jueves. 25.04.2024

Por Serapio Manuel Rojas de León

El pasado martes diecisiete de diciembre a las ocho de la noche, estuve en la biblioteca municipal de Teguise, en el pueblo de la Villa.

No fui a leer, ni a consultar especiales curiosidades. Es que una vez más, el Ayuntamiento de Teguise, con motivo, en esta ocasión, del veinte aniversario de la marcha definitiva de esos entornos, de un hombre acogido y respetado, que desde la Villa Vieja relataba su particular visión de los acontecimientos, con sus opiniones de sello inconfundible, por la utilización de un léxico muy personal del que presumía con orgullo y que utilizaba magistralmente en el relleno de sus renglones, esa Institución Municipal, de nuevo recordaba la figura y personalidad de don Leandro Perdomo.

Y siempre que se le homenajea o se le recuerda, pues procuro ir. Han pasado veinte años. ¡Uff! Y algunos se atreven a cantar que apenas son nada. ¿Nada? Me parecen demasiados desde mi personal experiencia.

Sus recordatorios oficiales por parte del Ayuntamiento, se han convertido en un intento casi romántico de no desfallecer, para impedir que desaparezca la memoria de alguien que nos acompañó durante un periodo de su vida y que no lo hizo de manera anónima, ni desapercibida. Al contrario, nos dejó huella escrita de su paso, forjando propias veredas en sus obras literarias, en sus artículos, sus periódicos y sus revistas, haciendo que le acompañaran en ese caminar los protagonistas de sus historias o relatos, proyectados al futuro a través del recuerdo pegados a él, como si los hubiera engendrado y les diera su propia razón de existir.

El acto es casi familiar. Decimos casi, para no indicar que exclusivamente es para un reencuentro de su familia. Vienen sus hijos, también algunos nietos y se le añora, se le echa de menos. Yo no le soy nada. En cambio, me gusta estar. No puedo evitar no acudir. Me parece como si le traicionara su aprecio, que hacia mí tuvo desde el inicio. No he podido nunca descifrar, por qué tanta admiración por mi parte hacia el hombre, hacia el personaje en sí mismo. Cuando le conocí, me resultó una personalidad singular, y nuestra relación que no fue intensa, ni tampoco demasiado especial, es de esas cuestiones inexplicables que a veces quedan en el aire y que no podemos sacudirlas tan fácilmente.

Era muy enfático en las expresiones y en los consejos. Su avanzada edad, con relación a la mía, me recordaba a mis abuelos. Por su bondad y cariño a la hora de abordarme con sus escuetas disertaciones sobre el comportamiento y el respeto a los demás, me daba la impresión de que me lo decía como si de otro de sus nietos se tratara. Luego descubrí que don Leandro Perdomo era así con todo el mundo. Una forma de ser única, fiel y leal a sus principios y modales educados, tratando de enseñarnos a ser mejores personas.

Le conocí en el verano de 1.988. Después de la gala literaria en la que tuvo lugar el Fallo del Premio Ángel Guerra de ese año. Moriría en 1.993. Apenas cinco años de esporádicos encuentros y cortas conversaciones, que normalmente eran monólogos, en los que yo sólo eras orejas para escucharle. Los más largos diálogos eran los que nos permitía el paseo desde el Archivo Histórico hasta su casa. No andaba muy rápido y eso hacia que fuera más enjundioso el ir a su lado.

Lo de ser de Soo, noté que le gustó sobremanera y era porque había conocido a gente de mi pueblo con la que compartió cacerías y comilonas acompañadas de coñac y vinos. Recordaba con agrado aquellas vivencias ya tan lejanas. Se frustró un poco cuando le dije que no era aficionado a la caza y que tampoco sabía pescar. Se reía entusiasmado cuando le contaba que en mi casa no había cañas, sino un cesto para la sal y un lapero para las lapas. Arados, rastrillas, un trillo, plantones, una tanganilla, un viejo serón, una engarilla con su barcina, algunos garabatos, varias cangas y una saranda… Burra, camella y cabras. Me rectificaba enseguida con lo de “una dromedaria”. Gustaba de presumir vocablos y de usarlos frecuentemente para que las denominaciones no resultaran tan simples o de lenguaje demasiado común, utilizando expresiones que el designaba más literarias para enriquecer las conversaciones.

Cuando don Leandro se reía, era como si un huracán de alegrías invadiera todo su cuerpo, transmitiendo mucha más serenidad y cercanía para conmigo, cuando le provocaba la risa con algunas de mis anécdotas. Me contó que los amigos de cacería de Soo, en las comilonas le contaban historietas graciosas y divertidas sobre determinados personajes de la vida diaria del pueblo y que en ellas se inspiró, para recoger de esas casi leyendas, algunos cuentos en las “Aventuras de Anacleto Rojas”.

Me comentó que era digno de admirar a muchas personas de mi pueblo, que sin saber leer ni escribir, transmitían el conocimiento de romances, coplas, oraciones, santiguados e historias diversas, a través del boca a boca de abuelos a nietos y de padres a hijos. Es una cultura muy sarracena y de tradición milenaria. ”Siéntete orgulloso de ser de donde eres y de donde vienes”, me repetía incesantemente. “Y sobre todo Rojas, ayuda a la gente. Ayuda a la gente”, me recalcaba al saberse de mi condición de trabajador municipal. “Los políticos debieran ser poetas, y no avaros comerciantes e interesados egoístas”.

Dos años después de su muerte, menos mal que no se enteró, de trabajador pasé a ser Concejal. Me hubiera dado un cogotazo, o tal vez dos, por semejante osadía política. Estaba claro que mis circunstancias y manera de ser, en ese mundo no tendrían mucho recorrido. Cuatro años apenas.

Han pasado veinte años, pero no le olvido, como tampoco olvido a tantas y tantas personas que he tenido la suerte de conocer en esta mi andanza por la vida. Veinte años hace que se fue don Leandro, y sin embargo, releyéndolo, es como si estuviera presente todavía.

Si usted supiera don Leandro, que actualmente siguen tan campantes un montón de tunantes y mentecatos que usted describiera allá por 1.986, luciéndose por la fisonomía isleña, y por la de todo el país, figurando su ignorancia con arrogancia descomunal en todos los ámbitos de la sociedad. Su deseo plasmado aquel 29 de junio de 1.993, apenas poco tiempo antes de marcharse usted definitivamente, se ha convertido en un imposible, al haberse perdido esa esperanza que con ímpetu auspiciaba en su artículo titulado “¿Y ahora qué?”

“¿Tenemos remedio los españoles? Sí, pero con el tiempo. Que se vaya lanzando por la borda de la barca el lastre de tanta pillería y baladronería engarfiada en los rediles de la sociedad y la barca, la chalana, flotará, seguro que flotara. Guerra a los pillos, guerra a los baladrones. Por donde quiera que asome la cabeza un baladrón, leña. No hay que dejar ni a un solo baladrón encaramado en el mundo del gobierno, el central y los regionales. Fuera con ellos. Si se les combate a tiempo y se les exprime las agallas hasta el aniquilamiento total, España se salvará. Estoy seguro”.

Pues si usted viera don Leandro, que en estos veinte años, no han tirado por la borda el lastre de tanta pillería, sino que han comprado nuevos barcos para llenarlos de la misma inmundicia y golfería. Si usted viera don Leandro, quienes son ahora los padres de la Patria en el Senado de España, se moriría de nuevo, pero esta vez, descancanándose de la risa.

En el Senado español don Leandro, ya no se encuentran los grandes hombres y mujeres por su intelecto y capacidad, representantes de lo bueno y lo mejor de cada espacio territorial, para el Refrendo de nuestras Leyes. Lo que sería una vergüenza en cualquier otra Nación del mundo, en cambio, el Senado en España, es un orgullo patrio convertido en el nido y la guarida de los sinvergüenzas, los hipócritas, y donde se refugia toda la villanería inútil política, que trata de esconderse de la pizco Justicia que los tiene en busca y captura.

Sí don Leandro, por si usted lo leyera, el país no está sembrado de trigo y cebada, sino de pillos y baladrones a los que no les damos leña cuando asoman la cabeza, ni les exprimimos las agallas hasta aniquilarlos. Están instalados con nuevos cargos inventados por todos sitios, y muchos de esos astutos fanfarrones eligen a otros de igual calaña, para convertirlos a dedo, ni más ni menos, que en Senadores de España.

No don Leandro. Los decentes Senadores, que algunos habrá, no se revelan y les dan una patada en el culo a esos corruptos y consentidores del robo, para que vayan a dejar sus traseros directamente en los Juzgados, porque aunque decentes en la forma, saben en el fondo, que también son Senadores por el fruto corrupto de los partidos políticos que les han conseguido el sillón, y sus sueldos, los rascan de las gotas de sudor que les estrujan a los pocos que ahora trabajan.

Pero no solo ahí, también son infinitos los que se ceban a base de impuestos y las trampas urbanísticas inventadas, engañando a los confiados ciudadanos que pagan a duras penas, creyéndose unos derechos que nunca tendrán en los Ayuntamientos, Diputaciones, Cabildos, Parlamentos autonómicos, Juzgados, Tribunales…. Y qué sé yo en que más…

El Senado de España don Leandro, ya no es una Cámara de Representación Territorial. La han reconvertido en bullicio gallinero de representación lingüística. Es una pobre imitación de la Torre de Babel con mediocridad a la española. No se entienden, ni quieren entenderse, hablando jergas y dialectos diferentes, aborreciendo de un Proyecto único que necesita sentido común, más entendimiento y menos pinganillos de traducción simultánea, que al final no sirven para nada, porque siguen sin saber qué recarajos es lo que quieren. Todavía andan justificando semejante derroche e inútil Institución española, que deambula sorda como todas, y no oye los gritos de la gente pidiendo que se cierre de una puñetera vez, ese jodido Senado putrefacto vergonzante y prostituido, al que han desacreditado por sostener lo insostenible.

Y acudir a la Justicia don Leandro, es todavía peor. Los indefensos si pudieran acceder a solicitar Justicia, que cada vez lo tienen más complicado, en vez de salir con un problema solucionado, pues resulta que luego les endilgan otros dos. Lo de ayudar a la gente se ha convertido en lo de joder y fastidiar con entusiasmo desmedido, sobre todo, a los inocentes y a los pobres. Siempre estuvo ciega, pero ahora además, tan corrupta como el resto de las Instituciones. Así que el panorama desde aquel junio de 1.993, no anda nada mejor, sino todo lo contrario. La chalana hace aguas por todas partes. España no navega. De momento sólo flota tapando unos agujeros y abriendo otros, tratando de sacar la cabeza a ver si no se ahoga y evita el hundimiento.

“¿Y ahora qué? Los problemas más jeringados que atosigan al país sabemos cuales son: desempleo, drogadicción, terrorismo, ladronismo (corrupción) y batatismo televisivo que a los niños y jóvenes entontece… Hay algo más también que es nefasto para la sociedad, pero que de momento vamos a silenciar porque el deporte es el deporte y la pelota y el peloteo se imponen. Demasiado deporte, demasiada pelota. Mirándonos unos a otros estamos. Si España está arruinada porque la han arruinado los políticos de turno, ¿quién la desarruinará?” (Leandro Perdomo el 29 - 06 - 1.993)

Porque yo sé que murió hace veinte años, que si no don Leandro, diría que sigue usted igual de vivo.

Igual de vivo
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