sábado. 20.04.2024

Por Miguel Ángel de León

Confieso que me aburren y que casi nunca termino de leer los artículos del profesor “progre” José Vidal Beneyto en El País y que me divierten muchísimo más (no entro en sus respectivos posicionamientos ideológicos, cuidado: sólo hablo de destreza o pericia literaria) los del liberal Carlos Rodríguez Braun en ABC (tremenda paliza dialéctica, por cierto, la que le dio este último al primero en el programa sobre libros de Telemadrid en la madrugada del pasado viernes), pero es muy cierto lo que dijo Vidal Beneyto sobre el gran engaño sociométrico: “Toda encuesta es una tautología que sólo sirve de coartada para algo”. Que se lo digan a los políticos...

Aparte de promesas electorales sin cuento y mil y una inauguraciones deprisa y corriendo, las vísperas electorales nos traen también, del bolichazo, encuestas sin fin pero con finalidad: las que publican los medios de comunicación al gusto de su línea editorial, o las que encargan los partidos políticos a sociólogos amigos o las que pagamos todos para el Gobierno de turno (nacional, regional, cabildicio o municipal). Todas valen lo mismo (nada; otra cosa es lo que cuestan), pero nos las van a hacer tragar nos guste o no.

Sabe el sufrido lector de esta tribuna que no tengo por costumbre creer en los sondeos, así las encargue Juana o los pague su hermana. Tanto monta y tanto da una mentira u otra. La estadística sigue siendo la gran mentira, como es triste fama. Pero ello no obsta para constatar que algunas de esos estudios (¿?) demoscópicos son más que llamativos en no pocas ocasiones. En la prensa nacional se publicaban recientemente los resultados de una encuesta que venía a reafirmar algo ya sabido de antemano hasta por el más despistado de la clase: el nulo interés que los jóvenes (y las “jóvenas”, como añadiría doña Carmen Romero, nada menos que profesora de Literatura y esposa a la sazón de Felipe González Márquez) muestran por la política. Si esos jóvenes son concretamente conejeros, ni les cuento. Pocos como ellos tienen tantas razones y motivos para abominar de la clase dirigente que nos ha tocado en desgracia. Según el sondeo de marras, hay un claro desprecio de la juventud hacia la casta de los políticos. Más de un 55% proclama su ausencia de confianza en institución alguna. Sólo un 5% cree representativo al Gobierno, y poco más de un 3% al Parlamento. Hacia los partidos políticos en general, apenas un 2,3% no muestra abiertamente su desprecio. Como ha escrito al respecto de todo eso el filósofo Gabriel Albiac, "la muerte de lo político como lugar ético es una evidencia para cualquiera a quien las mil humillaciones de la vida adulta no hayan envilecido. La resonancia del rechazo es moralmente crucial. Sé que el futuro prometido es coartada que todo lo legitima: podrido reino de aquellos que sobre la sumisión colectiva erigen la intangibilidad de su sustancioso salario y de sus privilegios. De entre todos los sujetos despreciables que pululaban en una Atenas al borde del abismo, Platón, 25 siglos atrás, elige a la naciente especie de quienes convierten el gobierno en oficio retribuido: son el paradigma del mal".

También es palabra de Platón: "Yo, que antaño sentí la idea de dedicarme a la política, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme". Enunciaba así el filósofo el principio de dignidad que excluye a los políticos profesionales del ámbito de los hombres nobles. ([email protected]).

La coartada
Comentarios