miércoles. 24.04.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Acabo de escuchar la noticia de la muerte de José Antonio Labordeta, que por esperada no deja de producirme una gran tristeza. Estamos ante uno de los hombres “símbolo” para Aragón, que hará falta que pase un tiempo para que los aragoneses valoremos en su justa medida su contribución siempre guiada por la lucha por la libertad y la dignidad a esta tierra nuestra.

Fue un hombre polifacético. Como profesor de historia en un instituto de Teruel, dejó una profunda huella en todos aquellos alumnos que tuvieron la suerte de ser sus alumnos. Uno de ellos, Joaquín Carbonell cuenta la anécdota de que el primer día de clase les dijo a todos sus alumnos que no iba a suspender a nadie y que todos estaban aprobados, y, sin embargo, sus clases eran las que estaban siempre llenas.

Dirigió y presentó en TVE “Un país en la mochila”, uno de los programas más bellos y llenos de sensibilidad que se han hecho nunca en nuestras televisiones, a través del cual pudimos conocer muchos pueblos escondidos y olvidados de la geografía española. Dio muestras de una buena pluma como periodista, novelista, ensayista y poeta.

Fue un hombre comprometido, con unos valores claros de defensa de la libertad, de la democracia y de la justicia social. Supo conectar con la problemática de su tierra como muy pocos lo han hecho a lo largo de nuestra historia. Participó de lleno en la Transición en la fundación de la revista inolvidable de Andalán; en el partido socialista aragonés (PSA), para acabar como diputado por la CHA durante dos legislaturas en el Congreso de los Diputados, hablando y defendiendo siempre su tierra, y además con el reconocimiento de todos. Desde hace 50 años pocas reivindicaciones aragonesas ha habido en las que no estuviera detrás. La lucha por las libertades democráticas, la defensa del agua, la recuperación del Canfranc.. Como ejemplo, puede servir esa canción bellísima y llena de poesía de “La Vieja ”, en la que supo reflejar y denunciar esa dramática sangría humana que supuso para muchos de nuestros pueblos la emigración en los años 50, 60 70 del siglo pasado, cuyas primeras estrofas no me resisto a reflejar: Siempre te recuerdo vieja sentada frente al hogar, acariciando la lumbre, la cadiera y el pozal. La tristeza de tus ojos de tanto mirar, hijos que van hacia Francia otros hacia la ciudad.. La he utilizado en numerosas ocasiones en mis clases de geografía, cuando estoy tratando la parte de demografía. Y cada vez que lo hago, me vienen a la memoria los recuerdos de mi abuela Isabel, que pacientemente pasaba el tiempo sin más ni más, aguardando la carta de mis tíos que no tuvieron otra opción que emigrar

También fue un extraordinario cantautor, con unas letras llenas de compromiso, que a pesar de esa voz ronca y recia, nunca podremos olvidar. Son numerosísimas “Ya ves” “La albada” … Y por encima de todas su Canto a la Libertad con una dimensión mundial, que permanecerá siempre como un alegato por libertad y una denuncia contra todo tipo de dictaduras. Hoy para todos aquellos que superamos la cincuentena el entonar su “Canto a la Libertad”, nos produce tal emoción, que difícilmente podemos evitar que de nuestros ojos salgan unas lágrimas. Todavía no puedo llegar a entender las razones que existen para que no sea el himno de Aragón.

Pero lo más importante, fue un hombre de una pieza, íntegro. Un buen hombre en el más amplio sentido de la palabra. Amigo de sus amigos. Presto siempre a hacer un favor a quien lo necesitase. En muchas fiestas de muchos pueblos, en muchas semanas culturales de nuestros institutos estuvo allí con su guitarra. Nunca pedía nada, siempre daba algo a todos los que le rodeaban: su amistad, su palabra amable. Era socarrón, con un sentido del humor especial. Pocas veces tuve la suerte de disfrutar de su conversación, la última que recuerdo fue en un vino que nos obsequió la revista Trébede, lamentablemente desaparecida y que dirigía José Ramón Marcuello.

Cuando estoy escribiendo estas líneas, escucho en Aragón TV alguna de sus canciones de un recital realizado en la Plaza del Pilar el año 2006. Observo los rostros del numerosísimo público, de todas las edades, chicos, jóvenes y mayores, enganchados a sus canciones, como yo lo estoy ahora. Y teniendo ya muchos años, de repente me doy cuenta que mis ojos se han llenado de lagrimas. Hace muchos años que no pasaba por esta experiencia.

Quiero terminar estas breves líneas un tanto desordenadas y deslavazadas, diciéndote, José Antonio, que estés donde estés, que seguro será en algún lugar de bien, que vas a dejarnos una huella imborrable a todos los aragoneses, y que nunca te olvidaremos. Hoy Aragón, tu tierra, es un océano de lágrimas, como también en muchos otros lugares de España. Acabo de escuchar a una mujer que acaba de llegar desde Barcelona con un ramo de claveles rojos para depositarlos ante tu féretro en el Palacio de la Aljafería.

Alguien dijo que la muerte de cualquier hombre disminuye al resto de la humanidad. Esta afirmación nunca es más válida como en tu caso, José Antonio. ¡Hasta siempre!

Hasta siempre, José Antonio
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