viernes. 29.03.2024

Pienso que el ser humano vive una vida plenamente humana gracias al ejercicio de la cultura. Necesitamos instruirnos para crecer, para ahondar en lo que nos une, para ser más humanos en definitiva. Tengamos en cuenta que hay una necesidad de expresión en toda persona y de compartir esa expresión restauradora de tantas dignidades perdidas u olvidadas. Por desgracia, cada día son más los ciudadanos a los que se les niega la vida, y se les trata como una mercancía. Realmente tenemos que mirar con otros ojos nuestra existencia, valorar mucho más lo que somos y tomar razón de no acostumbrarnos a convivir con las difíciles situaciones de miseria y violencia que nos acompañan o nos dan de pleno. Al fin, uno tiene que volverse aborrecible de este tipo de escenarios humillantes, que torturan sin miramiento al semejante.

Esta necesaria emergencia cultural ha de acompañarnos en los buenos hábitos de formar conciencia humana para poder discernir la realidad. Las adicciones son muchas. Hay todo un armamento mundial de droga o de juegos, que están destruyendo el corazón ciudadano. Hemos de volver al cultivo de los valores humanos, a la memoria del pasado que tantas veces nos encadena y, si quieren también, a la utopía del futuro que en ocasiones nos inquieta, al presente que se nos escapa, pero que está ahí, esperándonos para reconstruir los sueños de un mañana más decente. Verdaderamente, tenemos que avivar el encuentro, impulsar la clemencia, estableciendo relaciones de respeto, para que podamos hablar de un efectivo renacimiento del ciudadano como tal. Lo que no tiene sentido es que aún haya naciones que ejecuten a las personas, con frecuencia violando lo que establecen las leyes internacionales.

Ciertamente, todavía en los países más desarrollados, con sistemas legales robustos y eficientes, con múltiples salvaguardias judiciales, han condenado a muerte a individuos que posteriormente resultaron inocentes. Es hora, pues, de promover otro tipo de lealtades y de búsquedas más restauradoras y eficaces. No hay evidencias de que la pena de muerte, por ejemplo, tenga un efecto disuasivo. De ahí la importancia de activar otros procedimientos más rehabilitadores socialmente que, efectivamente, contribuyan a la enmienda del culpable, propiciando de este modo una conocimiento crítico que contribuya a la tolerancia y al diálogo. No tenemos otra manera de caminar en armonía para la construcción de la cohesión social, que la reconciliación entre pueblos y naciones, entres seres humanos y su propio hábitat.

Naturalmente, los derechos humanos son los que nos hacen mejores personas, son los principios que nos permiten crear (y recrear) la cultura de la especie, en base a su dignidad. No sólo debemos ser defensores de ellos, tenemos que impulsarlos como fuente de inspiración y manantial de actuación. Seguramente, de este modo, descubriremos lo importante que es sentirnos entre iguales todos los seres humanos. Por esto la humanidad, como familia, ha de tender a alargar los cauces globales del progreso, la unidad entre todos mediante el cultivo de la autenticidad y una puesta en servicio permanente, lejos de cualquier fanatismo.

No olvidemos que el fanático se cree que sabe más que nadie y que siempre está en posesión de la verdad. Por el planeta caminan demasiados conquistadores, y pocos asistentes dispuestos a dedicarse completa e incondicionalmente a vivir (y a difundir) por el mundo el verso del amor, como lenguaje del corazón y de la vida. Sin duda, todo lo que es humano irradia esa donación. No lo destruyamos. Debemos ser más sabios y saber retornar al camino de la moral, retomando la senda del juicio recto. Jamás arrinconemos la experiencia de la grandeza de una persona. Analicémosla y veremos que está en relación directa a la convicción de su fuerza ética. Dicho queda, en un tiempo en el que hasta los mismos derechos básicos se relativizan para condolencia de la humanidad.

Fomento de lo humano como emergencia cultural
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