viernes. 29.03.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

El ministro de Cultura, César Antonio Molina, quizás pensando en que la cultura es un buen refugio para los tiempos de crisis y para salir de la adversidad, acaba de tirar de veta para presentar un pomposo método que active nuestras adormecidas industrias culturales. Hasta ahora más bien parecen ser flor de un día, mientras dura la subvención. Confiamos también que esa actuación ministerial marque un antes y un después, haciéndola extensiva a la diversidad y, de una vez por todas, premiar el culto a la voz de su amo sea agua pasada que ya no mueve molino. ¡Qué gran noticia!

Sin duda, el reto del titular de la sapiencia debe ser generar pensamiento, propiciar ideas en un mundo plural, donde nadie, ni tampoco industria cultural alguna, que lo sea en verdad, quede en fuera de juego. Un diálogo que supone avanzar, hacer que las personas acepten no sólo la existencia de la cultura del otro, sino que también deseen enriquecerse con ella. Y, asimismo, también se debe evitar ceder al relativismo y al sincretismo y debe ser animado por el respeto sincero a los otros y por un generoso espíritu comprensivo.

A la hora de subvencionar a esa industria cultural, que constitucionalmente los poderes públicos han de promover y tutelar, habrá que ver tanto su línea de actuación como su cadena de valor. Habrá que discernir lo qué es cultura de lo qué es propaganda, por ejemplo. Téngase en cuenta que es dinero público. Apoyar sin complejos la cultura como cualidad distintiva de la ciudadanía, portadora de identidad, valores y significados, será un gran avance. De cara a los tiempos actuales, avivar este cultivo es tan preciso como necesario, puesto que es un mecanismo de cohesión social, de participación democrática y de enriquecimiento personal y colectivo.

La cultura, y por ende la industria cultural, debe ser el universo que universaliza y el cauce donde la vida humana se humaniza. Esta es la cultura que debemos fomentar. Más allá de los meros proyectos que sólo innoven, ha de estar la escala de valores que dignifiquen al hombre. Más allá de la internacionalización de las industrias culturales, debe estar la interiorización del ser humano como creador de culturas, a las que hay que respetar y proteger. Por encima del talento y de la creatividad, teniendo en cuenta además que cohabitan muchos charlatanes de salón empeñados en demostrar que son creativos, están los valores estéticos que a veces, por desgracia, no cotizan en ninguna gestión cultural. La cultura tiene una importancia fundamental para la vida de un país y para el sembrado de los valores humanos más auténticos. Por eso, a la industria cultural quizás haya que subvencionarla, sí, pero también ponerle alma y discernimiento.

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La industria cultural
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