jueves. 28.03.2024

Por Yolanda Perdomo

En estos últimos tiempos se reproduce una sensación curiosa en el gobierno de España, una sensación que se asemeja a la del que viaja en un barco a punto de zarpar: parece que lo que se mueve y se aleja es el puerto del que partimos, no el buque que nos transporta. Llevan algún tiempo afirmando los socialistas que el Partido Popular se ha alejado porque se ha trasladado a la derecha, cuando aquí, el único cambio que se ha producido es el del presente gobierno, que se radicaliza hacia el naciente.

Puede que, en esa tergiversada percepción de la realidad, los socialistas intenten demonizar lo que constituye un serio obstáculo en su intento de perpetuarse en el poder, intentando alejar, con un irracional vade retro, los argumentos que no son capaces de rebatir racionalmente: la quiebra del Pacto Constitucional, la fractura del Pacto Antiterrorista, la pérdida de credibilidad de las instituciones, y el retroceso de España en el contexto internacional.

Puede que la utilización de tales apelativos corresponda a la necesidad de crear un enemigo virtual, ya que, únicamente en la existencia de éste se justificaría su propia existencia como supuestos defensores del espacio democrático, una coartada facilona para distraer la atención sobre la creciente percepción de los ciudadanos sobre su incapacidad para gobernar eficazmente, como bien indican las últimas indicaciones del Centro de Investigaciones Sociológicas.

Puede que en ese vano intento de arrinconar al adversario con calificativos pre-constitucionales, se intente achicar al contrario, con losas y complejos del pasado. Y es que no sirve que nuestros símbolos nacionales ya no tengan connotaciones de signo político pre-democrático. Eso desdibujaría la diferencia entre unos partidos y otros, sentando las bases de la apreciación objetiva de esos mismos partidos en una mera cuestión de capacidad de gestión, atributo éste del que carece el Gobierno de Zapatero. Puede que, por dicha razón, se intente hacer renacer, intencionadamente, algo que casi estaba olvidado y que los más jóvenes no han vivido; la asociación de ideas entre la bandera y el himno y lo más ranciamente facha. Algo que constituye una flagrante falta de respeto hacia los españoles y hacia el lugar en el que hemos conseguido posicionarnos en estos treinta años de democracia.

No me siento aludida por estos apelativos, ni sufro complejo alguno por sentirme orgullosamente representada por los signos que nos identifican como pueblo, ya sea en las competiciones deportivas internacionales que en las manos de quien desee exhibirlas con respeto. No creo que nadie debiera jamás volver a sentir rubor por exhibir su bandera. Y creo en ello por una simple cuestión de supervivencia, porque para que nuestra identidad subsista habremos de ser capaces de comunicar a los que aquí se asientan cuáles son nuestros valores, cuáles son nuestros principios, cuál es nuestra nación, y cuáles son nuestros símbolos. Si no es así, no habrá diferencia alguna entra aquí y allí, y una parte de nosotros desaparecerá para siempre. Puede que a los socialistas eso no les importe. A ver si empieza a importarles cuando, por mor de nuestros complejos, comiencen a proliferar los guetos y los conflictos a la manera francesa y aquello que todos compartimos desaparezca. En este escenario, más que movimientos laterales lo que habría que esperar es un acompasado, inequívoco y no excluyente paso al frente.

El movimiento lateral
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