jueves. 25.04.2024

[Puesto que a la petición o sugerencia hecha bajo la columna anterior a ésta por algún lector para que añada aquí otro capítulo de la serie “Allá cuando chinijos” se sumaron luego varios correos electrónicos enviados a la dirección que aparece al final de esta columna, y puesto que el que firma sólo es un mandado, hágase así su voluntad]

A la Sociedad de Recreo El Porvenir de San Bartolomé, que aseguran los viejos que se fundó unos años antes de iniciarse la Guerra Civil española y que tuvo entre sus pioneros al mismísimo don José María Gil, el señor que escribió El Sorondongo y el que tiene una tiendita en donde también vende y afina objetos musicales como las guitarras que nos compraron nuestras respectivas madres para nada (ninguno aprendimos nunca a tocar, pues nuestra afición o devoción infantil era más balompédica que musical), nosotros siempre la hemos conocido y llamado con el sobrenombre de El Casino, quizá porque íbamos allí preferentemente a jugar al billar o chapolín. Otros jugaban a la baraja, pero nuestra pandilla hacía ascos de las cartas, que teníamos como entretenimiento para mujeres ociosas o gente mayor y aburrida. En las últimas fechas nos hemos ido aficionando también al ajedrez, aunque sólo lo practicamos si no tenemos o si se nos ha picado el balón, alfa y omega de nuestra única religión verdadera: el fútbol.

Hace unos meses que se iniciaron las obras para la remodelación y ampliación del Casino. Ya se ha levantado su esqueleto, con tres plantas repletas de columnas de cemento y broza. Se rumorea que van a poner una biblioteca como Dios manda, y una sala para la televisión. Cuando la luz eléctrica todavía no había llegado a San Bartolomé, el Casino era el único sitio en el que se podía ver la tele porque contaba con una instalación eléctrica propia. Y allí, en la pequeñita pantalla en blanco y negro, vimos jugar por primera vez al Barcelona, que le hizo un 0-5 al Real Madrid en el Santiago Bernabéu, cuando Cruyff era el mejor jugador del mundo y parte del extranjero.

Los bailes en el Casino de San Bartolomé, que apenas encuentran rival de cierto peso en los de Tías, convocan a lanzaroteños de los siete municipios, más el añadido de no pocos peninsulares que cumplen el servicio militar en la isla. Nosotros, como no tenemos permitida la entrada a los mismos por ser menores de edad, nos empeñamos invariablemente en colarnos, no porque nos gusten los bailes, claro, sino por el mero hecho de saborear lo prohibido. Por eso intentamos muchas veces, y casi siempre inútilmente, burlar la vigilancia de Felipe de León, el maestro tonelero que lleva años ejerciendo de conserje, cobrador y vigilante del Casino. Néstor se ha llevado ya algún coscorrón suyo, seguramente más que merecido.

-El sábado el Casino trae una orquesta de Tenerife -nos avisa el propio Néstor, que está siempre al acecho, aunque no sabe ni cómo se llama el grupo.

-Tiene un nombre en inglés que no sé pronunciar bien, pero mira la foto de la vocalista. Yo este baile no me lo pierdo por nada del mundo, se ponga como se ponga el portero...

Los chinijos íbamos como gatos castrados: detrás de las gatas más llamativas por mera inercia (probablemente hormonal), porque ni podíamos hacer nada ni sabíamos aún qué se podía hacer exactamente con ellas. Puede que pasen años, e incluso décadas, y sigamos sin saberlo. ([email protected]).

La gata en el Casino
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