jueves. 28.03.2024

Es tarea harto complicada encontrar en la prensa española, toda ella entregada a una causa política u otra, artículos en los que no se nos satanice a los abstencionistas, que somos apestados a ojos interesados de los que han hecho profesión de la política y al juicio seguidista de los pelotas mediáticos o mediocres de aquéllos. Pero toda regla tiene su excepción, que viene a confirmar la primera. Excepción encarnada esta vez en una columna publicada el pasado jueves en El Mundo, que firma un catedrático de Derecho Administrativo de la Facultad de Derecho de la Universidad de León, Francisco Sosa Wagner. Sosa no hace el canto al abstencionismo, cierto es, pero no demoniza a los que, desencantados -cuando no asqueados- por el evidente mal uso que se hace del mejor sistema político conocido, protestamos de la forma y manera que creemos más efectiva: absteniéndonos de ir a votar mientras no cambie la actual perversión del sistema.

Ante las elecciones generales del 9 de marzo, escribe el catedrático que “en estos días, el político, ectoplasma televisivo, se nos aparece en carne mortal por calles y mercados, expuesto al contagio de ese votante que ha sido para él durante toda la legislatura apenas un garabato de humo. En las elecciones creemos en los Reyes Magos hasta que nos damos cuenta de que los diputados que elegimos son los padres. Porque la democracia tiene mucho de gran trampantojo, de papel pintado de la voluntad popular. Es así en todos los países europeos, pero uno lamenta que en el nuestro la democracia haya perdido con tantas prisas su lozanía. Sin los polvos cosméticos de nuestra mirada piadosa la democracia no enseña más que arrugas y una piel sin irrigar”. Despiadada pero magnífica foto de lo que tenemos.

El autor hace hincapié en algo que en Lanzarote hemos visto y padecido muy de cerca en los últimos años: “El mal de mayor bulto es el de los partidos políticos mayoritarios y su comportamiento vulgar. La democracia española es adúltera porque ha engañado al pueblo, su legítimo cónyuge, y se ha ido de picos pardos con los partidos, que encima la han dejado embarazada de tópicos y consignas [en caso de dudas, léanse los artículos de Manuela Armas, si pueden y no se ronchan]. La democracia de partidos, en los términos en que ha desembocado la nuestra, deja de ser democracia para convertirse en oligarquía de secretarios generales o de organización, los personajes que con más denuedo -y con mayor eficacia- adulteran el sistema”. Véase no más lo sucedido con la imposición jerárquica que en Lanzarote han llevado a cabo, con todo el descaro del mundo y parte del extranjero, el PSOE y el PP de la ya afamada “gestora Duracell”. En ambos casos se ha demostrado que la puta base no pinta nada, que se ningunea al militante hasta convertirlo en mero militonto que traga con lo que le echen. Partidos teóricamente antagónicos coinciden milimétricamente a la hora de menospreciar a quienes todavía acuden a votarlos.

Los actos estelares de las campañas, los mítines, “se convierten en la suma de todas sus letras y de todos sus argumentos. Pero el mitin es la bazofia de la democracia y los ciudadanos deberían rechazarlos como un acto de mínima indisciplina y de higiene intelectual”. No es la mejor forma de enterarse de por dónde van los intereses de la ciudadanía, ciertamente. Por no hablar de esos cabezas de lista, “algunos de los cuales llevan años de cabezas sin que haya sido posible advertir qué albergan en ellas”... si es que albergan algo, apunto por mi cuenta y riesgo. Espinoso asunto, a fe mía. Y concluye el autor sugiriendo que la ciudadanía ha de emitir un grito de rebeldía contra tanta farsa. “Un grito seco, hiriente y bravo”. Para mí, ese grito se llama abstención. Ningún otro se escucha tan alto. Ningún otro les duele tanto a los que han pervertido la democracia.

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Embarazada de mentiras
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