viernes. 19.04.2024

Se llama Flor. Es conejera. Nacida y criada en Mozaga, para más señas, justo en el centro u ombligo de esta pobre islita rica sin gobierno conocido. Y es fría y apasionada, como todas las nacidas bajo su signo zodiacal. Y, sin embargo, a esta piscis no le gusta el agua y huye de la piscina como quien de la peste, ya usted ve: paradojas de los engañabob... de los horóscopos, quería decir. Es alegre y triste. Va por ratos y por rachas. Y es buena y pérfida, según sople el viento. Se siente a veces guapa y en ocasiones la más fea del lugar. La dualidad total. El contrasentido hecho carne. El eterno femenino, ya se sabe: “La donna è movile/ qual piuma al vento. /Muta d'accento/ e di pensiero”.

A Flor le gusta estar con los suyos, y especialmente con ellos, pues los considera más atractivos que a ellas. No tiene novio conocido -igual es que se lo calla, la muy cuca-, pero sí muchos pretendientes que la acechan y la asedian a diario, debido a su hermosura incontestable y evidente. Si lo sabré yo, que la vigilo noche y día... (bueno, más de noche que de día, porque duermo a deshoras).

No está gorda ni flaca del todo, y sus medidas son las normales a su edad. ¿Sus ojos? Negros como el carbón. ¿Su pelo? Canelo o castaño, pizco más o menos. ¿Su cara? La más bonita. Doy fe.

Flor no tiene trabajo fijo, ni tampoco circunstancial o momentáneo. Pero porque ella no quiere, claro, porque es alegre, extrovertida y muy sociable... hasta que deja de serlo, pues todo tiene un límite, incluso en su regalada vida.

Ella es un montón extrovertida. Se fía de la gente al momento. Hace amigos enseguida, casi a la misma velocidad que se gana enemigos cuando se lo propone.

Le gusta viajar como a la que más. Sobre todo en coche. Y salir al campo y a la playa (sin entrar en el agua, se sobreentiende). Pero odia la discoteca, porque allí las habituales de su mismo sexo suelen ser incluso más tontas que ella, con diferencia. Porque a Flor, por si no lo he contado aún, no le gusta leer. Nada de nada. Póngale usted cualquier papel delante de sus ojos y correrá el riesgo de que le muerda la mano a las primeras de cambio. Sus estudios son poquitos tirando a ninguno, como los míos, y ella no quiere o no sabe disimularlo, porque la cultura se puede esconder pero no falta de ésta no, como es triste fama.

Tampoco le apetece a ella saber nada de fotos. Ni de portadas de revistas a todo color. Ya queda dicho que no es muy inteligente pero tampoco tan pazguata como otras. Así se evita, además, que le hagan preguntas tan personales como simplonas y responder a su vez con otras tantas sandeces. Que pase de ella ese amargo cáliz.

Su principal virtud es que no es rencorosa ni se tiene noticia de que envidie a nadie. Su mayor defecto es que a veces es muy impulsiva y no controla sus emociones más primarias, que las evidencia en público, delante del primero que pasa. Nadie es perfecto, y ella tampoco.

Se llama Flor, como les dije antes. Es mi perra. Me la regalaron tiempito atrás por el cumpleaños (el mío, no el suyo). Para mi gusto, es una monada. Y se me olvidó decir que sus colores preferidos son el blanco y el negro, porque sólo ve esos dos (o una gama de grises, como mucho). Es congénito; les pasa igual a todos los de su canina especien: no pueden ver otros colores que los citados. Por eso ella no sabe que el flamante campeón de la Liga 2005/06, por segundo año consecutivo, es azulgrana, blaugrana, rojiazul cuando cambia de pantalón como esta temporada (cosa de la maldita mercadotecnia), o amarillo a veces cuando juega fuera, en el resto de Europa, donde la última misa en la actual Liga de Campeones se dirá en París, y también allí estará este Barça que, a ojos de mi pobre perra, viste los mismos colores que los árbitros de antes: de oscuro, como el color de aquella época en la que el rey de los tuertos iba de blanco. ([email protected]).

La conejera más guapa
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