viernes. 19.04.2024

Por Andrés Chaves

1.- Todo el mundo atraviesa por periodos de insomnio. Yo ahora estoy inmerso en uno de ellos. Nunca sabré del todo si a los demás les interesa lo que me pasa. En cierta forma, los que hacemos crónica nos exponemos a la autobiografía. Puede que ésta sea interesante siempre que uno tenga algo que contar. La misma duda ha traspasado el alma de todos los cronistas de lo cotidiano. Empiezas a relatar cosas y cuando terminas te das cuenta de que lo que estás exponiendo en el folio es tu propia vida, abierta y transparente a los demás. La cosa supone no poca molestia y agrava tu condición de personaje expuesto al público, como el maniquí de un escaparate. Pues bien, sufro de insomnio, no duermo más de tres horas diarias y ni siquiera los fines de semana significan alteración alguna en mi ausencia de sueño. Y, además, en esas tres horas vivo algunas pesadillas dignas de estudio. Siempre me ha gustado contárselas a ustedes, al menos las más agradables. Pero el otro día se mezcló en mi escaso descanso un baño de sangre a partir de la noticia de que un matarife operaba los pechos a las incautas en un piso de Barcelona, sin asepsia y con instrumental veterinario, y les inyectaba una silicona intolerable para el cuerpo humano.

2.- A partir de ahí se fue fabricando mi sueño, mezclado con un viento intenso y un coche que no avanzaba y una estancia en Moscú, penúltima escala de un viaje interminable con dos amigos bancarios, sin duda reflejo de la crisis económica que vivimos. Yo lo que quería era volver a casa, pero el último avión lo perdimos y, además, había que hacer una escala en Reikiavij, la capital de Islandia, no me pregunten ustedes por qué. Nunca tomé ese avión, sino que me desperté en Moscú y la ciudad se disipó con la llamada de la radio, ya de verdad, porque debía iniciar el programa de cada mañana. Por cierto, que el sueño me dio pista de la existencia de un nuevo automóvil, que recreaba un viejo modelo americano, un De Soto, que ahora mismo podría dibujar para el diseñador de cualquier fabricante mundial. Era blanco y usado como taxi del hotel. El taxista me reveló el precio: 8.000 dólares. Una ganga.

3.- Este sueño loco, que dejo para los especialistas, no lo recordé nada más despertar, porque mi despertar rompe con lo inmediato, sino horas más tarde, cuando el cansancio me estaba pudiendo y relajé los pensamientos del día. Entonces volví con mi viaje interminable y con el aeropuerto de Moscú, confuso y enorme, a la espera de aquel aeroplano que nunca partía. Juntando todos los sueños de los últimos años se podría intentar una novela, pero lo cierto es que no los apunto y entonces se me hace imposible acceder a todos ellos, perdidos en las nubes de los sueños, tan densas e inalcanzables. Así que he decidido plasmar aquí algunos de ellos, a ver si así los recuerdo, al repasar los tomos de mis propios artículos, algo que detesto.

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Insomnio
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