sábado. 20.04.2024

Víctor Corcoba Herrero

Si el sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación, una sabia decisión es poner en valor el turismo rural. Por ello, considero una buena noticia que se de fuelle a este tipo recreos con el hábitat y que se estudie la posibilidad de elaborar normativas que permitan reunir los distintos aspectos relacionados con su cultura, cuidando desde los requisitos mínimos que deben cumplir los alojamientos hasta los centros de interpretación, las rutas enológicas, el ecoturismo, o el turismo ornitológico, que inciden directamente en el desarrollo de los pueblos. Habrá que cuidar, pues, los accesos con más tino y crear nuevas infraestructuras con más tacto, acordes con los tiempos actuales, respetando en su justa medida, la conservación del patrimonio rural. Por cierto, todavía sigue produciendo gran dolor que la naturaleza nos hable mientras nosotros solemos hacernos los sordos.

Los indicadores económicos permiten ser razonablemente optimistas en cuanto al turismo rural. Esto, a mi juicio, va a depender mucho del crecimiento de la oferta y de la cualificación de las personas. Conviene conocer los comportamientos y características de los visitantes, sobre todo para orientar la acogida en un mercado turístico, sumamente competitivo. Es cierto que cada día son más las personas que para sus días de ocio, o fines de semana, buscan espacios abiertos, en plena naturaleza. Considero que el papel de las administraciones públicas, en este sector, ha de ser primordial, promocionando e incentivando mediante subvenciones la realización de actividades lúdicas, deportivas y culturales. Sólo mediante este paraguas proteccionista se puede avanzar.

Además, estimo que hay que apostar por un desarrollo ordenado y sostenible para que los pueblos no se desvirtúen, ni pierdan su encanto natural, como ha sucedido con el enjambre de ladrillos que aprisionan nuestras costas españolas. Los movimientos asociativos han de tener también su protagonismo. El fomento de la publicidad y la comercialización, el control y la profesionalización, es cuestión de todos. Por desgracia, la cultura rural se ha ido perdiendo por la gran crisis del campo español, que aún sigue en ese estado lamentable. Pienso que puede ser el momento de estimular inversiones viables en pueblos que prácticamente hoy están abandonados por el éxodo a las grandes ciudades, propiciando negocios para una atmósfera que es singular, a la que debemos seguir mimando en su singularidad, pero sin perder el norte en cuanto a ofrecer un ambiente diferencial para el descanso. Un medio bien cuidado y mejor protegido es la mejor carta de presentación.

Creo que todavía faltan seductoras proposiciones para lograr que las personas se interesen por este tipo de turismo natural, para competir con otros de ciudad o costa, donde la buena oferta gastronómica, un número de restaurantes adecuados y la existencia de recursos naturales y patrimonio histórico artístico, es superior al que suele ofrecer el turismo rural. Perderse por entre los campos puede ser una buena terapia para olvidarse de los garrotes que la vida nos oprime a diario, puesto que la naturaleza -ya se sabe- concede libertad hasta a los animales; pero para vivir ese libro de los paradisíacos entornos, sin que sea un peñasco su lectura, se precisan un atrayente hospedaje y un atractivo servicio. Ya veremos si lo conseguimos. Tengo esperanza, si consideramos lo anterior. La gente tiene hambre de campo, los músculos engarrotados, la vista cansada de no ver horizontes limpios, los oídos taponados por los ruidos y el corazón destrozado por el estrés.

Impulso al turismo rural
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