sábado. 20.04.2024

Por Juan Jesús Bermúdez

Una vez que pasamos de ralentización económica a franca recesión - ¿cómo llamar si no a la estrepitosa caída del consumo y el incremento pavoroso del desempleo, un 30% en un año? - surge la habitual retahíla de recetas para salir de este impasse. Nos han advertido las autoridades que la cuestión financiera tiene miga, y mucha - cuando hace tan sólo un trimestre se hablaba de un sencillo resfriado - y poco a poco va desvelándose el entramado de endeudamiento trampa en el que está embarcada la economía actual. El problema endémico de sobrevaloración de los inmuebles y de la virtual ingeniería financiera es similar al de otras burbujas del sistema capitalista, a lo largo de la Historia. Como se ha dicho, es mucho más sencillo crear papel moneda, o anotar en un balance tal o cual importe de dinero deuda, que generar la contraprestación en movimientos de materiales y energía, esto es, en lo que se llama economía real. Por eso estallan las burbujas, y cada vez de forma más frecuente - la penúltima en el año 2000 -, dada la velocidad que imprime la globalización a las transacciones financieras.

Pero el día después es lo realmente trascendente. A la burbuja financiera le ha seguido un crecimiento inusitado del consumo de recursos no renovables, especialmente combustibles fósiles, lo que augura escasez futura. De entre ellos, el petróleo es el rey por su versatilidad, potencia energética y uso extendido, sobre todo para el transporte, alma de nuestro modelo económico. Según nos aseveran, salir de la depresión en la que nos estamos sumergiendo, requeriría lo que algunos ya proclaman como un novísimo deal - pacto - para impulsar de nuevo la inversión “productiva”, que sirviera para volver a recuperar la senda del crecimiento del consumo, empleo, etc. También sería preciso ese empuje para recuperar lo prestado en los “rescates” que se están realizando. Toda deuda actual implica crecimiento futuro para devolverla.

El problema es cómo conseguir ese crecimiento, sabiendo como sabemos que, por un lado, haría falta más energía y, por otro, que el Mundo no está en disposición de mantener muchos más crecimientos en la extracción, al menos de petróleo, debido a que estamos superando los tiempos del petróleo fácil y de mayor calidad. Podemos encontrarnos con que esos declives geológicos - el 1% de los yacimientos del Mundo extrae el 60% del petróleo, de unos lugares con muchas décadas de existencia y, por tanto, próximos al declive o ya declinando - pongan en cuestión, ya no sólo el devenir de recuperación convencional para salir del proceso de depresión económica, sino el conjunto del modelo que pretende seguir creciendo, como ha hecho de forma exponencial en los dos últimos siglos.

Las recetas habituales para el día después, en realidad, agudizan los problemas, al tratarse de huidas hacia delante que buscan producir y consumir más, cuando el origen de las burbujas tiene mucho que ver con esa disonancia entre la realidad física y la monetaria, en la que ésta última olvida que al final el valor crematístico tiene que tener un trasunto tangible. El anunciado fin del petróleo fácil cambia de forma radical nuestra manera de contemplar la realidad y las perspectivas de futuro, porque obliga a adaptarse de forma permanente a restricciones importantes en el soporte energético de cualquier estructura socioeconómica, hoy basadas en buena medida en el crudo, que financia inclusive los cambios tecnológicos prometidos. Por lo que parece, quizás como mecanismo de defensa, o porque nos parezca extremadamente improbable, no parecemos estar dispuestos a considedar este escenario, aunque importantes geólogos nos han advertido de ello.

El día después
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