sábado. 20.04.2024

Por Juan Jesús Bermúdez

El hidrógeno no es un combustible. Para obtener hidrógeno hay que emplear energía, porque es un elemento químico que no se encuentra libre en nuestra naturaleza. Su uso actual está concentrado en algunos procesos de la industria del refino de petróleo, y en la síntesis del amoniaco para la obtención de fertilizantes. Se obtiene en su práctica totalidad a partir del reformado del gas natural (el gas natural es, sobre todo, metano, y el metano tiene cuatro átomos de hidrógeno), aunque también se puede obtener del agua, a través de la electrólisis.

Varios son los problemas del hidrógeno como “vector (acumulador) energético”: la dificultad enorme de su almacenamiento estable, dada la tendencia de sus ligeras y reactivas moléculas a filtrarse y deteriorar las paredes de cualquier recipiente metálico; la baja densidad energética que tiene, lo que requiere grandes depósitos para su almacenamiento; también la importante cantidad de energía que se debe gastar continuamente para su compresión o licuefacción, si se pretende su uso en depósitos más manejables, lo que a su vez incrementa sobremanera los peligros ya inherentes de ser altamente inflamable. Por otro lado, debido a la Ley de la entropía, en cada proceso necesario hasta el uso final del hidrógeno, existen importantes pérdidas de energía: en el proceso de captación de energía solar o eólica para su transformación, debido a su baja eficiencia; en el proceso de electrólisis, para la separación del hidrógeno del agua, y en el proceso de almacenamiento y compresión, que requiere un uso constante de energía, así como en el esfuerzo energético para evitar las fugas.

Ulf Bossel, del Foro europeo de células de combustible, un reputado investigador sobre los usos del hidrógeno (su abuelo fue Christian Friedrich Schönbein, el químico suizoalemán descubridor del principio de funcionamiento de las pilas de combustible), ha expresado, que “se requiere más energía para extraer el hidrógeno de los componentes naturales en los que se encuentra que lo que se puede recuperar con su uso”. Para él y el Foro que presidió, el almacenamiento del hidrógeno en pilas de combustible para su uso como “combustible” carece de sentido, porque es un sumidero energético, y cuestiona, desde su posición de autoridad internacional en la investigación sobre estos sistemas, la viabilidad de la llamada “economía del hidrógeno”. Estimó que la energía precisa para usar, a través de los procesos electrólisis, licuefacción y transporte, el hidrógeno necesario para poner en funcionamiento únicamente los 520 aviones que salen del Aeropuerto de Frankfurt diariamente (datos de 2004) equivaldría a una flota de 25 centrales nucleares y toda el agua que consume esa ciudad. Michael C. Ruppert calculó que para satisfacer las necesidades de movilidad terrestre de la ciudad de Los Ángeles sería preciso duplicar el consumo de agua de la ciudad y la puesta en funcionamiento de unas 100 centrales nucleares. Ni que decir tiene las colosales infraestructuras que habría que emplear si habláramos de otras fuentes de energía. Bossel es partidario del uso de energía eléctrica directamente para el transporte, y la obtención de ésta a través de un mix energético con el mayor aporte posible de renovables, una forma mucho más eficiente que la posibilidad de las células de combustible. Añadimos que lo mejor - y probablemente lo inevitable - será un menor consumo de movilidad - alma mater de nuestro sistema socioeconómico -, habida cuenta de que hoy no es viable la sustitución del enorme parque móvil existente, en todos sus modos de transporte, y que se mueve en más de un 95% con petróleo, recurso éste en declive inminente por factores geológicos.

Las investigaciones, siempre necesarias, no deben dejar esconder la cuestión de la escala, fundamental para hablar de modelos sociales, y se suele obviar el descomunal - e inviable - coste energético, económico y de uso de materiales preciso para sustituir la sociedad del hidrocarburo por otra mágicamente “limpia” e infinita. Todo con la condición de no cuestionar un ápice nuestro modelo derrochador. No podemos olvidar, aunque sea duro de recordar, que todos los ingenios tecnológico-alternativos hoy existentes son construidos gracias a la existencia de una sociedad intensiva en consumo de energía fósil y que, como dice el sociólogo Ernest García, la idoneidad de un recurso energético para sustituir a otro es la posibilidad del primero de ser “autónomo” en todos sus procesos de extracción de materiales, fabricación y transporte y operatividad de sus componentes, algo que no ha ocurrido con ninguno de los recursos renovables, ni siquiera con la energía nuclear.

Parece que las alternativas energéticas, aunque puedan tener viabilidad para pequeños modelos y no supongan - hechos los cálculos de costes de flujos de materiales y energía - realmente alternativa para reproducir una parte estimable de lo construido con hidrocarburos, tienen un extraordinario poder de hipnosis sobre el hombre hiperindustrial, que se resiste a que puedan existir declives energéticos, como el del declive del petróleo convencional, y no exista un milagroso “bálsamo de fierabrás”, al decir de Pedro Prieto o Michael C. Ruppert, que le redima de tener que consumir menos. En estos tiempos veremos prodigar entre nosotros a quienes, pócima en mano, nos digan que es cuestión de tiempo que podamos hacer realidad aquello del perpetuum mobile, o que estamos a las puertas de producir ingeniosos sistemas de altísima tecnología que eviten despeinarnos ante la crisis energética y socioeconómica que nos trae el declive natural del recurso energético de mayor intensidad energética y versatilidad de toda la Historia: el petróleo.

El mito del hidrógeno
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