sábado. 20.04.2024

Por Miguel Ángel de León

El otro día me invitó a ver la segunda parte del tramposo bodrio una insensata:

-Esta noche vamos al cine, que estrenan “Instinto Básico 2”.

Mi instinto básico cinematográfico (con perdón por la rima) me alertaba que no convenía perder parte de la noche viendo boberías. Así es que ella la llevaba clara como el agua clara, porque a esa hora del viernes ya me había leído toda la prensa nacional y la desopilante crítica que del bodrio en cuestión hacía Federico Marín Bellón en las páginas del ABC, que nunca engaña (el crítico, se sobreentiende, no el periódico).

-Creía que te gustaba Sharon Stone...

Y yo sin enterarme.

Al igual que el otro Sharon (Ariel), la Stone sufrió de más allá un pequeño derrame cerebral, la pobre, y desde entonces ella no quedó muy bien de su cabecita. La prueba es que se ha puesto tetas de mentira (sólo hay que ver la cartelera para comprobarlo) y le entra la risa tonta a cada paso, como le ocurrió el otro día durante la presentación del Bodrio 2 en España (la mitificación del simple o simplón cruce de piernas de la primera parte es la constatación empírica de que hay críticos que ven mucho cine pero folgar, lo que se dice folgar, poquito tirando a nada. De lo contrario no se explica tanto “salido” de tono y tanto escándalo por una película tan efectista y repleta de trampas como hueca).

Sus publicistas han dicho de ella, la Stone, que tiene un coeficiente intelectual superior a la media. Si la media y la medida mental de las actrices se mide -un suponer- por la misma capacidad pectoral de biólogas como la no menos plastificada Ana Obregón (espanto de mujer, vive Dios), hasta me lo creo. Aseguran incluso que hasta leía a Octavio Paz. Y yo voy y me lo creo también, con lo pesado que es el Paz... que en paz descanse.

A la que no me creo como la supuesta gran actriz que Hollywood nos vende es a la propia Sharon. En “Casino” la metió en vereda el gran Scorsese, don Martin, pero en el resto está para matarla, incluso con el picahielos dichoso. Es ella misma la que no se cree ni se sabe actriz, como le ocurría a Marilyn, la más guapa entre las pésimas, la más cárnica, la más lista entre las tontas, la más desgraciada entre las agraciadas, que sólo nos pareció artista del cine en “Bus Stop” (“Parada de guaguas”, dicho en cristiano), y para usted de contar.

-Al cine te vas tú sola, guapa, que no tengo tiempo para perderlo.

Vale, no se lo dije, pero lo pensé... hasta que ella llegó con las dos entradas en la mano. Y la que manda manda, y los demás somos unos mandados. Confirmado: entre bostezo y bostezo pude entrever que aquellas tetas no son suyas de ella, la Stone, que se las ha puesto ahora haciendo honor al significado de su apellido. No sé qué tienen estas bobas contra el pecho grávido que tanto hace babear, un suponer, a Juan Manuel de Prada, y a otros muchos que somos de la misma cofradía de los enemigos convictos y confesos de tetamen plastificado, en cuyas filas sólo se admiten/admitimos a melómanos (no confundir con amantes de la música, precisamente, aunque nos encanta Ainhoa Arteta, porque también hace honor a su apellido) antisilicona. Así están las películas porno de ahora, claro, que no hay quien las vea, excepto las mujeres que -según el chiste- esperan hasta el final para comprobar si el chico se casa con ella (o ellas, porque se les suelen juntar varias durante el desarrollo de la apasionante trama).

NOTA AL MARGEN (o no tan al margen): En hablando de artistas americanos y sus exageraciones o excentricidades -que las llaman-, acabo de descubrir (lo cuenta el periodista inglés Gary Herman en el libro “Rock & Roll Babilonia, de Editorial Robinbook) lo que es la riqueza y el estúpido derroche de ésta. Por ejemplo: Elvis Presley cuando se compró un avión para ir a comprar otro avión. Puede que el episodio sea apócrifo o esté exagerado, pero al menos no tiró el dinero en colocarse tetas de mentirijillas Ya le sobraban con las suyas, sobre todo en la etapa final de su carrera musical, como es triste fama.

Instinto Básico
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