sábado. 20.04.2024

El pasado mes de abril viajé en la expedición de periodistas invitados a Madrid por Coalición Canaria (CC) para cubrir varios actos con marcado carácter preelectoral protagonizados por Paulino Rivero, entonces candidato y ahora casi presidente de la Comunidad Autónoma. No, ahora no voy a escribir de eso, no voy a escribir otro día más de política; voy a escribir sobre “mi maleta” -en estos momentos me estoy recordando a Paco Umbral cuando le decía a la perpleja Mercedes Milá que quería hablar de su puñetero libro-, de la maleta que los señores de Iberia me destrozaron.

Como ya expliqué en su día, después de un rocambolesco tránsito entre Lanzarote y Gran Canaria, después de más de dos horas de vuelo en un enorme cacharro de Iberia en el que los de la clase turista íbamos como sardinas en lata y a los de la clase preferente sólo les faltaba que alguien les masajeara los pies, nos soltaron como a borregos en medio de la T-4, la nueva terminal que desgraciadamente se ha hecho famosa por el tremendo atentado de ETA que voló uno de sus edificios de aparcamientos y por haber batido el récord del mundo en distancia recorrida para recoger el equipaje. Había oído comentarios sobre este lugar. Es como lo de la paternidad o lo de Santo Tomás. Tienes que verlo para creerlo.

Nos hicieron bajar del avión allí donde Cristo perdió el mechero. Después de una caminata que firmaría el campeón de la última media maratón de Arrecife, siguiendo la estela de los que van delante y se supone que conocen el camino, llegamos a un lugar en el que la gente se subía al metro. “¿Pero hay que subirse al metro para recoger las maletas?”, pregunté a un resacado operario de Aena que pululaba por allí. “Sí, sí, súbase que le llevan hasta su maleta”, me contestó con desgana. Me subí con cierta desconfianza. Después de un rato -se me hizo eterno- el metro llegó a una estación. La ceremoniosa manada de viajeros descendió siguiendo al líder, a esa persona que siempre se coloca el primero y que marca el destino de los demás. Normalmente su decisión le salva de los problemas, como se salva siempre el jefe de los ñus del ataque de los cocodrilos africanos cuando decide ser el primero en cruzar el río. Tuvimos que subir varias escaleras mecánicas para llegar al destino final. No lo podía creer. Es lo más insólito que he visto en mi vida en aeropuertos, y ya he recorrido unos cuantos. Más de media hora sólo para llegar al lugar en el que en teoría te tienen que dar tu maleta. Y digo bien, en teoría, porque dos desgraciados -esto es como lo de la lotería, siempre le toca a alguien- nos quedamos sin ella.

Después de esperar a que saliera hasta el último bulto del último de los vuelos me resigné a la triste realidad. Mi maleta se había perdido. Era la primera vez que me pasaba. Presenté una reclamación en el mostrador de Iberia y una amable señorita hizo un parte para avisarme en el momento en el que apareciera. Nadie podía compensar eso sí el hecho de que no tenía nada que ponerme al día siguiente, no tenía cepillo de dientes y había perdido los juguetes que llevaba para mis sobrinos.

Por la noche, después de la dura jornada de trabajo, otra amable señorita (o señora) me llamó para avisarme de que mi maleta había aparecido. “¡Qué bien!”, pensé ingenuo. De bien nada, había aparecido “en un estado lamentable”, según me confesó sincera después de asegurar que la maleta se les había caído del camión que las transporta con la mala fortuna de que el otro camión que venía por detrás la pasó por encima. Como uno no se puede hacer una idea de qué puede ser “un estado lamentable”, preferí pensar que estaba exagerando. Cogió mis datos y me envió la maleta a mi casa, en Costa Teguise.

Al regresar a Lanzarote, después de otro tortuoso vuelo (esta vez con Air Europa), descubrí a lo que se refería la señorita (o señora). A mi maleta no le había pasado por encima un camión, le habían pasado por encima al menos catorce o quince camiones de la dichosa T-4, una apisonadora y tres o cuatro motocicletas. Parecía como si la hubieran machacado con una taladradora y luego se la hubieran dado para jugar a una manada de leones hambrientos.

Para resumir la historia, diré que tuve que hacer tropecientasmil gestiones para que me dieran una solución. Al final, llegó la primera solución, la única hasta el momento: me dieron un identificador para que fuera a una tienda de Arrecife para que me dieran otra maleta. Bien, hasta ahí todo bien. El problema vino después. Como te imaginarás, no me quería conformar con que me cambiaran la maleta, principalmente porque también me habían destrozado todo lo que llevaba dentro, y, como creo que es lógico, me pareció justo reclamar una indemnización o compensación.

Desde entonces, estoy metido en un auténtico martirio chino para intentar que se haga justicia. He descubierto con notable preocupación que Iberia ha inventado un departamento específico para cachondearse de sus clientes. Se trata de intentar aburrir a la gente para que no reclamen. El personal está perfectamente preparado para mantener el tipo ante tipos que supongo que no serán tan educados como yo y les dirán todo tipo de barbaridades antes de abandonar su caso. Conmigo se están confundiendo.

El Departamento de Cachondeo y Tomadura de Pelo de los Clientes, el DCTPC, que es como se llama realmente, está compuesto por un grupo de mujeres (todavía no me ha cogido el teléfono ningún hombre) que se dedican a marearte, eso sí, de forma muy educada. Me han hecho mandarles ya cuatro faxes con toda la documentación que tengo, con el expediente que me abrieron, los billetes de avión, la fotocopia del DNI, la fotografía de la maleta y no sé cuántas cosas más... A los pocos días, cuando veo que nadie se pone en contacto conmigo para decirme nada, vuelvo a llamar para preguntar por mi caso. ¿Sabes cuál es la respuesta que me dan? Que no tienen mi documentación porque no les ha debido llegar. Con la paciencia que sólo algunos seres humanos tenemos, les explico una y otra vez que tengo los reportes del fax y los números correctos. No sirve de nada. La señorita del DCTPC, muy bien aleccionada, me indica que lo he debido mandar a un número incorrecto y me da otro, el siguiente que debe tener en la lista del cachondeo.

Como te imaginarás, antes de seguir gastando tiempo y dinero, antes de seguir sometido a este auténtico disparate, he decidido poner una denuncia en la Oficina de Consumo del Cabildo de Lanzarote y me estoy pensando seriamente ir a los tribunales de justicia.

Es triste que los usuarios del carísimo transporte aéreo nos tengamos que ver en estas tesituras. Hay que vivirlo. Es tremendo que una compañía destroce tu maleta y no sea capaz no sólo ya de pedirte disculpas sino de hacerte llegar de forma inmediata una compensación económica. Te sientes desamparado, idiota, y llegas a pensar que lo mejor es tirar la toalla y resignarte a la triste realidad, que no es otra que entender que este tipo de grandes empresas cuentan con la permisividad del Estado para atropellar a sus clientes sin que pase nada.

Lo único que me queda de momento es el derecho al pataleo y la oportunidad que tenemos los periodistas de podernos expresar en los medios en los que escribimos. Oportunidad por cierto, al menos en lo que toca a este medio, que tiene cualquier ciudadano. De hecho, si a alguien le ha pasado algo parecido, le agradecería que me lo contara y que me dijera qué es lo que tengo que hacer. Perdona si te he aburrido con mi columna de hoy, pero necesitaba desahogarme. Gracias.

El departamento de Iberia para el cachondeo
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