miércoles. 24.04.2024

Por Juan Jesús Bermúdez

El diario The Washington Post, recientemente, analizaba la evolución del empleo en los Estados Unidos, desde la década de los cuarenta del siglo pasado. Según la publicación, la primera década del Siglo XXI se estaba saldando, por primera vez en ese periodo, con un crecimiento neto cero en la generación de nuevo empleo, tal que durante los últimos años de este comienzo de siglo se había destruido todo el empleo que se generó en los primeros años del mismo.

Mientras esto ocurre en la primera economía del Mundo y en buena parte de las del Viejo continente, China e India baten récord de ventas de vehículos, con índices que han superado los dos dígitos, incrementando su parque de vehículos por varios enteros en la última década. La globalización está multiplicando (quizás no seamos muy conscientes de hasta qué punto) la demanda de recursos y la creación de mercados en todos los continentes, con la excepción de África que, sin embargo, ha agudizado su condición de exportadora de materias primas, no solo a Europa y Estados Unidos, sino ahora también al gigante asiático.

El anuncio reciente por parte de la Agencia de energía de los EE.UU. de la visualización de un techo temprano de producción de petróleo en los países de fuera de la Organización de Países exportadores de petróleo (OPEP) nos hace, aún más, dependientes del crudo de los países del medio oriente, así como del petróleo y gas rusos, un combustible que será más caro, porque las reservas que permiten expandir o mantener el volumen de producción actual se encuentran en lugares aún más alejados que los yacimientos actuales en explotación, y porque se han incorporado al concurso por los mismos nuevos países, que también pugnan ya de forma evidente por el crudo de la OPEP.

En un Planeta que cada año incrementa su población en más de setenta millones de habitantes, están servidas las tensiones por los recursos, cualquier sector al que éstos pertenezcan, más aún si el modelo a imitar consiste en el del consumo acelerado de bienes y servicios, y en la identificación del bienestar y la seguridad con rentas per capita que siempre tienen que crecer. Los inversores son muy conscientes de este “nuevo” panorama, y así se refleja en sus boletines de oportunidades de negocio.

Es preciso no olvidar que, salvo que el Mundo entre en una depresión generalizada de sus economías, algo quizás menos plausible ante la multipolaridad económica hoy realmente existente, la pugna por las materias primas acudirá de nuevo a nuestras portadas con cada saneamiento financiero que intente corregir ese vicio de la búsqueda competitiva del valor añadido que parece ser nuestro sino económico. No se trata tan solo de escaseces en términos absolutos, que haberlas haylas, sino de límites a la insaciable emulación del intrépido american way of life que hemos convertido en santo grial de nuestras aspiraciones vitales.

Por eso conviene hilvanar elementos para otra hipótesis de crisis que no sea exclusivamente la que atribuye este panorama a la falta de crédito y tropelías de los cuellos blancos en los parquets bursátiles: quizás eso nos prepare mejor para el futuro. Tenemos un problema de crecimiento económico, entre otros motivos – razón que estará más presente en los próximos años – porque cada vez más quieren lo que cada vez serán menos recursos accesibles (numerosos analistas vinculan esta reciente crisis con la crisis del petróleo de esos años); y tenemos todavía otro problema aún mayor: que la cohesión social, entendida como la integración en el modelo económico de cada vez más habitantes, se estremece con evidente facilidad cuando, en nuestro modelo económico, no se aumentan los valores absolutos de producción y consumo, tal es la confianza ciega que teníamos en la “estabilidad” del crecimiento económico. La crisis, por lo tanto, sería recurrente en las próximas décadas al ser más complejo mantener el crecimiento “habitual”, lo que no debiera restar esperanzas para el futuro, de forma contraria a los que difunden evanescentes mensajes de que únicamente el retorno al feliz camino de la aceleración exponencial del uso de recursos finitos generará empleo y “alegría”, algo que contribuye a generar expectativas que tendrán difícil encaje en los límites planetarios, dando como resultado la frustración generacional.

Quizás sea mejor convivir con esas fronteras, y procurar acompasar nuestro ritmo económico a esta realidad física, que pretender emular viejas tradiciones burbujeantes con saldos finales de dudoso éxito social. En ese sentido, las recetas, nada sencillas por otro lado, deben pivotar sobre otros parámetros que promuevan valores quizás hoy olvidados, que primen la cooperación sobre la manida competitividad; el reparto sobre la división cada vez más desigual de la tarta; la austeridad consciente sobre la irresponsable carrera hacia los estrangulamientos de modelos imposibles; el tranquilo optimismo frente a la infantil glotonería como reclamo publicitario para ser felices.

Hipótesis de crisis
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