viernes. 19.04.2024

Por J. Lavín Alonso

La Historia no ha sido precisamente parca en darnos a conocer hechos en los cuales se ha podido constatar que los poderosos siempre han sabido encontrar y utilizar a segundones que ejercieran el papel de factótums o esbirros y llevasen a cabo toda suerte de acciones que sus, por otra parte, limitadísimos escrúpulos o un decadente sentido de la decencia, les aconsejaban no acometieran por si mismos.

También sabemos por las mismas fuentes que en cuanto los hechos se revelaban contrarios a dichas obscenas acciones, lo primero que hacían los tales poderosos -lacra esta que parece estar indisolublemente ligada a la humanidad cual pecado original- era arrimar toda la culpa a la sardina del tonto útil de turno y, en el mejor de los casos, derribarlo de su pedestal. Pues bien, a pesar de los múltiples ejemplos mencionados, siempre resulta harto fácil encontrar substitutos dispuestos a vender su alma al diablo por unas migajas de poder.

Cuanto envilecimiento se requiere y cuan triste debe resultar a la postre tener que salir a dar la cara y a justificar las necedades y desafueros ajenos, todo ellos a cambio de un oropel barato, y que amargas deben resultar las lentejas habidas de esta poco digna manera, máxime sabiendo que al menor revés serán los chivos expiatorios los primeros en caer en un inútil intento de dejar a salvo la abyecta postura del amo de turno.

Arrimarse a la sombra del poderoso es muy mal negocio y los resultados suelen ser funestos, pero los ambiciosos, que nunca faltan, erre que erre. Algunos incluso llegan a ejercer los cargos por partida doble, o ainda mais. Naturalmente, todo lo aqui expuesto son solo reflexiones íntimas, escritas a vuelapluma y no tienen relación alguna con personas o situaciones reales. en caso contrario, se trataría de una mera coincidencia... o puede que no.

La insoportable levedad del factótum
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