jueves. 28.03.2024

Por Martino

Se comenta en los círculos de élite socialistas que JUANFER, haciendo caso omiso de las recomendaciones de SOLBES, evitó el conejo y se cebó con el pollo en las celebraciones navideñas, lo que le puede costar un expediente que no se lo salta ni MARDONES, el dinosaurio que salió flauta.

Tras ver por televisión un reportaje sobre la forma de cocinar de nuestras abuelas, llevo días meditando acerca de lo cruel y absurda que, a veces, resulta la vida de las personas, animales y cosas. También me vino a la mente un grupo de jóvenes que esgrimían pancartas en la madrileña calle Preciados con la consigna de que se evitara el consumo de carnes y pescados, animalitos protegidos todos, como si las coles de Bruselas no fueran seres vivos.

Las cocineras a la antigua usanza escogían un pollo del corral y, tras retorcerle el pescuezo con alevosía, lo desplumaban para acabar introduciendo al menda un limón de la huerta valenciana por la trastienda y condenarlo al fuego eterno. ¿Qué pensará la señora madre del pollo? Críalo, que cuesta un “huevo”, incúbalo, proporciónale una educación para que acabe, tras martirologio, en boca de glotones seres humanos, sin maneras, que hasta se chuparan los dedos.

Otra cosa muy diferente es el pollo anónimo, de inmensa granja avícola y congelado como Walt Disney, víctima al fin y al cabo que, cuando llega al microondas, tiene más recorrido que una larga cambiada de JOSÉ TOMÁS. Si nos ponemos en lugar de las madres de los pollos hemos de reivindicar el uso del congelado, larga vida pues a los pollos de corral, si es que aún hay corrales, pollos con nombre, apellidos y una madre amantísima que les prepara sus gusanitos para el desayuno, madre que no necesita asesores, como los políticos, para sacar adelante su asunto, la injustamente vilipendiada con odiosas comparaciones, la gallina.

Con los objetos, con las cosas, se dan situaciones también de auténtica discriminación para la que no hay oenegé que dé la cara. Imaginemos lo que puede pensar para sus adentros esa silla artesanal que lleva treinta años en un rincón de la tienda de muebles, que nadie la compra, y menos desde que está IKEA, que sueña con que alguien, a ser posible de escultural anatomía siente sus reales en ella, que ante el poco interés de la gente admitiría como usuaria a MONSERRAT CABALLÉ, y que Dios reparta suertes, o ese libro que nadie leerá, o los poemas sin destinatario, o las puestas de sol para insensibles que sólo miran escaparates. No hay justicia divina, si la hubiera, un rayo purificador caería sobre JUANFER , los matarifes y los consumidores sin alma, claro que sobre los consumidores de Lanzarote ya cayó el rayo del oligopolio alimenticio, que no es poco, y la eterna escarcha de algunos políticos con alma de pollo. Y acabamos con un trabalenguas: El pollo de San Jerónimo (la carrera) no tiene rabo porque ROMÁN RODRÍGUEZ se lo ha...

El espíritu del pollo
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