martes. 23.04.2024

José H. Chela de Canariasahora.com

Pues, evidentemente, no existían motivos auténticos y objetivos para la euforia que se despertó en torno a la selección nacional de fútbol. No es que uno la compartiese: en la porra del círculo de amigos aposté por el resultado de 2-1 a favor de Francia, en este último y lamentable encuentro que ha significado al adiós de nuestro equipo a los Mundiales de Alemania. Me chafó el envite el señor Zidane a quien, supuestamente, los raúles, xavis y puyoles iban a jubilar anticipadamente. Siempre que ocurre igual, pasa lo mismo. Pero, eso no es un consuelo.

Tiene razón un lector que ayer se carcajeaba de un servidor. Los independentistas canarios que ondearon su bandera a favor de Ucrania en el primer choque del campeonato, tenían más ojo y más visión de futuro que yo: los ucranianos han pasado a la siguiente fase y los del tiqui-taca han tenido que hacer las maletas y empezar sus vacaciones antes de tiempo. Justo es reconocerlo.

Uno no estaba eufórico, como les digo, pero la euforia colectiva existió. Una suerte de espejismo generalizado que hizo ver a la multitud algo inexistente: un conjunto competitivo y vencedor capaz de llegar a la gran final del torneo. Los medios de comunicación, sobre todo los especializados en deportes, han tenido mucho que ver en el fenómeno. Pero, ahora, como en este país somos pendulares por naturaleza e idiosincrasia, hemos pasado de la euforia a la deseuforia, si se me permite el palabro. Y los jugones, que se han venido llamando hasta anteayer, se truecan, al día siguiente de la derrota, en señoritingos especializados en el toque, pero sin garra, ambición y coraje. Luis Aragonés ya no es el sabio, sino el totele de Hortaleza, y Torres, más que niño es un niñato al que ya nadie se atreverá a comparar con el Pelé de Brasil o el Maradona de Argentina. Una pasada que, sin embargo, un periódico -el de más tirada de la nación- osó publicar en su primera página. Por supuesto, Nostradamus ha quedado, como profeta, a la altura del betún, y se ha vuelto a demostrar que sus vaticinios sólo son válidos si se interpretan después de sucedidos los acontecimientos.

No se podía -o no se debía- espolear de tal manera las esperanzas de la afición. Titulares referidos a los franceses, a quien había que tener, y se ha demostrado, un respetito, como “los vamos a machacar” o “nos tienen verdadero pánico” fueron, cuando menos, tan atrevidos como la ignorancia y, mayormente, eso: irrespetuosos. El jarro habitual de agua fría que recibe nuestro combinado nacional en las competiciones internacionales invariablemente, hubiese sido menos gélido sin esa mediática y disparatada escandalera triunfalista.

Uno se pregunta si esa amalgama de unidad cuasi patriótica que generó, durante tan poco tiempo, la selección española estas semanas de atrás, se diluirá tras el fracaso futbolero. Probablemente, sí. Y, entonces, se podrá seguir hablando, claro, del desmembramiento del país y de la desvertebración del Estado.

Pues qué bien.

La deseuforia
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