martes. 23.04.2024

Por Fernando Marcet Manrique

Si alguien mata a tu hijo y el asesino es detenido, ¿tú que demandarías del estado? ¿Justicia o venganza? ¿las dos cosas? A menudo se confunden los dos conceptos y no es inhabitual que cuando al familiar de una víctima de este tipo le hacen la pregunta ¿desea usted venganza?, él conteste que no, que lo que demanda es justicia. Seamos honestos, si mi hijo fuera asesinado y yo supiera a ciencia cierta quien es el culpable, lo de menos para mí sería la justicia. Querría que el cabrón (con perdón por el palabro, pero se me antoja ridículo usar un apelativo menos contundente) pasara por lo que yo estuviera pasando, por mucho que eso fuera imposible, por mucho que aunque le matara con mis propios manos el vacío que me quedaría ya no me lo podría quitar nadie durante el resto de mi vida.

La venganza es un componente más de la justicia, y no precisamente el menos importante, de necios seria negarlo, pero mala es la justicia que se queda en ese recodo, sin tratar de ir más allá.

Esto de lo que hablo se puede ejemplificar refiriéndonos a casos no tan traumáticos, y que en lugar de afectar a una sola víctima perjudican a la colectividad en su conjunto. Por ejemplo, los chavales que entran en colegios y destrozan el mobiliario, o aquellos otros que se dedican a romper el alumbrado público, o los que se entretienen masacrando las paradas de guaguas, o haciendo inservibles los escasos parques públicos de los que disponemos.

¿Cabe en estos casos la venganza? Por supuesto que no. La parte perjudicada somos todos, no existe ese componente emocional inherente a la venganza. Al no haber personalismo, no hay sentimiento de ultraje, y la rabia que sustenta cualquier venganza que se precie se diluye entre la generalidad.

¿Quiere eso decir que no debe hacerse justicia en estos casos? Rotundamente no. Y es aquí cuando queda meridianamente clara la distinción entre ambos conceptos. Esos chavales deben aprender que ese tipo de comportamientos no son tolerables en la vida de cualquier comunidad. Y deben aprenderlo sin ensañamientos ni resquemores, pero tampoco con palabras tibias, ni con simples amonestaciones verbales a los padres (que normalmente ignoran sin más), que es lo que actualmente se está haciendo en Lanzarote.

Ahora que nos estamos planteando construir un Arrecife nuevo, un Arrecife dotado con esas infraestructuras que todos deseamos, debemos tener, en primer lugar, la garantía, la seguridad, de que las obras que acometamos permanecerán. No hay nada tan decepcionante, nada tan humillante para alguien que se siente de una ciudad, como ver que las pocas cosas nuevas que se van haciendo son sistemáticamente saqueadas por los vándalos. Necesitamos esa mínima sensación de que tiramos todos del mismo carro, de que vamos todos en el mismo barco, porque de lo contrario no hay proyecto que se sustente ni plan general que valga, por perfecto que sea y por mucho que tenga en cuenta todas las voces habidas y por haber.

Lamentablemente, este grado de compromiso no se va a conseguir con campañas de concienciación. No malgastemos más papel. No reincidamos en la ñoñería vacua. Hace falta que la justicia actúe. Y que actúe de forma contundente.

Ojalá no hicieran falta los uniformes. Ojalá sobraran las cámaras de vigilancia. Ojalá los jueces estuvieran en paro y las leyes no fueran más que recuerdos testimoniales de otros tiempos. Porque eso significaría que todos habríamos alcanzado el grado de educación suficiente para saber donde termina nuestra libertad y donde empieza la de los demás. Eso representaría el triunfo de la sociedad, la prueba fehaciente de que si nos lo proponemos, si aprendemos, si maduramos lo bastante, es absurdo cometer un acto violento contra el prójimo o contra los objetos destinados a servirnos a todos. No me cabe duda de que algún día lo conseguiremos. Seguramente yo no lo veré, y es posible que mis hijos tampoco, pero es una esperanza que, personalmente, jamás me ha abandonado.

Mientras tanto, hace falta la justicia. Cualquier proceso educativo requiere una serie de normas y una serie de consecuencias en caso de que las normas no sean respetadas. ¿No han visto Supernany? Pues eso, nada de broncas, nada de palabras hirientes, nada de hablar con los padres. Esas medidas, además de no servir para nada, son evidentemente contraproducentes. Si le dices a un chaval que es malo constantemente, al final se lo acaba creyendo y asumirá el rol de malo con naturalidad. Lo que hay que hacer es ceñirse a las consecuencias, sin más. Puras y duras consecuencias. ¿Tú rompes una farola? Ayudas a los trabajadores a colocar diez más, para que aprendas a valorar el trabajo ajeno. ¿Tú pintas una pared con evidente mal gusto? Pues ya la estás limpiando, y el resto de la manzana de paso. ¿Tú entras en un colegio y lo destrozas? Pues te pasas el resto del verano haciendo trabajos para la comunidad.

Eso es justicia. La justicia que va más allá de la venganza. Una de las cuatro virtudes cardinales. La justicia concebida como proceso educativo. Eduquemos a nuestros hijos, eduquémonos a nosotros mismos. La justicia es el camino. Que haya justicia hoy para que un día no necesitemos que exista la justicia.

Justicia o venganza
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