viernes. 19.04.2024

Estamos acostumbrados a asociar el fanatismo como pensamiento ideológico relacionado con determinados comportamientos ciudadanos al servicio de posicionamientos vinculados exclusivamente con la religión.

Históricamente ha sido así. La religión, en demasiadas ocasiones, ha propiciado que los comportamientos de los que profesan ideologías basadas en creencias intangibles y de difícil explicación con la razón como base científica, tengan comportamientos irracionales en los que la vida humana carece del más mínimo valor y donde absolutamente todo se justifica en la defensa de esas creencias.

Las religiones, con alguna excepción, han estado sometidas al dictado de actuaciones que la razón rechaza con contundencia. La cristiana, en la época de la inquisición, sacrificaba vidas bajo la justificación, nunca demostrada, de la brujería que profesaban aquellas mujeres que quemaban en la hoguera, cuyo único pecado era no profesar una creencia determinada. La judía fue capaz de crucificar a Jesús por decir que el era el hijo de Dios, un Dios que no era el de los judíos. La musulmana, al grito de “guerra contra los infieles” mantuvo a la humanidad en una guerra casi eterna contra los que no creían en Ala.

Y así una y otra confesión religiosa. Aquellos que ejercían esa tiranía eran los fanáticos fundamentalistas que anteponían la fe a la razón.

Eso ha sido hasta ahora, en el que un nuevo tipo de fundamentalismo fanático e irracional se ha instalado entre las sociedades modernas y, teóricamente, civilizadas, el fundamentalismo político.

Estos dos tipos de comportamientos irracionales, el religioso y el político, tienen demasiadas cosas en común.

El primero de ellos es un nexo de unión que permite la proliferación de personas que se consideran superiores al resto de los ciudadanos. Tanto la religión como la política buscan y en la mayoría de los casos lo consiguen, la incultura de los pueblos. Un pueblo inculto es un pueblo manejable, dominable y sumiso. Un pueblo inculto no cuestiona, no discute, en definitiva, es un pueblo sometido a la tiranía de los que han llegado al poder utilizando los métodos que ellos mismos han creado. Han conseguido que la máxima “mas vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” sea la única opción que queda entre los ciudadanos. Han conseguido que asumamos la imposibilidad de mejorar nuestra sociedad mediante la crítica constructiva y de esta manera mantener la dictadura con la que la democracia somete a los ciudadanos.

En definitiva, la resignación ante la imposibilidad de cambiar el status quo establecido es lo que prima en la ciudadanía.

La democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, pero eso no quiere decir en ningún caso, que sea buena, por lo menos tal y como la conciben los partidos políticos en la actualidad.

Los fundamentalistas políticos, al igual que los religiosos, son capaces de justificar absolutamente todo. Son capaces de hacernos creer que todas sus actuaciones son adecuadas y en beneficio de los ciudadanos sobre los que ejercen su poder.

Tenemos demasiadas pruebas de que estas afirmaciones son verdad. Todo lo que hace un político de determinada formación es bueno y lo que hace el de la formación contraria es radicalmente malo. No existe ningún atisbo de autocrítica.

Fundamentalista político es aquel que a estas alturas todavía se cree que no existe financiación irregular en los partidos políticos; es aquel que no reconoce que determinadas formas de gobernar han conducido al país a una crisis como nunca hemos padecido en la reciente historia de España como sociedad civilizada y democrática; es aquel que, cuando se demuestra que una actuación no se ajusta ni a la ética ni a la legalidad vigente, justifica al que lo ha hecho aduciendo campañas de desprestigio en su contra debido a una futura posición de privilegio en le panorama político nacional.

El gran error de estos fanáticos políticos consiste en seguir pensando que el ciudadano no razona, que es inculto y que va a continuar justificando sus actuaciones en defensa de una ideología que en el fondo no es mas que una perversa forma de someter a los pueblos.

A estas alturas, es un insulto a la inteligencia ciudadana hacernos creer que la caja “B” del PP no existe, es un insulto pretender justificar los ERES de Andalucía y negar la responsabilidad del PSOE en este expolio económico a las arcas publicas y es un insulto hacernos creer que Monedero ha presentado una declaración complementaria totalmente voluntaria sobre los ingresos que obtuvo de un “supuesto” trabajo de asesoramiento a países sudamericanos para la creación de una moneda única en aquel continente, después de que le hubieran descubierto la trampa fiscal que pretendió colar a la Agencia Tributaria.

Todos aquellos que justifican estos y otros comportamientos políticos, son fundamentalistas, son fanáticos de unas formaciones cuyo modus operandi se asemeja, con evidentes diferencias, a los que utilizan la creencia en cosas del más allá para manejar a su antojo las cosas del más acá.

Una sociedad culta, formada y preparada no se cree nada de esto. Un ciudadano que ha tenido acceso a la formación, la educación y la cultura sabe cuando un político se la esta intentando meter doblada y por esto, la clase política, la vieja y la nueva, intenta por todos los medios que esto no suceda.

El fundamentalista religioso acaba matándonos y el fundamentalista político termina arruinándonos.

Fanatismo político versus religioso
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