viernes. 29.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Lamento presentarme como una voz discordante a todo un conjunto de juicios, en su mayor parte positivos, que se han emitido estos días, relacionados con la caída del Muro de Berlín. Mayoritariamente se ha dicho que este era un acontecimiento sin par en la Historia ya que suponía la conquista de la libertad para todos los ciudadanos que vivían al este del Telón de Acero; por lo que podían ejercitar todo un conjunto de derechos civiles y políticos; sociales y económicos, a través de un sistema democrático. Igualmente, que iban a poder “disfrutar” la libertad económica, dentro del recuperado sistema capitalista. Desde el mundo occidental se ha querido presentar la idea de que estos países del antiguo bloque socialista al recuperar la democracia y el sistema capitalista iban a entrar en el progreso, la modernización, y en consecuencia en un mayor grado de felicidad y satisfacción para todos sus habitantes. Demasiado bonito para ser verdad. Este acontecimiento a muchos nos dejó un sabor agridulce. Por un lado, la recuperación de la libertad es para sentirnos todos felices. Por otro, era el reconocimiento explícito y contundente del fracaso de un sistema, cuyo centro radicaba en Moscú, la patria del proletariado internacional. No es cuestión baladí. Hubo algunos intelectuales que dejaron de mirar hacia allí, tras los acontecimientos de Hungría en 1956. Fueron muchos más, los que hicieron lo mismo tras el desenlace sangriento de la primavera de Praga en 1968. La publicación de Archipiélago Gulag de Aleksandr Isáyevich Solzhenitsyn en 1973 también supuso el abandono para otros muchos…. Mas, lo que parece incuestionable es que el modelo socialista que quebró a partir de 1989, su raíz primigenia fue el marxismo, corriente ideológica por la que se han sentido profundamente atraídos muchos millones de hombres, obreros e intelectuales a lo largo y lo ancho de la tierra. Este atractivo, tal como señala Tony Judt, tenía y sigue teniendo una justificación, y todos aquellos que en los años recientes se han apresurado a saltar sobre su cadáver y han proclamado el “fin de la historia” o la victoria de la paz, la democracia y el libre mercado, deberían tenerla en cuenta. Si muchos hombres y mujeres inteligentes y de buena fe estuvieron dispuestos a dedicar toda su vida al proyecto comunista no fue sólo porque la seducción de la revolución y la redención les hubiera generado un estupor ideológico. Fue, sobre todo, que les seducía su mensaje ético subyacente: el poder de una idea y un movimiento dedicados firmemente a defender los intereses de los parias de la tierra. Lo lamentable es que una ideología profundamente ética, que además de explicar la explotación humana, indicaba el camino para salir de ella, y así alcanzar un mundo en el que no hubiera clases, y por tanto no habría dominación de unos hombres sobre otros hombres, haya sido prostituida y falsificada por una pequeña minoría, una burocracia que, aduciendo de que se estaba en fase hacia, ha conducido a una de los regímenes totalitarios más graves de la historia de la humanidad.

Mas, ese “paraíso” prometido tras 1989 a los antiguos países socialistas, por todo lo ocurrido en estos últimos 20 años, podemos constatar que no se ha alcanzado Muy al contrario. Hoy en estos países la democracia y el capitalismo están perdiendo apoyo cada vez más, tal como constata una reciente encuesta del The Pew Research Center. En general, en todos estos países la aprobación al paso del comunismo a la democracia ha perdido apoyo siendo los casos más acusados los de Ucrania, donde se ha pasado del 72% en 1991 al 30% actual; Bulgaria, del 76 al 52%; Lituania, del 75 al 55%; y Hungría, del 74 al 56%. Por contra, el 85% de los alemanes del este están satisfechos, al igual que el 80% de los checos o el 71% de los eslovacos. Con las lógicas diferencias, lo que si parece cierto en la mayoría de los encuestados es la frustración con la experiencia democrática. Medvédev acaba de afirmar que el sistema de pluripartidismo se ha consolidado, "funciona de forma estable" y asegura "los derechos y libertades fundamentales de nuestro pueblo", pero se olvidó de la masiva falsificación denunciada por los partidos de oposición en los comicios municipales del pasado 11 de octubre.

En cuanto a la situación económica en casi todos los países existe la opinión mayoritaria de que ahora la gente está "peor". Así, llama la atención el caso de Hungría, donde el 72% de los consultados creen que se está peor, el 16% prácticamente igual, y sólo el 8% dice que mejor. Le sigue Ucrania, con el 62, el 13 y el 12% respectivamente; Bulgaria, con el 62, el 18 y el 13%; Lituania, con el 48, el 15 y el 23%; Eslovaquia, con el 48, el 18 y el 29%; y Rusia, con el 45, el 15 y el 33%. Por contra, en República Checa el 45% cree que están mejor que antes, el 12% más o menos igual y el 39% peor, mientras que en Polonia el 47% creen que la situación económica es mejor, el 12% igual y el 35% peor. Esta es la realidad sentida por la población. Circunstancia que pienso tiene una clara justificación. Siguiendo a Tony Judt, es cierto que uno de los legados más penosos del comunismo fue su herencia económica. En buena parte del aparato productivo se conjugaban la disfunción económica con un desastre ecológico. El capitalismo que se difundió por los países poscomunistas a partir de 1989, se basaba en el mercado. Y este significaba privatización. La liquidación total de bienes de propiedad estatal tras 1989 fue brutal. El culto a la privatización, moda que se había instalado con avidez en el mundo occidental en los años 70 fue el modelo adoptado en los países del Este, pero con grandes diferencias en ambos modelos. Mientras que el capitalismo que se consolidó en el mundo occidental desde en los últimos siglos estuvo regulado por unas leyes, y unos reglamentos, en la mayoría de los países poscomunistas estas leyes y reglamentos eran desconocidas, o fueron ignoradas por los neófitos partidarios del libre mercado. El resultado es conocido: una privatización sin control alguno, en forma de cleptocracia y con grandes dosis de nepotismo, que ha generado una proliferación de grandes multimillonarios, como los 36 rusos que en 2004 habían acaparado una fortuna que alcanzaba a los 110.000 millones de dólares, es decir, el 25% del P.I.B. del país. Rusia ha sido el caso más claro, pero los ejemplos abundan, como en Ucrania, Rumanía…

Aquí se ha cometido uno de los mayores latrocinios y expolios de la historia, hasta tal punto que la diferencia entre privatización, apropiación indebida y puro y simple robo desapareció por completo: había mucho que robar- petróleo, gas, minerales, metales preciosos, oleoductos, fábricas, bloques de edificios, infraestructuras- y nada ni nadie que impidiera el robo. Por ende, por cada oligarca sinvergüenza con segunda vivienda en Londres o Cannes, han proliferado millones de pensionistas cabreados y trabajadores en paro. Así ya podemos empezar a entender la desafección de buena parte de la población hacia el sistema capitalista.

El "nuevo paraíso" en los antiguos países socialistas
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