jueves. 28.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Los momentos actuales en la política española están dominados por dos temas: la crisis económica y la ruptura total del diálogo entre las dos principales fuerzas políticas. Sobre la primera cuestión, que va a tener una trascendencia fundamental en los resultados de las próximas elecciones, no quiero detenerme, ya se ha escrito bastante sobre sus causas, desarrollo, consecuencias y posibles vías de solución; y además porque considero que a pesar de su dureza con la secuela más grave del paro, tiene un carácter coyuntural, y que más tarde o más temprano saldremos de ella-algunos parece que no les importe que perdure-, a no ser que se hunda el sistema capitalista, aunque mucho me temo que no se va producir tal circunstancia, debido a su capacidad de adaptación y superación ante las dificultades que se le presenten, por muy fuertes que lo sean, como lo fueron en los años 30 del siglo pasado. Ahora quiero fijarme en la segunda cuestión, que me parece más grave, en la falta de diálogo y comunicación, con una fuerte dosis de odio, entre las dos principales fuerzas políticas, sobre todo a partir de las elecciones del 14-M del 2004, que recuerdan a los años de la última legislatura de Felipe González. Tengo la sensación, así como otros muchos como yo, que así me lo han corroborado, aunque pueda parecer increíble, que entrañará menos dificultades el encontrar una solución a la crisis económica, que al odio que se ha sembrado entre el partido gobernante (PSOE) y el principal partido de la oposición (PP). La actuación de los dirigentes políticos de ambos partidos, que estamos contemplando diariamente en los medios de comunicación y en el Parlamento, con insultos y descalificaciones continúas del adversario, o los ejemplos recientes y lamentables de algún expresidente, me reafirman en el juicio negativo anteriormente expresado.

Por otra parte, la mayoría de los medios de comunicación hablados, escritos o telemáticos, en sus titulares y editoriales, y en sus tertulias, con sus palabras insultantes y descalificantes, no sólo no contribuyen a suavizar estas tensiones, todo lo contrario coadyuvan a incrementarlas y agravarlas. Como simple botón de muestra sirve el comentario hecho por un reconocido periodista de una cadena radiofónica nacional, para calificar los referéndums sobre la autodeterminación que se hicieron en algunos ayuntamientos catalanes: una butifarrada.

Tales actuaciones de la clase política y de los medios de comunicación tienen además una consecuencia gravísima, ya que ese clima de tensión se ha trasladado también a la calle. Podemos constatarlo en las charlas de las barras de los bares, en algunas veladas familiares, en algunos Plenos de los Ayuntamientos, en la retirada del saludo entre vecinos de algún pueblo, etc. En reuniones entre amigos se ha llegado al pacto de no hablar de política. Se me podrá replicar que me estoy excediendo en mis apreciaciones, mas es lo que yo estoy observando todos los días.

De verdad, que no se puede seguir así. Algo hay que hacer. Me resisto a que tenga que ser cierta una concepción maniquea a la hora de repartir culpabilidades de la situación política española actual. Aquí todos somos culpables. Los unos echan toda la culpa a los otros. Los otros a los unos. Aquí nadie es capaz de hacer concesiones, de dialogar, de llegar a pactos. Aquí todos tenemos la verdad absoluta. Ya lo dijo Azaña que los españoles somos extremosos en nuestros juicios, estamos enseñados a discurrir partiendo de premisas irreconciliables. Pedro es alto o bajo; la pared es blanca o negra; Juan es criminal o santo. Los segundos términos, los perfiles indecisos, la gradación de matices, no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida, resalto brusco, granito emergente de la arena.

No podemos aceptar que sea imposible el diálogo entre los españoles. ¿Siempre debemos estar enfrentados? ¿Todavía no hemos aprendido de nuestra historia? Esta preocupación no es exclusivamente mía, recientemente en su última novela La sima, José María Merino nos habla también sobre ese "espíritu terrible de confrontación" que suele reinar entre los españoles, cuyo título es una metáfora de todas esas simas que nos siguen separando, haciendo tan difícil nuestra convivencia. Es una obra que todo español que se precie de serlo debería leerla y ser motivo de una profunda reflexión. Por ende, entraría dentro de una buena lógica que si los actuales dirigentes políticos son incapaces de encontrar unos puntos de acuerdo mínimos a la hora de las posibles soluciones a los graves problemas que nos aquejan, sería conveniente que dejasen paso a otras personas, que no estuvieran marcadas por tantos años de intransigencia mutua. Igualmente los medios de comunicación deberían hacer un esfuerzo para encontrar ciertos espacios de sosiego y equilibrio, lo que no es óbice a que sigan ejerciendo una labor crítica tanto al gobierno como la oposición.

Como colofón a lo antecedente, me vienen a la memoria en estos momentos, las palabras emitidas, el día de la Constitución del 2007, por el entonces Presidente de las Cortes, Manuel Marín, cuando hizo un sentido elogio del texto de la Constitución de 1978 y de dos de sus valores, "el consenso y el sentido del límite" que hicieron posible un acuerdo que ha permitido a los españoles "los mejores años de su historia". Especialmente gráfica fue su explicación sobre lo que él consideraba el "sentido del límite" que debe presidir la acción política: "es lícito apretar al adversario, pero no ahogarlo, y hay que saber en qué momento es necesario soltar la mano y tenderla para el acuerdo". Aseguró que hay que retomar estos valores, "porque no se puede repetir otra legislatura tan dura y tan ruda como ésta". Asimismo, pidió que "se deje de acumular reproches" y que "volvamos a la política con mayúsculas". Acabó afirmando que todavía creía en la posible vuelta a los valores constitucionales, sobre todo "porque los ciudadanos nos la van a imponer". Por lo que estamos comprobando, dichas palabras cayeron en saco roto, ya que si fue ruda la anterior legislatura, la actual lo es más todavía. Lamentable.

¿Es imposible el diálogo entre los españoles?
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