viernes. 29.03.2024

Por Cándido Marquesán Millán

Absorbidos por la vorágine de la política de ajuste del Gobierno de Rodríguez Zapatero, como consecuencia de los ataques al euro por parte de esos tiburones financieros, ha pasado casi desapercibido en los diferentes medios de comunicación el actual desastre petrolero en el Golfo de México. Según los expertos estamos ante uno de los más graves de toda nuestra historia, y eso que ha habido otros muchos. Por citar algunos del siglo pasado: el del Mar de Aral el que fuera uno de los cuatro mares más grandes de la Tierra, ha pasado a ser poco más que varios lagos dispersos, ya que las aguas de los ríos Amu Daria y Sri Daria que desembocaban en él se han usado de forma masiva para cultivos de regadío; además según se ha ido evaporando ha dejado 40.000 kilómetros cuadrados de tierra salada a la que han llamado el desierto de Aral Karakum. En 1957, en la zona de los Urales, la fábrica Mayak (también conocida por Cheliabinsk-40 o Cheliabinsk65), pionera de la elaboración de plutonio para bombas atómicas de la ex URSS sufrió uno de los peores episodios de la historia nuclear, con un gran escape de estroncio-90, que generó mutaciones genéticas, leucemias y malformaciones congénitas, todavía sin cuantificar. Y el más conocido de Chernobil en Ucrania en 1986, que supuso una cantidad de material radiactivo liberado, estimada en unas 500 veces mayor a la de la bomba atómica arrojada en Hiroshima en 1945, causando directamente la muerte de 31 personas, la evacuación de unas 135.000 personas y una alarma internacional al detectarse radiactividad en diversos países de Europa septentrional y central. La lista sería interminable.

Si nos detenemos en los desastres ecológicos relacionados con el mundo del petróleo son también muy numerosos. Menciono algunos de ellos. En enero de 1991 el Gobierno de Irak arrojó al golfo Pérsico más de un millón de toneladas de crudo de los pozos de Kuwait para evitar el desembarco aliado, la mancha de petróleo se extendió alrededor de 3.200 kilómetros cuadrados y causó enormes daños ecológicos. En 1989, el encallamiento del Exxon-Valdez generó una marea negra sobre 2.000 kilómetros de litoral en Alaska. Y en España en el 2002, el del Prestige el mayor desastre ecológico en nuestra historia, que arrojó unas 64.000 toneladas sobre las costas gallegas.

Y ahora en estos momentos el del Golfo de México, por el accidente ocurrido en la formidable plataforma Deepwater Horizon, arrendada en medio millón de dólares diarios por la BP, valorada en 600 millones de dólares, que poseía el récord de extracción a más de diez mil metros de profundidad, y que está precipitando al mar 800.000 litros de petróleo diarios, sin que ningún procedimiento hasta ahora ensayado pueda evitarlo, sobre las costas de Luisiana, Tejas, Misisipi, Alabama, Florida y en la desembocadura del río Misisipi, y que según la evolución de las corrientes marinas puede extenderse a otros muchos lugares. Los daños medioambientales son irreparables, especialmente en el turismo y la pesca.

Necesariamente debemos hacernos la pregunta si se hubiera podido evitar. Por todos los indicios la respuesta es afirmativa. Tal como señala Jean-Michel Bezat en Le Monde, es claro, aunque no debe servir de atenuante, que sacar petróleo en alta mar es tarea mucho más compleja que hacerlo en tierra firme, y pese al accidente de la plataforma (DH), continuará haciéndose porque es en esas zonas marítimas donde las compañías petroleras (impedidas de entrar en numerosos países) han realizado la mayor parte de sus grandes descubrimientos recientes. Fuera del Medio Oriente y de Rusia, las reservas probadas y probables se encuentran en el mar. Menos abundantes que en tierra, tienen la ventaja de estar “repartidas de manera más igualitaria a través del mundo”, indica la Agencia Internacional de Energía (AIE). Los avances tecnológicos permiten ampliar los límites de la exploración y la producción en alta mar. Según el periodista chileno Raul Shor, un accidente de proporciones como el ocurrido en la plataforma (DH) fue analizado el año pasado. Pero los ingenieros de British Petroleum (BP) consideraron que semejante posibilidad era remota. La empresa junto con otras compañías, como la propietaria suiza de la plataforma, iniciaron una campaña destinada a impedir la aplicación de normas de seguridad más estrictas. La oposición empresarial proviene de los altos costos de las operaciones, y de ahí queda clara la presión de todas las partes por lograr la máxima producción en el menor tiempo posible. Y, claro, bajo presión extrema se suele postergar la seguridad industrial. Así al menos lo afirman los abogados de algunos de los once trabajadores que murieron en el estallido de la estructura el 20 de abril. La plataforma (DH) disponía de un mecanismo, conocido como blowup preventor (BOP), destinado a parar en forma automática el escape del crudo. No se sabe por qué falló el BOP, pero el hecho es que falló. De lo que no disponía era de un segundo mecanismo, llamado interruptor acústico, que es obligatorio en otros países, incluido Brasil, que se apresta a realizar grandes perforaciones frente a la costa de Río de Janeiro. Podemos entender las pocas exigencias sobre la seguridad del gobierno norteamericano, si constatamos que el propio Obama recibió 71.000 dólares de donaciones de la (BP) para su campaña presidencial. O el director de la CIA León Panetta y el enviado especial para Oriente Medio George Mitchell, que llegaron a ejercer como “asesores” de (BP). O el senador John Kerry, con acciones de su propia familia en la (BP) y la Transocean, la compañía que fabricó la plataforma accidentada en el Golfo de México... Podríamos seguir. No es necesario. Lo ocurrido en el Golfo de México es un ejemplo claro y contundente, de que la economía está por encima de la política, la ética. Lo mismo estamos comprobando en estos momentos en toda Europa, que con el pretexto de reducir el déficit público, se están llevando a cabo recortes durísimos perjudicando a los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Es la economía, el mercado, el desarrollo incontenible, el negocio. Todo lo demás no importa. La política con mayúsculas debe recuperar su protagonismo. De lo contrario, vamos al desastre.

El desastre del Golfo de México
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