sábado. 20.04.2024

Por J. Lavín Alonso

Al contrario que en el filme aquel, en que un magnifico trío de actores se enfrentaba a sus demonios familiares, en el vértice de un entorno paradisíaco, al borde de un estanque dorado, en España corren tiempos en los que debemos y tenemos que enfrentarnos a nuestros propios demonios - que constituyen legión - en lo que me atrevería a calificar, cuando menos, y disculpen la metáfora, como un estanque enfangado.

Hace pocos días, un presidente autonómico tuvo que acudir a declarar ante el juez por una reunión que tuvo con elementos de la ilegal Batasuna. Tal exigencia de la Justicia debió parecerle un soberano insulto a su muy alta - o al menos, eso se cree él - condición política. Por ello, y puede que por reflejo condicionado o por una reacción freudiana de conciencia culpable, a la salida de tal comparecencia, y en lo que parece fue una clara pérdida de la compostura que se supone a tal “alto” cargo, se soltó el pelo y declaró sin ambages que el nuestro “es un país de locos”.

Por suerte he podido ir reuniendo un considerable taco de abriles, con el cúmulo de vivencias que ello implica, y puedo asegurar al intemperante presidente en cuestión que nunca he visto en las gentes de este país el más leve indicio de esquizofrenia colectiva, paranoia o psicopatía masivas que nos convierta en un país de locos. Tenemos nuestros defectos y nuestras virtudes, como ocurre en toda tierra de garbanzos, y a pasar del empeño de algunos mal nacidos en hacernos creer, a nosotros y al resto del mundo, que constituimos una raza de cuidado, no somos, como grupo humano, ni mejores ni peores que el resto del mundo. Eso es, al menos, lo que he podido constatar en los diversos países y ciudades que he visitado, a los largo de más de treinta años y en tres continentes: Europa, África y América. Me faltan Asia y Oceanía pero no pierdo las esperanzas, ya que nunca se sabe. Por otra parte, si comparamos nuestra historia, que deja mucho que desear el algunos aspectos, con la de otros países que actualmente se tienen, y los tienen, por paradigmas de civilización y progreso, también tienen muchas lagunas tenebrosas en ella, habría mucha tela que cortar y descubriríamos que no es oro todo lo que reluce. En todo caso , me quedo con la nuestra, que más vale malo conocido que bueno - es un decir - por conocer.

Si algo nos ha podido conducir en lo que va de siglo a ciertos comportamientos o reacciones como sociedad no creo se deba a la condición de orates. Antes bien, dicha condición deberíamos atribuirla a la inefable y más que reprobable actitud, hechos y entuertos de quienes hemos elegido - no siempre con buen tino - para timonear nuestros destinos y salvaguardar nuestros intereses como pueblo soberano. Y usted no está exento de pecado, presidente. Si algo he aprendido hasta ahora es que en una democracia nadie está por encima de la Ley. Personajes de la política, pasados y actuales, de muchísimo más fuste y entidad que usted - González y Blair - por ejemplo, han tenido o están teniendo que pasar por el trámite que ha provocado su exabrupto. Ser interrogados por un tribunal o por la policía sobre aspectos oscuros de su ejecutoria, sin que por ello se hayan derrumbado los pilares de la Tierra. Lo malo es que actitudes camastronas y un faso concepto de la civilidad democrática están propiciando el deplorable espectáculo al que estamos asistiendo en los tiempo que corren en este estanque enfangado; y lo que te rondaré, morena... ¿País de locos, dice Ud.? ¿Es de locos pretender que la Justicia bucee en determinado recovecos de este estanque enfangado? ¿Es de locos salir en manifestaciones de centenares de miles, como el pasado 3-F, para protestar contra la banda terrorista y las negociaciones? No lo creo. ¡Ah! Y mírese al espejo antes de proferir dictámenes de ese jaez, verá su propio entorno reflejado en él.

En el estanque enfangado
Comentarios