viernes. 29.03.2024

Francisco García Martín nos ha dicho adiós. La pasada madrugada, rodeado de su mujer y sus cinco hijos, este hijo adoptivo de Lanzarote se rendía ante el estrépito de un odioso y tedioso cáncer que le ha torturado durante los últimos cinco meses en Jerez, tierra a la que se retiró hace una década después de permanecer toda su vida en activo sirviendo al Cuerpo Nacional de Policía. Curro, o Paco, como le llaman sus amigos, ha sido siempre un enamorado del pueblo cacereño que le vio nacer el 9 de marzo del 41: San Martín de Trevejo.

Todas las estancias que le conocí en estos seis años estaban presididas por el paisaje de su pueblo natal, y varios fueron sus intentos por publicar algunos de sus relatos sobre San Martín, la tierra donde hoy miércoles serán esparcidas sus cenizas, tal y como él hubiera deseado.

Francisco García, o don Paco, como cariñosamente le llamaban algunos de los reinciedentes delincuentes con los que tuvo que lidiar en la Isla durante casi 20 años, vivió y trabajó en Lanzarote desde 1976 hasta1995. Casado con “una bendita santa”, su “Maru”, como él decía, y con cinco hijos -su locura siempre fue el último de la cadena- el que fuera inspector jefe de la Policía Nacional vio evolucionar la seguridad ciudadana y los índices de delincuencia en la Isla hasta un punto que consideraba casi insostenible en la actualidad.

Tampoco conoció el nivel de desarrollo y mestizaje que hoy se dan en la Isla, y que nunca imaginó en sus tiempos de actividad, cuando los detenidos se contaban con los dedos de la mano, y la relación entre los defensores de la ley y los que delinquían, aseguraba, era muy distinta. Huérfano desde muy pequeño, al igual que sus hermanos José Antonio y Jesús, Francisco trató de inculcar valores de honradez y disciplina a Victoria, Carlos, Álvaro, Ángela y Borja, sus cinco hijos.

Paco llegó a ser inspector jefe de la Policía Nacional de Arrecife, jefe de Seguridad Ciudadana, jefe de Extranjería, jefe de la Policía Judicial, jefe de la Policía de Fronteras, comisario en funciones de comisaría de Arrecife y de Maspalomas pero, por encima de todo, incluso de su alta implicación con su labor, lo que siempre valoró realmente fue el respeto a su trabajo que en todo momento le mostraron desde sus superiores, sus compañeros, sus ciudadanos e incluso los propios delincuentes.

Pero lo que Paco tuvo siempre, sobre todo, fue tiempo y ganas de escuchar a sus amigos. Ayudó a todo aquel que pudo, si no con todo el esplendor requerido en según qué situaciones, sí en los límites de sus posibilidades. Su corazón le llevó, desde a colaborar en inx¡stituciones sin ánimo de lucro hasta regalar el único coche de que disponía. Fue de hecho miembro de la delegación del Rotary Club creada en Lanzarote, y las muestras de cariño y la impronta que dejó entre sus vecinos, son las mejores pruebas de forma de ser.

A algunos nos dio un claro ejemplo sobre lo que debe ser un padre de familia, y sobre cómo trabajar en un puesto cuestionable sin ser cuestionado. A Paco muchos le conocían en Lanzarote por el recuerdo que dejó la tienda de zapatos que su esposa montó en Arrecife junto a la mujer de otro compañero también policía. “La tienda de los policías”, como la recuerdan algunos, fue una de las primeras zapaterías abiertas en la Isla que importaban productos manufacturados en la Península. El negocio fue rentable, y venía avalado por otra de las inversiones soñadas por este perseguidor de utopías vitales. Y es que Paco impregnaba del mejor optimismo cualquier iniciativa que le propusieran. “Ese es el negocio del siglo”, ¡cuántas veces le escuché pronunciar esas palabras!

Ilustrado en el derecho penal, recuerdo que cada vez que me contaba algo de sus buenos años en la Isla comentaba aquello de “en esa época no teníamos ni siquiera instalaciones para la gente que se detenía. Lo que hoy día es la comisaría de la Policía Nacional fue en mi época una casa de maternidad. Yo precisamente comencé como comisario en funciones en esta comisaría, ya que nos acabábamos de trasladar del cuartucho que había frente al casino Club Náutico”.

Francisco presenció el boom del narcotráfico en Lanzarote desde una perspetiva privilegiada. No en vano, fueron famosas algunas de las redadas que él mismo organizó a pie de playa. En Lanzarote vivió muy de cerca el incremento de la llegada de pateras, y desde la muerte del propio César Manrique en un accidente que presenció, hasta la famosa trama del “Time Sharing”.

Desde que dejó Lanzarote, Paco residía en Jerez junto a su esposa, María de los Ángeles, una sevillana de pro que un buen día decidió abandonar su acomodada vida para largarse con su Paco nada menos que a Guinea, uno de sus primeros destinos como miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, donde la vida de su primogénita incluso peligró ante la escasez de servicios médicos y la propagación de ciertas epidemias. A Francisco sus hijos le llamaban el “cara doblá”. Le idolotraban. Decían que sólo tal autoestima por su físico podía explicar tan nutrido grupo de retratos propios que, con orgullo, siempre lucían en su salón.

Ya en sus últimos años de vida se lamentaba un día sí y otro también por haberse marchado de Lanzarote. Pero ya no había marcha atrás. Los sueños de una isla mítica quedaban anclados en el recuerdo de una maravillosa madurez. Las noches de tertulia sobre el turismo de la Isla, los buenos ratos compartidos en las primeras televisiones y radios locales que iban surgiendo por la geografía insular.

P

Al bueno de Paco nunca le gustó ostentar, al menos en el aspecto material, pero su humildad y el amor por quienes le rodeaban le llevó en la Isla a disfrutar de la fidelidad de numerosos amigos.

Actos benéficos, cenas con personalidades de la vida socio-política de la Isla, asaderos en Playa Quemada, sin duda fue la etapa más feliz de su vida. Muchos de los que le conocieron darán fe y le recordarán con melancolía: desde Nicolás de Páiz o María José Docal, al propio Manuel Fajardo, Severino Betancort o incluso Modesto Morejón, el cubano, como cariñosamente le recordaba.

“Por la feria de Sevilla va caminando mi nietecilla”. Es uno de los últimos sonetos que escribió, y que dedicó hace un año con todo su amor de abuelo a Alejandra, su vivo retrato y la tercera de sus cuatro nietos. Postrado ante el ordenador que tantas tardes agradables le proporcionó, Paco no quiso marcharse sin besar a los suyos y demostrarles una vez más eso que tantas veces les repitió, que les quería con locura. Gracias por todo lo que hiciste en vida. Tu esencia y nuestra admiración quedarán eternamente entre nosotros. Descansa en paz querido Paco. Hasta siempre.

A Maru y sus cinco hijos,

con todo el cariño de Crónicas

Fallece Francisco García, ‘Curro', el afable inspector de la Policía Nacional enamorado...
Comentarios