jueves. 28.03.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

La guitarra, que siempre fue española cien por cien, y sus cuerdas andaluzas desde que Manuel Machado puso la voz de los cantares en algo que acaricia y algo que desgarra, resulta que ahora en Estados Unidos es también el instrumento que, como divertimento, más se vende. Reconozco que se me llena el corazón de alegría pensando en estas pujanzas musicales, portadoras de un lenguaje de libertad. Poblar el ambiente con estos sones, tiene su punto de ocio y, asimismo, su pausa educacional. Además de servirnos como catarsis, de igual forma nos vale para ayudarnos a sobrellevar mejor las tormentosas emergencias terroríficas que padecemos. El que la atmósfera se parezca más cada día a una desapacible cámara de gas incendiaria, antes que a un campo apacible de músicas poéticas, nos hace pensar en esa guitarra que nos alarga el verso y nos achica el dolor. Creo que nos hacen falta estos acordes instrumentales como purificación interior, aunque sólo sea para desinfectarnos por dentro de las muchas adicciones que nos salen al encuentro.

No hay como dejarse acompañar por el llanto de la guitarra lorquiana, a la que es imposible callarla, para purgarse. Lo recomiendo. Estas cuerdas de Federico son mágicas, tienen duende y conversan en todos los idiomas, hacen llorar a los sueños y reír a las piedras, envolverse de cantes y evadirse de alucinógenos. Es una manera sana de incubar el vuelo de la belleza y de acabar con la creciente moda de consumir drogas herbales. Al parecer este comercio es el gran negocio del siglo, a juzgar por el número de tiendas que nos abren sus ventanas a poco que naveguemos por el espacio virtual. Me cuentan que los pedidos por correo electrónico, para este tipo de sustancias prohibidas, se han disparado. Pienso yo, en consecuencia, que mejor sería pedir una guitarra con alma, entre clásica y flamenca, en vez de este tipo de explosivos milagreros para el cuerpo, al fin grisúes para la vida.

La música de guitarra tiene una presencia prominente entre los estadounidenses. La razón es bien clara. En todos los segmentos demográficos, la guitarra se asocia -según informes que tienen- con diversión, creatividad, inspiración y otros atributos positivos. Estoy de acuerdo con este catálogo de beneplácitos. En un tiempo en el que parece que cuenta sólo el ansia de producir y enriquecerse, veo muy reconfortable llevar alegría y diversión a la vida que nos ha tocado vivir, siempre para bien, porque el mal es un invento humano. Revivir recuerdos y esparcimientos a través de los brazos de una bandurria, me parece lo mejor de lo mejor, una acertada manera de reunirse y de unirse.

Ya se ha dicho. Por los hondos caminos de una guitarra la pena se olvida y la tristeza se ahuyenta. Los jilgueros del aire vibran emociones que serenan y los campos se vuelven balcones de fiesta, donde nadie puede permanecer indiferente. Nos hace falta tomar esta respiración sana, el pulso armónico que una guitarra siembra a través del viento y del vientre del verso, disfrutar realmente del gozo, para no caer en las redes de un divertimento aparente, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que nos han querido meter por los ojos, mediante un aluvión de endemoniadas pastillas de los mil y un sabores fantasiosos. Se olvidan que la guitarra es la más nívea fantasía. Que se lo digan a los corazones.

Pues, entonces, vengan guitarras al mundo. Y que cada cual nos interprete un concierto para que el niño dormido se despierte. Lo prefiero antes que los anuncios de postizo júbilo, o esa ficticia campaña que nos llama a una vida desenfrenada y de consumo. En realidad todo esto es un instrumento de muerte y yo busco un instrumento de cuerda que nos de savia, lo que hoy se dice ganar calidad de vida, para disfrutar saludablemente del libro abierto de la naturaleza. Detesto la anticultura que ignora el rasgueo de un instrumento que nos da fuerza. Ahí va la tarjeta roja, ganada a pulso, por habernos puesto en el terreno de la vida la amargura en la boca, en lugar de una guitarra que nos dulcifique la existencia. Música tan de verdad -dijo el poeta, cuando versó a la guitarra- que las estrellas se callan para poderla escuchar.

Cuando una guitarra suena, hay que pedir silencio y escuchar. El mundo de las ilusiones se alza como un ciprés al aire; pero, de igual modo, descienden los sentimientos. Es como un balón de oxígeno, que tiene en su caja de resonancia, todos los abecedarios de las verdes ramas. Representa un tronco común, universal, de expresión armónica hacia esa belleza que todos buscamos. La guitarra se ha convertido en un instrumento favorito. Todas las bandas de jóvenes utilizan hoy este instrumento de cuerda. Me gustaría que también fuese instrumento preferido en las escuelas. Considero que puede ser un buen aliado para desarrollar aspectos imaginativos, de aguzar el oído y una forma divertida de expresarse, auscultando los sonidos. En todo caso, el cultivo de la guitarra, lo veo como un excelente procedimiento para relajar tensión y remediar males. En verdad, si no fuera por una guitarra, habría que inventarla e inventarse una manera de poner abecedarios al flamenco, al jazz, al blues, al POP, o al mismísimo rock.

Yo me reafirmo que en España tenemos las mejores maderas, los más lúcidos artesanos constructores y también un buen puñado de ingeniosas manos, instruidas en el arte, que ponen voz a la guitarra y un estallido de poemas en el ambiente. Por si alguien tiene dudas de nuestros guitarristas, Manuel Machado, puso la denominación de origen con este verso: “Vino, sentimiento, guitarra, poesía/ hacen los cantares de la patria mía...” En suma, yo que suelo aceptar a pies juntillas lo que versan los auténticos poetas, admito que se podrán comerciar más instrumentos en otras partes del mundo, pero los cantaores de la tapa armónica tienen un calado de polvo, sudor y hierro, el Cid cabalga, que les hace singulares donde el aire ya es verso que canta. Como en España, ni hablar; lo dice la copla. También para la guitarra, lo dice servidor.

La guitarra como catarsis
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