viernes. 19.04.2024

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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Una nueva contienda se cierne sobre la persona. El mundo de los dominadores lucha por absorber al individuo, al sujeto pensante, al que quiere ser yo, o mejor dicho aquel que ahonda en sus patios interiores para saber cómo ha llegado a ser quien es. Los dictadores son una casta terrible y temible, que germinan por doquier espacio, también por las atmósferas que se dicen democráticas y de derecho. Cada día son muchas las personas que pagan una alta factura, hasta la propia vida, por el privilegio de querer ser uno mismo. Cuando se habla de tantos avances, cuesta entender: ¿por qué no puedo gozar a mis anchas del yo –persona- y he de soportar tantas interferencias sobre mí? Desde luego, no hay fundamento alguno para renunciar a las célebres libertades de pensamiento, de conciencia, de reunión o de expresión. Téngase en cuenta que la buena convivencia siempre comienza por la autosatisfacción de cada ser humano. Puede que sea lo que soy por mis raíces, por el lugar en el que vivo, pero soy también mi voluntad de ser yo. Afortunadamente, el querer también lo es todo en la vida. En consecuencia, si en verdad se lleva el lenguaje del entusiasmo consigo, nada se nos resiste, y los opresores acabarán por entregar su furia.

En cualquier caso, a los dominadores, que pretenden crear un mundo a su medida y no a la medida de cada ser humano, nada parece importarles el cumplimiento del derecho natural, aquello que es justo en virtud del orden innato de las cosas, expresión libre de una sabiduría inherente a toda persona. Gracias a mujeres y hombres que exploran los senderos del mundo, a los relatores especiales, siempre en alerta como guardianes de vidas humanas, dispuestos a informar públicamente y a formar conciencia a través de sus denuncias a pie de obra, sabemos que en el mundo siguen aumentando todo tipo de violaciones y violencias.

Por cierto, en numerosos Estados la tortura de los tiranos es tan pública como notoria y, tan continua y permanente, como persistente. Ellos son la ley y los salvadores del mundo. Y hacen lo que les viene en gana con el individuo, al que pueden comprar y vender, utilizar como divertimento y arrojarlo a las llamas del desprecio cuando se cansen de él. Con estas mimbres resulta imposible avanzar en el respeto hacia el yo, que todo ser humano merece. Es una lástima, porque cuando el sujeto de los derechos, mirando la naturaleza de su propio ser, toma conciencia de su exigibilidad, descubre también la exigencia moral de primero comprometerse con el fin de conseguir el bien tutelado por sus derechos. Por consiguiente, mejoraríamos en humanidad, no en vano el derecho de todo ser humano a la existencia se ve vinculado con el deber de conservar la vida; el derecho a un contexto digno, con el deber de vivir dignamente; el derecho a la libertad en la búsqueda del yo, con el deber de buscar la autenticidad de ese yo.

Los dominadores de este mundo precisan de individuos que reivindiquen su yo, que hagan valer su persona y pongan en valor la humanidad. A diario se cometen riadas de sinrazones contra seres humanos, y como bien dijo Montesquieu, “una injusticia hecha al individuo es una amenaza hecha a toda la sociedad”. Por eso, considero un paso adelante que la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en conjunto con el gobierno de Nicaragua, organizase hace días una reunión de empresarios con el objeto de incluir al sector privado en la reintegración económica de las víctimas de trata de personas. Las conversaciones se centraron en cómo el sector privado puede ayudar a las mujeres provenientes de familias marginadas a superar la pobreza extrema y la violencia, el no poder ser yo. Un buen ejemplo para ejemplarizarlo.

El mundo libre y honesto tiene que juzgar a estos dominadores que persisten en sus ejecuciones extrajudiciales, en las desapariciones forzosas, en los tormentos y persecuciones, en las violaciones sexuales y el reclutamiento de niños en conflictos armados, devoradores de la libertad del individuo. Sus conductas no pueden quedar impunes por mucho que habiten en las alturas. Hay que bajarlos a la sociedad y que ésta actúe sin dilación. Porque hasta que estos leones, con poder salvaje y mando bestial, no sean juzgados y condenados, va a ser bastante complicado curar heridas y poder interpelarse uno mismo con la libertad debida. Debemos hacerlo antes hoy que mañana, hemos de tomar la valentía suficiente para liberar del avasallamiento a multitud de gentes en el mundo.

Por otra parte, la comunidad internacional ha de adquirir cada vez más conciencia de la necesidad de apoyar, con contundencia y sin miramientos, a las personas que son víctimas de los dominadores. El mundo necesita unirse mucho más, restablecer una auténtica alianza para la acción y la dignidad de las personas, y establecer cauces legales reparadores que hagan justicia y propicien la ansiada autonomía humana. Aún no existe en el planeta emancipación suficiente para despegarse de la cadena de los dominadores, hay demasiado temor, y poca libertad moral para que el individuo pueda vivir en dignidad. Por desgracia, en demasiadas ocasiones el imperio del dominador prevalece sobre el imperio de la ley, y los derechos humanos son distintos para los pobres que para los ricos, sólo en el papel son iguales. Insisto, ha llegado el momento de poner a los déspotas a humanizarse y a los individuos a descubrirse en libertad. Esta sí que es la gran revolución ética que el planeta precisa.

El individuo frente a los dominadores
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