martes. 16.04.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Se están produciendo en estos momentos en esta nuestra querida España, además del resto de Europa, una serie de hechos extraordinariamente graves, por lo menos a mí me lo parecen, como es la puesta en marcha de todo un conjunto de medidas políticas de ajustes fiscales, que van en una sola dirección: la demolición del Estado de Bienestar, creado básicamente al acabar la II Guerra Mundial como un simple profiláctico contra las tensiones políticas. En 1947, Francia, al igual que Italia se veían amenazadas por las huelgas, las manifestaciones violentas y un constante aumento del apoyo al partido comunista y sus sindicatos. A partir de este momento se estableció una relación nueva y diferente entre el ciudadano y el estado, siendo éste el que estaba al servicio del ciudadano, y no a la inversa, proporcionándole todo un conjunto de servicios sociales, basados en un impuesto progresivo, que le permitió el acceso a una educación y sanidad gratuitas, al cobro de una pensión por jubilación, o unas prestaciones por desempleo…. Lord Beveridge, a quien debemos la plantilla básica del Estado de Bienestar británico de la posguerra, creía que su proyecto de seguro integral y con respaldo colectivo para todos era la consecuencia inevitable (o, mejor dicho, el complemento indispensable) de la idea de libertad individual del Partido Liberal, así como una condición necesaria de la democracia. Todo ello supuso el mayor avance en la historia de la humanidad, todavía no superado y que desde planteamientos neoliberales se pretende dinamitar.

Estamos contemplando la congelación de las pensiones, la ralentización de las políticas de dependencia, la reducción de las prestaciones del desempleo, la anulación de las ayudas familiares por hijos, el retraso de la edad de jubilación, una reforma laboral que se decanta claramente hacia el lado empresarial, así como el ataque a lo público con el incremento de procesos de privatización de determinados servicios públicos.… Por otra parte, estas políticas no van a servir para salir de la crisis, ya que supondrán una contracción de la economía, con un aumento o mantenimiento del número de parados o el incremento de trabajos en precario. En definitiva, es el triunfo puro y duro del modelo social norteamericano de inseguridad económica, desigualdad social e intervención estatal reducida a lo mínimo. Que esta política neoliberal se aplique en los Estados Unidos es posible porque incluso algunos de los que pueden salir perjudicados con ella están culturalmente predispuestos a escuchar los mensajes de los políticos que denuncian como perjudicial el intervencionismo estatal. Pero en Europa el modelo social es muy diferente, de fuerte intervencionismo estatal para proporcionar servicios a los ciudadanos, y que hasta ahora parecía plenamente asumido. Mas está cambiando y este hecho me parece de extrema gravedad. Y lo que me parece más todavía es la incomprensible pasividad en la mayoría de la sociedad europea y española. Parece muy oportuno recordar un artículo publicado por Francisco Silvela --hombre inteligente y cultivado, abogado y distinguido político conservador que llegó a la presidencia del Gobierno-- el 16 de agosto de 1898, en el periódico El Tiempo de Madrid Sin pulso, poco después del desastre colonial, que causó una gran conmoción en la opinión española. Decía: Quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada: no se percibe agitación en los espíritus, ni movimiento en las gentes. Los doctores de la política y los facultativos de cabecera estudiarán, sin duda, el mal: discurrirán sobre sus orígenes, su clasificación y sus remedios; pero el más ajeno a la ciencia que preste alguna atención a asuntos públicos observa este singular estado de España: dondequiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso.

Desearía equivocarme, mas lo que estoy percibiendo es que no se está produciendo una sensibilización y una lógica movilización en todo un conjunto de colectivos que están siendo perjudicados gravemente por todas estas políticas mencionadas. Entre los jóvenes, a los que más afecta el paro o el subempleo, las manifestaciones más numerosas han sido en los tiempos recientes por la prolongación del horario de los bares, sin olvidar las producidas en ambientes universitarios por el Plan Bolonia. Ni en los parados, con los cerca de 5 millones de sin empleo. Ni en los funcionarios, tal como acabamos de comprobar en la reciente huelga en la administración pública. Ni en los jubilados. Ni tampoco en el colectivo de los intelectuales. Salvo honrosas excepciones, como Vicenc Navarro, Josep Fontana, Saramago, Julián Casanova, hace ya tiempo que se han retirado a los cuarteles de invierno, dando muestras por pereza o conveniencia de falta de “compromiso cívico” para denunciar los problemas cruciales de nuestro tiempo, las mentiras y falsedades sobre la marcha exitosa de este mundo globalizado; para ayudar a los hombres y mujeres a entender las razones por las que las cosas son lo que son, y así fomentar una conciencia crítica, todavía más en estos momentos de desconcierto ideológico.

Quiero acabar con un aviso a navegantes. Todas las conquistas de legislación social, que hoy disfrutamos no fueron un regalo divino, sino que llegaron como consecuencia de largas luchas políticas y sindicales de aquellos que nos precedieron y que las clases pudientes no tuvieron otra opción que conceder muy a su pesar. Mas todas ellas son vulnerables y contingentes políticamente, ya que no hay una ley histórica que garantice que un día no puedan perderse. Y nosotros deberíamos luchar para que las generaciones futuras puedan seguir disfrutándolas. Es lo mínimo.

España, sin pulso
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