos lo exige cuando empieza a llover".

Si la lluvia te obliga a estar en casa, es más que recomendable escuchar su celestial sonido mientras te lees -un suponer- la deliciosa biografía del mencionado Twain, editaba recientemente en España por Espasa. Saboreas la mejor literatura, mientras "la lluvia cae y moja las piedras del camino", como escribió Neruda, que tampoco era mal poeta, aunque a veces se mojó demasiado en algunos charcos ideológicos. ([email protected]).

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