jueves. 25.04.2024

Por Victor Corcoba Herrero

La noticia ha sido aireada en pleno verano, cuando el calor aprieta y nos llama al descanso. La verdad es que no todos los españoles pueden tomar vacaciones, a pesar de tener una jornada laboral tan crecida y estresante que impide hacer familia. Aún el dinero se queda corto, medio sueldo lo tenemos hipotecado de por vida, y todavía resulta privilegio para algunos lo de vivir de modo diferente al resto del año. Tendríamos que reivindicar un tiempo para dedicarnos a nosotros mismos y a los nuestros. Los españoles somos los que más horas invertimos en el trabajo, (38,2 horas a la semana frente a las 36,3 horas del resto de asalariados europeos), quizás también los más quemados, lo que nos sitúa entre los que más tiempo de media dedicamos a la actividad laboral, según datos de la Oficina de Estadística Europea (Eurostat).

Los últimos datos de Eurostat también revelan que el número de días de vacaciones pagadas en nuestro país es menor a la media de los países de la zona euro en casi cuatro días. En vista de lo cual, no estaría mal reconsiderar el dicho de trabajar para vivir y no viceversa. El disfrute de un reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar o social, es ley de vida. Que no sea pérdida del salario.

Son oportunidades para crecer personalmente, cargar las pilas como se dice popularmente, para salir de la egolatría, de esa cadena competitiva a la que no le mueve el corazón, y disfrutar de la vida. En cada una de sus formas, sea trabajo intelectual o físico, todos nos merecemos un respeto, lo que conlleva la consideración a tener un tiempo libre; puesto que, detrás de cualquier actividad laboral, hay siempre una persona ligada a una familia que también necesita tomar su tiempo para dedicarse o dedicarle a su gente.

Humanizar el trabajo significa también asegurar el descanso necesario, cuestión que los poderes públicos tienen obligación de garantizar. Sin embargo, recientes datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), nos muestran el desamparo total que hoy en día tienen algunos trabajadores. Trabajan más horas de las debidas y suelen realizar horas extraordinarias, que no les son pagadas en la mitad de los casos. Tenemos el derecho y el deber de que las políticas laborales consideren el trabajo en relación con la persona y no a la inversa. En un momento en que tanto se habla de progreso social, deberíamos preguntarnos si tal avance alcanza los niveles de humano y universalidad, de promoción y remuneración suficiente para satisfacer necesidades propias y de familia; y si el trabajo, como derecho y deber, sirve para nivelar las desigualdades injustas y para favorecer una atmósfera menos discriminatoria y abusiva. En suma, si el empleo dignifica, o sea, si da el sentido gozoso a nuestra vida y no el desespero de una carga difícil de sobrellevar.

El síndrome del quemado o de agotamiento profesional surge, precisamente, motivado por un proceso en el que se acumula un estrés excesivo causado por el trabajo que se ha convertido en un auténtico calvario para la persona que lo sufre. Por ello, me parece justa esa reacción judicial de que un Tribunal de Justicia haya sentado cátedra al respecto, enjuiciando este trastorno como accidente laboral. Podemos ser los más trabajadores, los más trabajados; pero, me pregunto y les pregunto, ¿a qué precio? El mundo obrero vive una precaria situación acentuada por la inestabilidad. Aumentan los trabajos poco dignos, transitorios e inseguros; y, por desgracia, la solidaridad laboral continua siendo la gran asignatura pendiente, frente a un creciente individualismo utilitarista, contaminando de esta manera toda dimensión ética y moral.

En consecuencia, yo no estoy nada satisfecho de que seamos los que más trabajamos de la Unión Europea. Sería mejor que fuésemos los que más contentos vamos al tajo. Esto nos indicaría haber contraído unas buenas condiciones laborales, un buen clima de promoción a través del trabajo, una verdadera readaptación profesional, un medio seguro de asegurar la vida de familia. Estas pautas son las que verdaderamente elevan la productividad, el amor a lo que se hace. Por consiguiente, pienso que aumentar las horas de trabajo para nada es indicativo de mayor producción; sino el que los trabajadores vayan todos a una y en una misma dirección de colocar el trabajo al servicio de toda persona.

El que seamos los más trabajadores de Europa en una cultura basada en producir y consumir, tampoco quiere decir que seamos los más realizados e nivel personal. Que cada cual se responda asimismo. Considero, pues, superior hazaña la de actuar como laboriosos obreros, siempre dispuestos y solidarios en participar la grandeza del trabajo humano, sobre cualquier otra dimensión económica que nos esclaviza hasta el extremo de vender la propia dignidad personal. Esta fría y calculadora cultura obrera que todo lo acapara para sí, es manipuladora y, en toda regla, destructora de la familia. La padecemos y la sufrimos con verdadera resignación. Me temo que los inadaptados profesionalmente son mayoría. Hay que hacer algo por mejorar estos climas ¡Arriba la conciencia obrera! Que no se pierda.

A propósito, pienso que los planes empresariales deberían tener en cuenta la rehabilitación laboral. Convendría pensar más en la reinserción de los pacientes, aquellos que han enfermado en su relación laboral. Que retornasen al trabajo activo, previa escucha y tenderles una mano. Cuando una persona no vuelve a trabajar es muy difícil que su proceso patológico, como puede ser el síndrome del quemado, termine y se adapte a la vida.

Por encima de estos sistemas de producción, regímenes e ideologías que potencian sobremanera la esclavitud, urge proponer (y promover) nuevas vías que nos dignifiquen y nos solidaricen en el trabajo. Que seamos los más trabajadores, ¡bien!; pero también los más satisfechos y los más humanos, ¡mejor todavía!

LOS MÁS TRABAJADORES
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