viernes. 19.04.2024

Transcurrió el Día del Libro, por cierto, un agradable domingo primaveral, sin ningún reparo especial en él por mi parte. No se trata de desdén o indiferencia hacia su contendido o significado, que los tiene, y muy altos, añado. Se trata sencillamente de que para un servidor todos y cada uno de los días del año son días del libro, mejor dicho, de libros, periódicos y revistas. Leer cotidianamente, siguiera unos pocos minutos, es una por mi parte, una practica tan vieja como alcanzo a recordar. Y jamás me he arrepentido ni de un solo instante de los minutos que he dedicado a la misma.

Decía Jorge Luís Borges, tal vez es más genial escritor argentino del siglo pasado, que, de los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo: El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono lo es de su voz; el arado o la espada los son de su brazo. Pero el libro es otra cosa, el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. Tal vez por eso concibió su gigantesca y universal Biblioteca de Babel, la biblioteca que habría de contenerlas a todas.

Desde los petroglifos prehistóricos, las tablillas de barro con caracteres cuneiformes o las estelas funerarias egipcias en bello lenguaje jeroglífico, hasta los magníficos códices iluminados medievales o las tiradas millonarias de los actuales medios de masas escritos, muchos han sido los avatares de los libros y de quienes se atrevieron a plasmar en ellos sus ideas y pensamientos, o simplemente sus mas atrevidas fantasías. Por lo libros sabemos de Homero, Virgilio, Dante o Lope de Vega. De Cervantes o Shakespeare. A nuestra disposición están las miríadas de obras de los autores a lo largo de la Historia y en todos los continentes. Podremos saber de las culturas milenarias de Asia y de lo acaecido en la América precolombina o de los ritos y costumbres de muchas partes de África.

Sabemos de los devaneos amorosos de Romeo y Julieta o de las terribles dudas que asaltaron el alma de Hamlet. También hemos sabido de los lances caballerescos de Tirante el Blanco, Don Quijote o Amadís de Gaula. A través de los libros hemos conocido la Palabra de Díos en el Antiguo y Nuevo Testamentos. Otras culturas tienen el Corán, las tradiciones budistas o la Ley Mosaica. La lista sería tan interminable como enorme es el número de páginas escritas hasta hoy, pero no todo iba a ser de color rosa en el Jardín de las Letras. También hay páginas terribles, páginas que nos muestran en toda su crudeza el grado de perversión y bajeza de que es capaz, asimismo, el alma humana. Por los libros sabemos de las guerras, la devastación y el horror que han tenido lugar ha través de los siglos, infame baldón del que no podremos deshacernos jamás; que pesará siempre sobre la conciencia colectiva, al igual que otras muchas infamias.

En fechas recientes, el Ministerio de Justicia alemán ha decido abrir al publico los archivos del Holocausto, honrosa y digna decisión que pone en entredicho, cuando no en ridículo, a los revisionistas negadores del mismo. Me pregunto como reaccionara ahora, cuando el país que propició tamaña iniquidad saca a la luz esta execrable faceta de pasado, el menguado de Ahmadineyad, quien recientemente ha tachado de patrañas todo lo relacionado con la Shoah. Los totalitarismos, sean del signo o color que sean, temen a la expansión del saber entre las gentes, a la vez que mantenerlas en la ignorancia conviene a sus miserables planes. No hay que olvidar que, en pleno siglo XX, y en una de las naciones mas avanzadas del mundo, tuvo lugar en mayo de 1933 una enorme quema de libros “no germanos ni arios”. Era el comienzo de la pesadilla nazi.

No deberíamos dejar pasar ni un solo día sin dedicar unos minutos a la lectura, a cualquier clase de lectura, y lo más variada, a poder ser posible. Conviene no olvidar que leer es la mejor arma contra la ignorancia y las opresiones del poder; de los poderes, cualesquiera sean estos.

J. Lavín Alonso

El don de un libro
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