jueves. 25.04.2024

Por Víctor Corcoba Herrero

Reconozco que a veces me gusta contemplar desde el balcón de la vida el aluvión de poemas que se injertan en el universo. Me regenera por dentro. Ver como la clara luna, pausada y serena, alumbra por entre la arboleda del tiempo las más altas emociones, me resulta un espectáculo vivo maravilloso. Siempre pensé que la ilusión es un árbol florido que se engrandece por sus versos al árbol de la vida. También la luna jugando por entre las ramas. Los árboles, el árbol, como raíz de libertades, prosiguen enhebrando formas humanas concretas que nos despiertan las ideas o la vena poética. Precisamente, ahora acabo de recibir un poemario antológico, que lleva por título “Los nombres de los árboles”, una cuidada selección y edición de María Isabel Morcillo Esteban y de Rafael Delgado Calvo-Flores, con ilustraciones de Luís Díaz de la Guardia, de uno de los poetas más admirados en España y América Hispana, Manuel Benítez Carrasco.

Fecundidad y vida desprenden los árboles, al igual que la poesía de Benítez Carrasco. Las descripciones del almendro en flor, del dolor del árbol porque los árboles sienten, del árbol seco, del olivo, del laurel, del ciprés…, son de una belleza que nos trascienden en medio de un mundo bárbaro y hostil. Hay que felicitar a los antólogos por el buen tino a la hora de seleccionar los textos poéticos, sus acertados comentarios, junto a un ilustrativo apéndice sobre el origen del nombre de los árboles y arbustos que se mencionan en los bellísimos poemas cuajados de autenticidad. Fruto de la fascinación del poeta por los monumentos naturales, han crecido vivientes sotos poéticos que luminosamente brillan en esta recopilación, más de una treintena de composiciones tejidas a corazón abierto e hilvanadas con veinte especies vegetales distintas.

A Benítez Carrasco “el árbol le devuelve la ternura” y las ganas de vivir. En la poesía como en la vida el afecto es lo que nos sostiene. “Árbol soy; árbol me ofrezco; / y de raíz y de flor/ te daré ternura y cántico/ con los frutos del amor”. Jamás la poesía fue tan necesaria como debiera serlo en estos momentos de desprecio por todo, hasta por el propio ser humano, donde nadie parece querer a nadie, y la rudeza se abre paso hasta cerrar las noches sin luna y sin estrellas. Nos alegra, pues, que “Los nombres de los árboles” de Benítez Carrasco, se enraícen con la cotidianeidad del ser humano. Pienso que la aportación de los poetas es de suma importancia. Juntamente con el progreso de nuestras capacidades de dominio sobre el medio ambiente, los amantes del verso y la palabra deben ayudarnos a percibir aquello que es contrario a la naturaleza, algo que siempre pasa factura porque no es bello. Los árboles y sus nombres, todos necesarios y todos precisos, que nadie los fusile de indiferencia, cada uno tiene su verso que también es parte de nuestra vida, como genialmente ha loado Benítez Carrasco. “Dame, por tanto, Señor, / la mansedumbre del árbol/ y la entereza del árbol/ y la caridad del árbol/ y ese silencio del árbol, / tan lleno luego de frutos”. Sensata reflexión para un tiempo en que las especies vegetales están desapareciendo a un ritmo sin precedentes.

El nombre de los árboles
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