miércoles. 24.04.2024

Se ha cumplido esta semana los diez años de la abolición de la esclavitud del servicio militar obligatorio, decretado por el “facha” José María Aznar López, y no por los “revolucionarios” psoecialistas. Por eso la ministra miembra del PSOE, la pacifista jefa de Defensa (¿no fumas, inglés?) Carme Chacón, no invitó al acto con el que su Ministerio conmemoraba ese décimo aniversario del final de la mili obligatoria al ex ministro del PP que tomó aquella celebrada medida, Federico Trillo. Así entiende la democracia este socialismo que nos avergüenza a todos los socialistas que ni militamos ni le sacamos partido económico al partido.

¿Hay alguien que haya estado en el Cuartel y no cuente batallitas? Pues ahí va la mía. Allá por 1984, segundo año de la gloriosa victoria del PSOE de los diez millones de votos, andaba uno ejerciendo de escribiente en la pomposamente denominada Oficina de Mutilados de Guerra por la Patria del Gobierno Militar de Lérida/Lleida, luego de haber jurado bandera previamente en Gerona/Girona a la falda de los Pirineos y con la tramontana pegándonos a todos en el cogote. Mandaban en la Oficina de marras una manada de sesentones procedentes de distintas provincias que sólo tenían en común entre ellos dos verdades absolutas: todos habían participado en la Guerra Civil y todos resultaron heridos de mayor o menos gravedad durante la misma (de ahí lo de Mutilados de Guerra por la Patria). Eran cinco mandos (un coronel, un capitán y tres sargentos que venían a sumar unos 335 años en comandita, la mayor parte de los cuales ya debe llevar años criando malvas) y un soldadito canario a dos mil kilómetros de su tierra y con todo el jurásico reunido entre cuatro paredes que seguían presididas por un crucifijo casi tan grande como la cruz original en la que mataron a Cristo y el famoso cuadro con el careto de Panchito Franco y su discurso final que yo alcanzaba a leer desde mi mesa de escritorio, pues el tamaño de la letra coincidía casi con la estatura del Caudillo. No recuerdo haber presenciado en mi vida, ni siquiera en la escuela, ningún otro cogotazo que sonara tan fuerte y nítido como el que le largó el coronel a un pobre cabo primero que un mal día llegó a la Oficina con el encargo de cambiar el retrato de Franco por el de Juan Carlos I. Todavía debe estar doliéndole el leñazo al muchacho. Sin embargo, el coronel, aunque brusco y gruñón en ocasiones (él se justificaba diciendo que había servido en La Legión, y "eso marca para toda la vida"), era hombre muy instruido en otras materia ajenas a las estrictamente militares, que además leía todos los días del Señor un capítulo del Quijote, y cuando tenía el día tonto –la mayor de las veces- me libraba de la máquina de escribir (una Olivetti eléctrica enorme, casi como una carretilla) y me llamaba a su despacho anexo para discutir del literario sexo de los ángeles. Dejé de llevarle la contraria cuando descubrí que hacerlo solía coincidir con fines de semana sin permiso para salir a la vida civil.

El capitán era de la misma quinta que el coronel, pero pertenecía al Cuerpo de Artillería (como yo, al menos durante el mes de transición que estuve en el Cuartel de Artillería sito en el antiguo Castillo de los Templarios en el diciembre del 83, el más frío que recuerdo). Otra granada le había arrancado de cuajo todo el brazo izquierdo, lo cual no le impedía conducir un coche que tenía preparado para su invalidez y con el que pude comprobar -luego de las dudas y el miedo inicial- que se movía por las calles de Lérida con mucha más soltura y seguridad que la mayoría de los otros esclavos del volante. En ausencia del coronel (y de los tres sargentos, que solían irse de la lengua como marujas), el capitán me confesaba que a él no le caían tan mal los socialistas, y que Felipe González les había dado mejor trato a los militares en apenas un año que Franco en cuarenta.

Historias de la puta mili, sí. Señal de que te haces viejo, dicen, aunque uno crea rejuvenecer cuando las evoca y las enfrenta a las histerias de la puñetera política partidista, ese infinito y cansino bucle que se retroalimenta hasta el cansancio y hasta más allá del infinito, y que te hace dudar si el momento presente no lo has vivido ya mil veces anteriormente, pues siempre ves a los mismos protagonistas discutiendo sobre los mismos y empantanados asuntos. ([email protected]).

Historias de la puta mili
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