jueves. 25.04.2024

Confieso que no pude ver el programa de Televisión Española presentado por Lorenzo Milá en el que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se sometió a una interminable batería de preguntas de ciudadanos de un amplio y variado espectro social. No lo vi, pero como este miércoles no se habló de otra cosa, no tuve más remedio que enterarme de todo lo que ocurrió en el programa y de cómo quedó nuestro presidente. Según el presentador, que siempre ha ido de “independiente” y que aceptó llevar el peso de los informativos de la tele pública con la condición de que le dejaran trabajar sin presiones políticas -no se si las ha tenido y no sé si las ha aceptado, pero dudo mucho que la tele pública no tenga presiones políticas por todos sus costados-, ZP estuvo bastante soso, poco cercano. Hombre, con una afirmación de semejantes quilates el hermano de la histriónica pero grandísima periodista Mercedes Milá no va a ganar el Pulitzer precisamente. Decir que Zapatero es soso y poco cercano es como afirmar que José María Aznar es bajito y tiene bigote. No hay que olvidar que en Los muñecos del guiñol del vetado Grupo Prisa ya lo presentaron desde el principio a la concurrencia como “Sosoman”. Si ellos, los defensores del socialismo más "neutral", lo veían así, cómo lo verán los enemigos del talante.

El caso es que de todo el programa la gente se quedó con una anécdota que a mi juicio no habría tenido tanta importancia si ZP no se hubiera atorado en su absurda respuesta y hubiera tenido algo más de luces para salir del trance. Me refiero a lo del precio del café. Que un presidente del Gobierno, alguien que vive en una casa prestada y que no paga en cuatro años nada de lo que consume, sepa el precio de un café es casi un milagro. De hecho, dudo que ZP lleve dinero encima. Sólo alguien tipo Pepe Bono podría estar preparado para responder a algo así, alguien que vaya a los bares casi sin escolta y se ponga a pagar rondas a la parroquia. Un presidente no tiene por qué saber estas cosas, pero sí debe estar preparado para ofrecer una respuesta inteligente ante una pregunta tan puñetera como la que hizo el no menos puñetero señor. Lo más inteligente, en lugar de lanzarse a decir que un café cuesta 80 céntimos -en el Congreso de los Diputados y en el Senado el café les sale a sus señorías mucho más barato que al resto de los mortales; lo sé porque he tenido la suerte de tomarme varios cafés en las magníficas instalaciones de nuestras Cortes Generales gracias entre otros a nuestro diputado Cándido Reguera-, habría sido reconocer que hace tiempo que no toma café en los bares por sus ocupaciones presidenciales y que en cualquier caso duda mucho, teniendo en cuenta que nos encontramos en un país de libre mercado y libre comercio, que en todos los sitios cueste lo mismo. “Supongo que unos bares se cobrará un precio y en otros otro, en unas ciudades se cobrará más y en otras menos”, habría dicho el presidente si hubiera estado más avispado.

Pero no, en lugar de hacer uso de la prudencia, se pensó que estaba en “El precio justo”, que Lorenzo Milá era el desaparecido Joaquín Prat y que se tenía que lanzar a dar una cifra, sin pasarse, que se ajustara más o menos a la realidad. No, señor presidente, las cosas no son así. Si uno no sabe hablar francés, pues no lo habla, y si no sabe cuánto vale un café en un bar, pues no lo dice.

Después de lo ocurrido, no me extraña que se hayan encontrado a Mariano Rajoy como loco pidiéndole a su señora que le apunte en una hoja el precio de todos los productos que se pueden comprar en un súper. Mariano siempre ha sido de los buenos estudiantes, de esos que preparan a conciencia los exámenes, y no quiere ir al mismo programa a que le sorprendan preguntándole cuánto cuesta un paquete de lentejas o un litro de leche semidesnatada.

Volviendo a lo de la sosería, en las filas del Partido Popular (PP) tampoco se libran de ella. Por la tarde escuché una intervención de Ángel Acebes en el Congreso. El pobre, que es igual de soso que Zapatero (o más), intentó hacer un chiste con lo del café, pero le salió el tiro por la culata, sobre todo porque enfrente tenía a María Teresa Fernández de la Vega. Mucha mujer. ¡Menudo carácter! Y es que, admitámoslo, Acebes es de esas personas que por mucho que se esfuercen no hacen gracia. Sus chascarrillos dejan al personal absolutamente indiferente. Estoy convencido de que si la misma gracia la hubiera hecho Rajoy, la cosa habría sido diferente. Zapatero, a tus zapatos, y Acebes, a los tuyos.

El café del presidente
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