viernes. 19.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Hoy día, cualquiera que este interesado en cualquier tema, sea de la rama del saber que sea, dispone de cantidades ingentes de material publicado, no solo en soporte de papel, sino informático, a través de Internet. Y la Historia es, precisamente, de las ramas que más abundancia ofrece al estudioso. Un historiador español recientemente fallecido, el padre Gonzalo Redondo, decía de ella: la Historia no sirve para nada, pero el que no sabe Historia no sabe nada. Y, como dicen por esos campos de Dios, jallo que tenía razón.

Se suele decir que la historia la escriben los vencedores. En ese caso, lo normal es que recurran al triunfalismo y a la descalificación del vencido. Pero a veces se da también la paradoja de que la escriban los vencidos, en cuyo caso recurren, como es de esperar, a la descalificación de los vencedores, y lo que es más corriente y rentable: el victimismo revanchista. Resulta lógico pensar que entre una y otra postura tiene que haber un término medio ponderado, pero no siempre es así ya que el historiador objetivo suele ser una rara avis. Cada bando tiende a arrimar la brasa a su sardina. Lo difícil, pues, resulta aprender a moverse entre esa intrincada maraña de textos contradictorios, anorexia intelectual, manipulación descarada o imprudencia temeraria. No resulta fácil, pero con algo de maña y perseverancia se puede alcanzar una buena aproximación a la realidad.

Por eso, a estas alturas de la función, el hecho de que algunos oportunistas pretendan manipularla a su conveniencia particular y de den en querer hacernos comulgar con ruedas de molino o neumáticos de tractor, pues como que no. Lo malo es que disponen circunstancialmente de ciertas dosis de poder y eso les hace potencialmente peligrosos. Que uno viene practicando de siempre lo que durante la oprobiosa llamaban el nefando vicio de pensar... y leer, y para mayor cobertura y seguridad, esto último no solo en español. Por eso, no será el primer iluminado que aparezca, creyendo haber descubierto la pólvora y recurriendo a piruetas intelectuales y semánticas, tan llamativas como inconsistentes, quien le vaya a decir que fue que, el por que, el cuando y el como de nuestro pasado. Así de sencillo. Si hay algo conveniente para afianzar la Democracia y la Constitución, es, precisamente, el conocimiento de un pasado cuyos errores y horrores algunos políticos o grupúsculo de ellos se empeñan en rememorar, cuando no repetir.

El comediógrafo latino Terencio pone en boca de uno de sus personajes la siguiente reflexión: “Una mentira conduce a otra”. Y así, al final todo se resuelve en una auténtica cascada ellas. El juego de las falacias encadenadas tiene como consecuencia más probable el que acabe volviéndose contra quien o quienes lo practican con inconsciente temeridad. Algo así como abrir una caja de Pandora de andar por casa, de la que podrían salir consecuencias imprevisibles. Lo pasado, pasado está, y recurrir a ucronías falaces o a pretender resucitar lo que mejor esta donde está, revela tener poca chaveta y una escasa o nula visión de futuro.

La Historia y el Túnel del Tiempo
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