viernes. 29.03.2024

Pocas veces en la historia de nuestra reciente democracia, hemos atravesado por una situación tan crítica. Estamos donde estamos, por una crisis institucional y por una carencia de la ética en nuestra vida cotidiana. Para el buen funcionamiento de una colectividad es imprescindible un conjunto de instituciones estables y que transmitan confianza a la ciudadanía, además de una sociedad impregnada de unos profundos y claros valores éticos

La Jefatura del Estado, a pesar de los fuertes apoyos mediáticos y políticos, está fuertemente dañada por acontecimientos recientes, desde cacerías en lugares exóticos mezcladas con líos de faldas, hasta miembros de la familia real inculpados en esa lacra de la corrupción. El poder ejecutivo, encabezado por un presidente del Gobierno, que además de incumplir vergonzosamente sus promesas electorales, está apoyado por un partido político, cuyas cuentas eran llevadas por un presunto delincuente -que se pasea en una actitud chulesca por las calles de Madrid- y que además servían para entregar sobres con dinero negro a miembros destacados de su cúpula dirigente, sin que nadie del partido dé una explicación adecuada a la ciudadanía. El Parlamento, en teoría sede de la soberanía popular, está cada vez más distante de la problemática de la gente de la calle, e incluso tiene que estar blindado por vallas custodiadas por las F.F.A.A. El poder judicial maniatado por la injerencia de otros poderes políticos y económicos, lo que le imposibilita administrar justicia con independencia, y aquel juez que decide cumplir fielmente con su deber, corre el riesgo de ser apartado de la carrera judicial, como el caso de Garzón. En relación al futuro profesional del juez Castro, hay que estar expectantes. Todo un síntoma de la situación del poder judicial, fue que un presidente del Consejo General del Poder Judicial, endosara al Consejo las facturas de viajes no oficiales, realizados en fines de semana “de nombre caribeños” y que tenían como destino uno de los hoteles de lujo de Puerto Banús.

Los partidos políticos, cuyo papel es fundamental para la democracia, aparecen fuertemente desprestigiados en la sociedad española, por la financiación ilegal y por el incumplimiento de una manera sistemática de sus funciones establecidas en el artículo 6º de nuestra Carta Magna “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.

Y qué podemos decir de las organizaciones sociales. El jefe de los empresarios (CEOE) Gerardo Díaz Ferrán, cabe pensar que debería servir el referente de su clase, en la cárcel por blanqueo de capitales y alzamiento de bienes hasta presuntos delitos de apropiación indebida… Las grandes empresas, como las constructoras haciendo donativos a los partidos políticos, a los que los bancos además de financiarles las campañas electorales, posteriormente les condonaban las deudas. Cabe pensar que tales concesiones, serían a cambio de algo. Las organizaciones sindicales, no menos desprestigiadas en la sociedad, por su excesiva burocratización, su servilismo al poder político por la dependencia de las subvenciones públicas, sin que estén inmunes de la terrible lacra de la corrupción.

Unos medios de comunicación independientes son claves para el funcionamiento de un sistema democrático. En los privados se ha producido un fenómeno de concentración en manos de grandes grupos financieros y empresariales, lo que va en detrimento del pluralismo, ya que disminuye claramente la oferta informativa y la que proporcionan la hacen al servicio exclusivo de sus propios intereses, lo de menos es la verdad. En cuanto a los medios públicos, el tratamiento informativo, es todo un ejemplo de manipulación a favor del partido gubernamental, además de falta de pluralismo. En definitiva su contribución al fortalecimiento y consolidación de nuestro sistema democrático es muy deficiente.

De verdad, el panorama es desolador. Dan ganas de exiliarse de este país. También es cierto que los comportamientos anteriormente mencionados no han sido realizados por extraterrestres. Han sido realizados por españoles como nosotros. Y aquí todos tenemos nuestra parte de culpa, por pasividad, por permisividad o por negligencia. En los momentos de bonanza económica, según Rafael Poch, “En España se produjo el "asfaltado intelectual" de la sociedad: cierta americanización, cierto espíritu cutre de nuevo rico hipotecado... En cualquier caso el resultado final fue parecido en todas partes: retroceso de los movimientos sociales y de la conciencia crítica. Vivíamos como absortos en una nube, y estábamos convencidos de esta situación de enriquecimiento perpetuo, al que además teníamos derecho, aunque desconociésemos los motivos. Aquí se impuso una nueva escala de valores, los de hacer dinero rápido sin importar el cómo, muchas veces producto de la corrupción, y hacer ostentación pública de esa riqueza. En definitiva una ausencia de valores éticos claros y firmes. Por ello, fuimos especialmente condescendientes con los políticos corruptos, a los que hemos votado sin complejo alguno. Hoy cuando han llegado las horas malas, nos rasgamos las vestiduras con la corrupción política. De aquellos lodos vienen estos barros.

Por todo lo expuesto, esta situación entiendo que es insostenible. Se necesita una labor conjunta de la clase dirigente y de toda la sociedad. Es imprescindible una regeneración profunda de todas las instituciones, pivotada por una nueva clase política. Nueva de verdad, no pueden realizar esta tarea los Rubalcaba, los Rajoy, los Montoro… No hay confianza en ellos. Hace falta recuperar la Política con mayúsculas. Las actuaciones de la clase” política” actual no tienen nada que ver con la política auténtica, ni tampoco con una democracia real. Cuando se gobierna pensando en el beneficio exclusivo del dinero y del poder, eso no es política, ni tampoco democracia. Eso es otra cosa. La verdadera política, la de verdad, es aquella que está motivada por la justicia social y va dirigida a la mejora de la colectividad. Y la auténtica democracia es aquella en la que la soberanía reside en el pueblo, no en unos poderes ocultos.

Para la consecución de los objetivos mencionados parece inevitable una revisión constitucional en profundidad, en la que todo sea discutible y opinable, desde la Jefatura del Estado, la estructura territorial del Estado, la implantación de un Estado laico, una reforma de la ley electoral, un sistema fiscal progresivo con una clara persecución del fraude, revisión de la deuda pública, control o nacionalización de servicios básicos como energía, telecomunicaciones; control o nacionalización parcial del sistema financiero, defensa de lo público frente a lo privado, mantenimiento y reforzamiento del Estado de bienestar; persecución de la corrupción política; financiación suficiente y transparente de los partidos políticos, nueva legislación laboral. Y por supuesto, una revisión y consiguiente rectificación del modelo neoliberal de la Unión Europea, exclusivamente monetarista, en detrimento de la social, lo que implicaría una reforma constitucional del artículo 135, que prioriza el pago de la deuda sobre el gasto social.

Tenemos que recuperar nuestra capacidad crítica, que nos ha sido negada por el neoliberalismo, ese ha sido su gran triunfo. Tenemos que rebelarnos ante esa cultura del miedo, del sufrimiento y de la muerte para contraponer la cultura de la esperanza, de la felicidad y de la vida. Tenemos derecho a la felicidad, así lo reconocía la Ilustración, proclamada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, en el artículo 1° de la Constitución montañesa de 1793: "El fin de la sociedad humana es la felicidad", y en el artículo 13 de la Constitución de Cádiz de 1812: "El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen". En Francia, Lavoisier, famoso químico y a la vez político, escribe en un discurso de 1787: "El verdadero objetivo de un gobierno debe ser aumentar la cantidad de gozo, la cantidad de felicidad y el bienestar de todos los ciudadanos, no solo de unos pocos". Exactamente lo mismo que el gobierno de Rajoy.

Y la sociedad en su conjunto necesita un rearme ético. No podemos basar nuestra existencia en un vacío moral. Como señala Tony Judt, no podemos seguir evaluando nuestro mundo y decidiendo las opciones necesarias sin referentes y juicios morales. Solo sobre ellos se puede reconstruir la confianza. Y la confianza es necesaria para el buen funcionamiento de todo, incluso de los mercados. "La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva". Por ello debemos preguntarnos sobre una decisión política: ¿es legítima? ¿Es justa? ¿Va contribuir a mejorar la sociedad o el mundo en su conjunto? ¿Es tolerable tanta desigualdad, tanta injusticia tanta explotación del hombre por el hombre? ¿Merece la pena luchar por la libertad, la igualdad y la fraternidad? Estas eran las preguntas políticas, que nos hacíamos hasta los años 70 del siglo XX, aunque sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a planteárnoslas.

Frente a la crisis, regeneración política y ética
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