Por J. Lavín Alonso
No se porque tengo la recóndita sospecha, el difuso pálpito, de que a muchas personas les ocurre lo que a uno cada vez que se percibe en lontananza el eco de los clarines precursores de un nuevo periodo electoral. Y ocurre que ya me dan de cara los mas que previsibles, tediosos y poco o nada ingeniosos despliegues de la parafernalia de la que hacen gala los futuribles de la poltrona, así como también quienes albergan la inquietante - no para ellos, desde luego - idea de revalidar el acta por otro cuatrienio... o los que sean. No hay mal que cien años dure, dice la añosa conseja; ni tampoco cuerpo que lo resista, según el no menos añoso retruécano.
Cercano están ya los tiempos, si no han llegado ya, en que comienza la colocación masiva de primeras piedras de proyectos arrumbados en alguna polvorienta gaveta de algún apartado despacho edilicio y durmiendo allí a la espera de una ocasión como la descrita mas arriba, de la que extraer algún rédito en votos por este consabido sistema. La granítica desfachatez de la fauna política resulta siempre bastante poliédrica en sus manifestaciones. Y es que el voto es objeto tan codiciado como veleidoso, mudable cual piuma al vento, que requiere de mil y una carantoñas y mimos, y si estos van acompañados de generosas raciones de “citterio” con guarnición de demagogia al aroma de cilantro fantasioso, pues mejor que mejor. Claro que el summum de lo mas in en estos días es la multiforme oferta en euros contantes y sonantes que viene haciendo el presidente en curso. Así cualquiera. Disparar con pólvora del rey no tiene mucho mérito... Ya lo dijo una ministra de cuota, de quien no recuerdo su nombre - ni falta que hace - “el dinero público no es de nadie”, y tal parece que esté ubicado en el limbo del parné, si es que tal entelequia existe.
Es la época en la que vemos en los medios, con cierta profusión, imágenes que nos muestran unos encuadres algo cursis y bastante artificiosos, en los que aparece el conspicuo de turno endomingado y sonriente, y casi siempre ayuno de todo lo que tenga que ver con cualquier tecnología, manejando sofisticadas máquinas de rabioso estreno “ad hoc”, con sonrisa de circunstancias y mirada un si es no es desconfiada, como si el aparatejo en cuestión amenazase una inminente y cruenta rebelión. En otros enfoques los vemos de tiros largos, con el consabido casco protector por montera y rodeados de unos cuantos propios, en la inauguración de alguna obra o proyecto que casi siempre, una vez alejados los fragores de la campaña, regresarán al ostracismo del que nunca debieron haber salido para mayor alivio del bolsillo del contribuyente, aunque, por mala fortuna, no siempre es así.
Como colofón de esta farsa multifacética, aparecen las encuestas, como los caracoles tras la lluvia, dando a conocer al sufrido elector una serie de datos y porcentajes, tan bien elaborados como vacíos de significado o utilidad, pero eso sí, gozando de la máxima difusión ¿Quién pagará tanto dispendio? Es la pregunta que siempre me hago, ingenuo de mí.
Los actores de esta comedia parecen reproducirse por una particular variante de partenogénesis, ya que todos parecen tener metas, mañas y tics sospechosamente similares, independientemente del credo político. Pronto comenzarán a proliferar las entrevistas, discursos y declaraciones en politiqués, ese extraño galimatías elocutivo, inaccesible al común de las gentes, pero que suele calar hondo en un sector de la opinión pública proclive a estímulos demagógicos y sectarios, y auténtico desespero de los versados en semántica, por someros que sean sus conocimientos en tal materia. Así pues, marchando otra media de lo mismo, sin cambiar los vasos.