viernes. 19.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Lo fácil que es pedir, de palabra que no de hechos, solidaridad con los migrantes y lo complejo que resulta, sin embargo, la integración en un mundo global. ¿Qué está fallando, pues? Casi siempre faltan esas condiciones favorables básicas, de protección auténtica, de apoyo incondicional y de compromiso real, que supondría alcanzado este aval defensor, la superación de las numerosas formas de marginación. Se dice, se comenta en todos los foros, se pregona a todos los aires, que es preciso y justo tomar conciencia de la necesidad de armonizar las políticas económicas con las sociales. Hablar por hablar. Se siguen buscando resultados exclusivamente económicos y las políticas sociales se quedan en migajas o no pasan de ser un guión novelístico, totalmente irrealista e insostenible. He aquí una realidad bastante común, que ha saltado recientemente a la prensa. Hace unos días, Cáritas española destapaba la hambruna en un campamento de inmigrantes en la zona de Huelva. La asociación humanitaria tuvo que atender a un grupo de 24 malíes que llevaba varios días sin alimentarse. El colectivo estaba tirado en colchones y con calambres. Podríamos seguir ofreciendo más penurias.

Carencias que viven algunas personas mientras otras despilfarran y derrochan, inclusive las instituciones. Creo que se han licuado los valores éticos y la corrupción es un mar bravío que nos degenera. Todavía el derecho de todo ser humano a una integración en el mundo del trabajo, en condiciones de igualdad, brilla por su ausencia. Los trepas, legión en las sociedades opulentas, no conocen otra música que ¡triunfar, triunfar, triunfar, caiga quien caiga! Les importa un pimiento la soledad de los inmigrantes que no tienen nada ni a nadie.

Va siendo hora de que todos los gobiernos del mundo propicien políticas migratorias reales que fomenten la unidad familiar mediante su reagrupación e intensifiquen en común la lucha contra el negocio de la inmigración irregular, pero no contra la inmigrante en si, que también es un víctima de esas mafias que les utilizan. Por supuesto, las naciones deben superar valoraciones interesadas y mercantilistas; dando paso a una visión migratoria como derecho y posibilidad de desarrollo humano de la persona migrante, a la que tenemos que auxiliar y debemos respetar, sobremanera su identidad cultural. En cualquier caso, si hay algo que hemos de respaldar, o cuando menos favorecer con nuestras actitudes, es la cultura de la acogida. Para empezar, debiera estar presente en todos los planes escolares, superada la prueba del rechazo, la integración social sería coser y cantar. Debemos ver a los inmigrantes con los ojos humanitarios, son personas ante todo y por todo, más allá de unos meros documentos. La hospitalidad no entiende de papeles o sin papeles, sólo de corazón. Cuidado con criminalizar el cobijo. No olvidemos que toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y que, en caso de persecución, se tiene derecho a buscar asilo y disfrutar de él en cualquier país.

Por desgracia, cuando muere un migrante no pasa nada y son muchos los que mueren atravesando fronteras y frentes, echando la vida por la boca. ¿Quiénes somos nosotros para quitarles el aire? Prefiero una nación hospitalaria siempre, antes que una nación que amedrenta con sanciones, porque es una nación con alma, lo que favorece la integración social, tan necesaria en los tiempos actuales. Es inútil intentar eliminar el fenómeno migratorio con leyes más o menos restrictivas, la cuestión pasa por concentrar los esfuerzos en proteger la dignidad humana en todos los países. Defiendo una sociedad que acoja a los seres humanos por lo que son, ciudadanos del mundo, que reconozca la contribución positiva del inmigrante a la sociedad de acogida, a través de su cultura y de sus talentos, esa interacción comprensiva hará germinar, más pronto que tarde, una sana integración social donde todo el mundo sea respetado.

Debe promoverse la integración social, no sólo aceptando la diversidad de boquilla, sino promoviendo programas de acercamiento efectivo y afectivo, asegurando igualdad de oportunidades de promoción en el mercado laboral. Estoy totalmente de acuerdo en que se apliquen políticas transparentes de lucha contra la inmigración clandestina y la trata de seres humanos, contra el trabajo indecente que desarrollan miles de inmigrantes como medio de subsistencia. Ahora bien, los flujos migratorios se convierten en un problema cuando la descoordinación entre países es manifiesta como lo ha sido hasta ahora, cuando la falta de transparencia normativa y la insolidaridad se impone sobre el diálogo. Hay que meter en costura, con la sabiduría hogareña, que la migración; en vez de un laberinto de luchas, es un horizonte de luz para el mundo y una oportunidad para construir juntos un mundo mejor, más fraterno y solidario.

Sin duda alguna, el éxito de la integración en un mundo global va a depender muy mucho de la gestión de las migraciones por parte de los gobiernos de los Estados. Resulta concluyente que los diversos países muestren una sintonía de abrigo humano hacia los inmigrantes, no se les vea como meras cifras. Desde luego, poco futuro tiene un país o una cultura que se cierra, o peor, que combate a las culturas que le llegan desde fuera como si no formasen parte de su propia familia, la humana. Por otra parte, la situación precaria de tantos extranjeros debería favorecer la solidaridad entre las naciones implicadas y la reflexión de sus gobiernos, para contribuir al desarrollo de los países de origen de los inmigrantes. Para cambiar actitudes, subrayo, que será vital que desde las escuelas se avive un clima de respeto recíproco a la diversidad, sobre la base de los principios y valores universales que son comunes a todas las culturas.

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La compleja integración en un mundo global
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