jueves. 25.04.2024

Víctor Corcoba Herrero

Coincidirán conmigo que el futuro ya no es lo que era. Aquello de que las mujeres con pasado y los hombres con futuro son las personas más interesantes, se le ha pasado el arroz. Menos mal. Ahora el mañana es lo que es, otro día hilvanado a la historia de nuestra historia. Alguien dijo que en el rocío de las pequeñas cosas, el corazón encuentra su mañana y toma su frescura. En suma, que el futuro a veces está ahí y no lo vemos. Hallarlo es la cuestión. Alguien propone lugares con historias para labrarse el sueño. Las mismísimas soledades de los museos. No importa sean virtuales o reales. Son agentes de cambio social y desarrollo. Lo han probado (y aprobado) el Consejo Internacional de Museos, que lo vocifera este año en su onomástica a bombo y platillo. Quieren mostrarnos cómo es posible llevar a cabo una movilización conjunta innovadora para interpretar el pasado a la luz del presente y configurar un futuro más radiante, o sea, más feliz. ¿Habrá futuro mayor que la felicidad? Esto es lucidez, matar de un tiro dos pájaros. A ningún gobierno se le ha ocurrido la idea. Yo apuesto por la reparación moral de la susodicha memoria historia, bebida con la elegancia del arte en los labios, porque tiene mejor digestión que cualquier ley. Y, por otra parte, el porvenir ya no dependerá más de la bolsa, sino de la visión del talento.

Palabra. Hablando en serio. Ya me gustaría que los agentes de cambio social y desarrollo, que hoy dormitan en los museos y que igualmente pienso habitan en ese ancestral silencio, tomasen vida y se hiciesen presente (y presencia) sobre todo lo demás. Sobre el euro también; que, a pesar de tener sólo diez años de vida, nos lleva a todos de calle y, seguramente, encandila más a la familia consumista, lo que hoy se lleva, que recluirse en los museos para reflexionar el futuro. Sinceramente lo pienso, creo que el acercamiento a las raíces a través de la mediación de la expresión artística nos brinda una oportunidad singular que debiéramos aprovechar, sobre todo para reconocernos y reflexionar, sobre caminos y caminantes. El euro nos beneficia a todos, dicen, pero deja sin futuro a tantos presentes que es para aborrecerle. Sin embargo, los museos, pueden hacernos caer en la cuenta de las mutaciones de nuestras sociedades y sus distintas formas de progreso, algo vital para tomar el mejor de los rumbos, el mundo de las ideas, lo que conlleva caer del burro. Es decir, del pensamiento único. Asimismo, no tengo ningún recelo en afirmar que los museos contribuyen a difundir la cultura de la paz, sí, conservando su naturaleza de templos de la memoria histórica y conversando lenguajes diversos y comunes.

Sin duda, para pensar el futuro debemos estudiar seriamente nuestro pasado para comprenderlo y encontrar huellas y horizontes. La orientación museística es una buena brújula, cuando menos para acudir a un lugar de meditación a leer el abecedario del tiempo, y así poder huir por momentos de lenguajes tribales, egocéntricos y egotistas que tanto abundan en el asfalto de la era de la globalización. El lenguaje enciclopédico de los museos, capaz de hablar a personas de culturas, idiomas y religiones diferentes, constituye uno de los principales avales de futuro, por su enriquecimiento interior y de comunicación recíproca. A sabiendas que la utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor, no es ningún delirio sumergirse en un concentrado universo de imágenes, que este mundo también se aprende a vivirlo caminando por el reloj de la vida vivida plasmada con arte.

El futuro
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