viernes. 29.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

Un Consejo Pontificio nos pone en alerta, porque esto de la educación puede que todavía sea una distinción de clases, algo que venimos arrastrando desde Confucio, advirtiendo sobre el eficaz valor de la instrucción, a la que consideran un factor saludable para la paz y, en consecuencia, apuestan porque debe ser algo que ha de ser tomado por todos los sectores de la sociedad, quizás pensando en cosechar respiraciones más virtuosas que las del momento actual. En vista de lo visto, cristianos y budistas convienen educar a las comunidades a vivir en armonía. Desafío que es de agradecer cuando el volante de la maquinaria social le importa un bledo todo aquello que no sea productividad y productivo. El tanto tienes, tanto vales; o el tanto produces, tanto me interesas, se ha convertido en moneda que abre todas las puertas por muy animal que sea la bestia.

Estoy de acuerdo de que la educación, más que cualquier otro recurso de origen humano, es el gran igualador de las sociedades. Desde luego, para convivir se precisan otros talentos menos altaneros, puesto que todos hemos de aprender de todos, también de sus creencias para superar prejuicios e incomprensiones. Ciertamente, la educación es un asunto de capital importancia, sin embargo tengo mis dudas que así se considere, puesto que sería entonces más fácil consensuar los valores a transmitir. De hecho, sostengo mis reservas sobre las generaciones que ahora están madurando, si ven reforzado con los actuales planes de estudio, esencias de vida como puede ser el respeto, la acogida, la justicia, la igualdad...; porque no sólo ha de ser transmitir conocimiento, hay que también preservar valores sociales conciliadores.

A mi juicio, educar no es dar carrera para vivir bien, sino templar el alma para convivir mejor. Y para este tipo de educación, que es a la que todos debemos aspirar para nuestros hijos y para nosotros mismos, no puede existir la distinción de clases, que todavía prolifera, en la medida que el sistema de becas aún actualmente es deficitario y no cubre en su totalidad el gasto para que se garantice la verdadera igualdad de oportunidades. Por otra parte, para dar un futuro a las nuevas generaciones, es fundamental que la educación se entienda como algo integrador e integral y se extienda a todos los ciudadanos. Si de lo que se trata es de formar seres aptos para convivir con la diversidad, de gobernarse a sí mismos, hay que proporcionar una educación participativa lejos de todo partidismo.

Las barreras educativas no tienen sentido. Un pueblo culto siempre avanza. Pues hay discriminaciones mal que nos pese. Hay distinción de clases porque la calidad de la educación no es la misma en unos centros que en otros. Hay distinción de clases porque tampoco se garantiza una igualdad efectiva de oportunidades, a veces faltan esos apoyos necesarios para realizar master universitarios que capacitan para la realización profesional. Hay distinción de clases porque en muchas comunidades falta una intervención educativa compensatoria para aquellos estudiantes que viven en condiciones socioeconómicas desfavorables. En educación, a mi manera de ver, hay muchas deudas sociales y pocos haberes, a pesar del caudal de legislaciones que cada gobierno aviva. En todo caso, podemos tener las mejores normas, pero si luego no se libra presupuesto para llevar a cabo la aplicación de la ley de bien poco sirve.

Además, por si fuera poco el descontento y el descontrol, resulta aborrecible esa avaricia competitiva que tienen los que creyendo que saben algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos con menor costo. Y lo que aún es más vil, que la educación superior, que exige especialización de cursos de todo tipo, sumamente gravosos, sea una formación para cierta élite a la que no pueden acceder jóvenes en condiciones económicas precarias. Son asignaturas pendientes de ayer y de hoy, de todos los gobiernos españoles, esperemos que no lo sean de mañana. Una vela por la educación sin distingos ni distinciones.

La distinción de clases
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