viernes. 29.03.2024

Víctor Corcoba Herrero

Algo tendrá el agua cuando la bendicen, evoca el pueblo y expande el tiempo. La proclama es verso primero y principio de vida. Al mundo lo embellecen y reverdecen manantiales que brotan del corazón, la lluvia que rige el universo. Por ello, cada gota de líquido inodoro, incoloro e insípido, amén de ser más fuerte que la roca, es parte de nosotros mismos y parte de la naturaleza misma del planeta. Los poetas de todas las latitudes y épocas también han injertado sus versos en el agua. Juan Ramón Jiménez llegó a desear que su vida se cayera en la muerte, “como este chorro alto de agua bella/ en el agua tendida matinal; / ondulado, brillante, sensual, alegre, / con todo el mundo diluido en él, / en gracia nítida y feliz”. Asimismo, en todas las culturas, el agua tiene un parte mística, espiritual, purificante. En cualquier caso, el hilo de todas nuestras formas de vida va a depender muy mucho de la puntada del agua, con su gracia y lozanía incomparables.

Causa espanto, pues, que millares de europeos no puedan pegar la hebra al agua potable y que miles de niños tampoco consigan arribar sus labios a la mocedad virgen del poético manjar, al que hay que considerar un derecho humano fundamental. Un viento demoniaco todo lo contamina, como si una fuerza ciega nos apoderase, sin comprensión de amor ni sensibilidad alguna, y quisiera destruir la propia existencia humana. Ya Gerardo Diego, en el siglo pasado, nos llamó la atención con ese río Duero arromanzado, al que “la ciudad vuelve la espalda”. La estrategia de restauración de ríos, incluso ahora, es tan urgente como necesaria. Recuperar reservas naturales fluviales, que son verdadero pulmón de vida, lo pide el propio hábitat a poco que naveguemos por él. Lo cierto es que al día de hoy, y volviéndonos a ver en los muros de la patria nuestra, a pesar del nivel de desarrollo económico alcanzado, por cierto muy injusto y desigual, indicadores oficiales apuntan que subsisten problemas en cuanto a la garantía de agua y a la calidad de la misma, tanto en el medio rural como en ámbitos urbanos de diferentes territorios.

Superar, de una vez por todas, carencias en el control público del uso del agua y de su calidad, garantizando la necesaria para cada comunidad, exige políticas coherentes y solidarias. Estas hazañas, generalmente, son mejor llevadas por hombres de Estado antes que de Partido. Luego, pienso que también hace falta educar en el uso racional y responsable del agua. Debiera ser disciplina de obligado cumplimiento. Estimo que, la defensa de los recursos hídricos y la atención por el cambio climático, son temas de gravísima importancia que deben ser considerados y tratados por todos, por toda la familia que habita el planeta. Como ya dije anteriormente, el agua es instrumento vital, imprescindible para la supervivencia humana y, por tanto, un derecho/deber de todos. Es necesario, en consecuencia, prestar atención a los problemas creados por su evidente escasez en muchas partes del mundo, e inclusive, en nuestra propia territorialidad.

A sabiendas de que el agua no es un bien ilimitado como es bien patente, ni su disponibilidad en la cuantía y calidad adecuada es gratuita, está bien que los gobiernos refuercen controles en el uso y calidad del agua, participen y corresponsabilicen a los ciudadanos para combatir el despilfarro, la especulación, la insuficiencia y los propios agentes contaminantes, y fomenten campañas de sensibilización como esta última de “total por unos litros...”, cuando el total es lo que cuenta, puesto que cada día, cientos de miles de pequeñas acciones favorecen la desertización y el cambio climático, afectando incluso a nuestra salud. Me consta que hay, además, una retahíla de convenios de colaboración entre el Estado con Ayuntamientos, Diputaciones y Comunidades Autónomas, pero que también es cierto, no suelen pasar del papel impreso. Junto a este cúmulo de buenas intenciones, sin embargo, aún no se ha llevado a buen término un consensuado pacto por el agua, a pesar de la necesidad urgente del problema, que implique a todos los territorios, lo acepten todas las políticas y, socialmente, la ciudadanía lo considere manual de convivencia, máxime que según las estimaciones sobre los efectos del cambio climático en España, para el año 2050, la temperatura media podría subir en 2,5 ºC, las precipitaciones reducirse en un 10% y la humedad del suelo en un 30%.

Si partimos del nefasto estado ecológico en que se encuentran las masas de agua de nuestro entorno, de la galopante sequedad de la tierra, aunque sumemos los proyectos de desalinización, depuración y reutilización de aguas que se nos anuncian a bombo y platillo, la situación no deja de ser preocupante en la medida que seguimos reduciendo la naturaleza a un mero instrumento de manipulación y explotación, sin orden ni concierto, por puro interés, haciendo bien poco por cambiar estilos de vida, en toda regla insolidarios, en un mundo que cada día necesita mayor cantidad de agua. Todavía es necesario depurar aguas residuales que contaminan ríos y mares. Todo parece indicar, que el cambio climático en nuestro país agravará los problemas ambientales que ya sobrellevamos como podemos, en cuanto a la escasez de agua, el aumento de la desertificación o la pérdida de biodiversidad. No cabe duda, que la falta de agua genera efectos negativos, tanto con referencia a la calidad de vida como a nuestro medio ambiente. A mi juicio, hay que tomar el toro por los cuernos y no descartar ninguna acción sostenible, que asegure el abastecimiento de agua en cantidad y calidad a todas las poblaciones, regadíos y aglomeraciones urbanas. Usarla racionalmente como derecho, cuidarla como deber, debiera ser norma ciudadana. No hay mayor estética ética que tener agua suficiente para la vida, ríos saludables donde tomar asiento y escuchar el verso, así como mares donde aprender a ser poeta.

El agua como lenguaje de vida
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